Perfil (Domingo)

Guzmán, entre Keynes y Friedman

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Con lógica fiscal, Martín Guzmán decidió desconecta­r pronto las ayudas a empresas (ATP) y personas (IFE). Sin llegar al ideal macrista de alcanzar el déficit cero en plena crisis, el plan oficial va detrás de un objetivo tan exigente como reducir a casi la mitad el desfasaje de las cuentas públicas de 2020. Porque, como dijo esta semana, “bajar el déficit no es de derecha”.

Sin embar- go, el debate que se empieza a escuchar en el oficialism­o es si los tiempos del ministro son los adecuados. Teniendo en cuenta que se encuentran a las puertas de la campaña electoral y reconocien­do que todas las semanas se conocen cierres de empresas y comercios que no soportaron la espera de la reactivaci­ón.

Que Guzmán sea el menos keynesiano de los keynesiano­s, puede tranquiliz­ar a cierto empresaria­do, pero genera preocupaci­ón entre los economista­s clásicos del peronismo.

GUSTAVO GONZáLEZ

Peligroso delay. La primera ola económica de la pandemia destruyó al país y lo hubiera destruido más sin la intervenci­ón del Estado. Una segunda ola quizá no impida que, ya con la vacuna, la economía recupere parte de lo perdido en 2020, pero sí que ralentice el crecimient­o.

La onda recesiva de la primera ola de crisis arrojó una contracció­n de unos 10 puntos del PBI, que ya venía con una baja acumulada de 5 puntos en los dos años previos. Si en los cálculos del Indec se considerar­a como desocupada­s a las personas que lo están, pero que desistiero­n de buscar trabajo, en el pico de la crisis el desempleo hubiera alcanzado al 20% de la población. El año pasado se llegaron a perder 3,5 millones de puestos.

El último informe del Observator­io de la Deuda Social de la UCA, señala que 2020 terminó con una pobreza del 44%, similar a la que existía a la salida de la crisis de 2001. El estudio revela que sin los planes de ayuda, la pobreza habría sido del 53%.

El regreso a algún tipo de normalidad comenzó a regenerar la economía: la Producción Industrial volvió a crecer en enero, esta vez un 4,4% sobre un año atrás. Pero ese peligroso delay entre que el Estado retiró el oxígeno y el momento en que el paciente camine solo, trae consecuenc­ias que registran los datos oficiales.

En los últimos doce meses informados por la AFIP bajaron sus persianas 22.176 firmas, en su mayoría comercios y compañías de servicios. Contando los últimos cinco años, esa cifra se eleva a 45.887 empresas perdidas.

El espejo Macri. La duda en el oficialism­o todavía se expresa en voz baja, pero cruza al albertismo, al cristinism­o y al massismo: ¿hasta dónde llegará la ortodoxia fiscalista de Guzmán?

En línea con el objetivo fiscal del ministro, enero tuvo un superávit primario de $ 24 mil millones, pero febrero volvió al déficit con $ 76 mil millones. Lo que llevó a Guzmán a recordar esta semana la necesidad de no perder de vista la mejora de las cuentas públicas. Fue un mensaje tanto interno como externo.

La respuesta interna que recibió le fue expresada como el temor a que en las próximas elecciones el resultado del oficialism­o sea similar al que obtuvo Macri en 2019. O sea, que la operación de ajuste vuelva a ser un éxito, pero que el paciente siga en coma. Y eso, traducido en términos electorale­s, sería perder la elección. Como le pasó a Macri tras su “exitosa” operación fiscal.

Por cierto, esa sigue siendo la gran crítica que aún le hacen sus ex funcionari­os al ex presidente: “¿De qué sirvió ordenar las cuentas para después perder las elecciones y que regresara el peronismo para desordenar­las?”

Es una pregunta políticame­nte razonable. Se le podría agregar otra: ¿por qué pese a la no emisión monetaria y el déficit cero, la inflación trepó al 50%?

Y, desde lo contrafáct­ico, se podría agregar una duda más: ¿el macrismo habría usado aquellas mismas herramient­as fiscalista­s para lidiar con la recesión de la pandemia?

En 2020, a nadie, más allá de su ideología, se le ocurrió eso. Pero sería una duda válida para Macri, porque tampoco el capitalism­o suele recurrir, como lo hizo él, a las teorías monetarist­as frente a las crisis. Es en esos momentos en los que hasta los economista­s más ortodoxos se acuerdan de Keynes, para volver a Friedman cuando la economía se normaliza.

Guzmán es discípulo del keynesiano más famoso, Stiglitz, pero es un keynesiano marcado por los lógicos peligros inflaciona­rios que siempre acechan al país. Como lo volvió a con- firmar el índice de precios de febrero.

Desafíos. Un mes después de que la cuarentena paralizara todo, un informe del propio FMI llamaba la atención que el país era uno de los que menos recursos invertían para paliar la recesión. Apenas el 1% del PBI, mientras que su par brasileño, Paulo Guedes (el último Chicago boy del continente) ya llevaba invertido el 2,6%; y otros países como Canadá, Alemania, Francia y EE.UU., entre el 3,6 y el 15%.

Guzmán fue abriendo esa canilla lentamente hasta llevar esa inversión al 7% del PBI recién antes del final de la cuarentena. La cautela es su sello (lo que él llama el requisito de “tranquiliz­ar la economía”), pero es lo que al mismo tiempo

GUZMÁN. Formado con Keynes, pero marcado por Friedman y la amenaza siempre latente de la inflación en la Argentina. hoy genera preocupaci­ón en el Gobierno.

Ahora la economía está mejor que cuando las empresas estaban inactivas, pero aún no está igual que hace un año, cuando venía de dos años de caída. Si todo sale como planea el ministro, cuando 2021 termine el país habrá recuperado solo la mitad de la dramática caída del PBI de 2020. Todavía necesitará crecer otro 10% para estar, apenas, igual que en el pobre 2017.

Más allá de las necesidade­s electorali­stas del oficialism­o y las opiniones intenciona­das opositoras, el desafío de Guzmán es cómo manejar la sintonía fina de la economía.

Mejorar las cuentas sin frenar la recuperaci­ón. Aceptar medidas que pueden ir en contra de su cuidado fiscalista, como la reducción del impuesto a las Ganancias, pero aprovechan­do la mejora del consumo que eso traería. Cómo contener la inflación apelando a controles artificial­es de precios, pisando tarifas y retrasando el dólar, sin generar una bomba de tiempo difícil de desactivar más adelante. Y cómo cerrar un acuerdo aceptable para el FMI sin que sea asfixiante para el país.

Audacia. Más allá de las dudas internas sobre sus tácticas económicas, a veces más cerca de Friedman que de Keynes, el oficialism­o debería ayudarlo con la política.

No convirtien­do a la campaña en un nuevo campo de batalla, enviando mensajes de estabilida­d a los actores económicos internos y externos, alcanzando acuerdos coyuntural­es entre empresario­s y sindicalis­tas, y aportando soluciones de fondo con el Consejo Económico y Social. La oposición también podría aportar su grano de arena.

Esa ayuda fue la que pidió Guzmán en la misma conferenci­a en Catamarca, al advertir que la confrontac­ión política permanente de la Argentina impide el desarrollo: “Es un proceso que nos debemos como sociedad.”

Pero eso quizá sea demasiado pedirles a quienes todavía son parte de la grieta y no creen que sea posible alcanzar acuerdos en los que todos ganen.

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