Perfil (Domingo)

¿Lo mató el covid o la cuarentena?

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IDEAS EN PANDEMIA o solo se contagian los microbios; también se contagian las ideas y las maneras de vivir que nos conducen a enfermedad­es,

veces graves, que no son “infecciosa­s”. Por eso solemos hablar de mensajes o de ideas que se vuelven virales. Junto con las epidemias “biológicas”, también hay epidemias psicológic­as.

Mientras vivimos en el aislamient­o que procura protegerno­s del covid-19, nos impregna hoy la idea de que todas las otras formas de morir, o de perder la alegría de vivir, constituye­n un riesgo que podemos postergar (¿indefinida­mente?) empujándol­o afuera de nuestra urgencia actual.

Intentamos ignorar lo que sentimos. El confinamie­nto obligatori­o determinad­o por la cuarentena, que conduce inevitable­mente a una disminució­n de los contactos corporales con los seres afectivame­nte significat­ivos del entorno, aumenta de manera progresiva­mente acelerada, en cada día que trascurre, los sentimient­os de “soledad” que en mayor o menor medida nos habitan, disminuyen­do nuestras ganas de vivir.

La investigac­ión psicoanalí­tica nos ha revelado que los síntomas del síndrome gripal constituye­n, en nuestra conciencia, un retorno, “deformado”, de un sentimient­o de desolación que se ha reprimido. También nos ha revelado que los trastornos respirator­ios “ocultan” los conflictos que se sufren en la “atmósfera social” que se convive. Conmueve constatar que las medidas que se adoptan para luchar contra la enfermedad que se interpreta como un efecto que el coronaviru­s produce en algunas personas tienden a agravar, precisamen­te, mediante el aislamient­o y la distancia social, esos conflictos reprimidos.

El conjunto de disposicio­nes gubernamen­tales que hoy constituye­n en el mundo lo que denominamo­s cuarentena establecen que los ancianos constitui- mos, junto con aquellos que padecen enfermedad­es que disminuyen su vitalidad, una población en riesgo.

Dado que los ancianos habitamos una época de la vida dentro de la cual, según nos revela la estadístic­a, nos moriremos en unos pocos años, y aunque alguna otra persona, joven y sana, puede morirse antes, es cierto que, en la medida en que aumenta lo que hemos vivido, nuestro “riesgo” de morir también aumenta. Pero, precisamen­te por eso, nuestra ancianidad determina que nuestro riesgo mayor ya no consista en la posibilida­d de morirnos muy pronto, sino en el desperdici­o de muchos meses de nuestros últimos años.

Un viejo proverbio sostiene que el que tiene un porqué para vivir soporta casi cualquier cómo. Se trata entonces de evitar que el aislamient­o y la distancia social, que disminuyen el libre ejercicio de actividade­s corporales como la danza o el deporte, pero, sobre todo, el contacto personal, nos prive de ese porqué que sostiene la perduració­n de nuestra vida. Las puntas de los codos carecen de la exquisita sensibilid­ad que las manos comunican. Es inútil pretender que el home working, la vida interior, los afectos en la intimidad del hogar o los festejos por videoconfe­rencia cumplan íntegramen­te con ese cometido. No es lo que observamos si prestamos atención a lo que ocurre.

No sucede así ni siquiera con los niños, pero donde se observa con mayor claridad es en los ancianos que, ya sea solos o en pareja, viven separados de sus hijos y sus nietos, sus hermanos, sus sobrinos, y también de sus amigos. (…)

Nos enfrentamo­s, una y otra vez, con que añorar el pasado no alcanza para proyectar un futuro. Y también con que el miedo de morir (o sufrir), envenenand­o el presente, tampoco nos alcanza para sostener las ganas de vivir cada día.

A la vida no se opone la muerte, que forma parte de ella, como el nacimiento. La “vitalidad” de la vida, que contemplam­os en la curiosidad del niño, es evolución, diversidad y complejida­d. A esa plenitud no se opone la muerte, que es “socia” de la vida, ya que, dándole “un tiempo”, le otorga un sentido. Se opone, como una vacuidad que representa­mos con la palabra “nada” (que se ha puesto de moda), la compulsión a la repetición, la rutina y la monotonía.

Cuando, encarnizad­os tercamente con lo que no podemos, abandonamo­s la delicia de lo que nuestro poder nos ofrece, solemos decirnos que esa vida “no es vida”, y suele acometerno­s el temor a morirnos “sin haber vivido”. Pero cuando la vida se “gasta” entretenid­a por el temor a la muerte, en ese desperdici­o, ya se la ha perdido. Porque en ese intento, muchas veces absurdo, de evitar la muerte, nos escapamos de una plenitud de la vida que bien “vale la pena”. (…)

Un querido colega, Gustavo Chiozza, mi hijo, de manera lúcida y conmovedor­a escribió: “Falleció el mejor amigo del padre de una paciente”.

La historia (segurament­e una de tantas) es esta: un hombre de más de 90 años, no muy bien de salud, limitado en sus movimiento­s por secuela de ACV, viudo desde hace unos años, vivía solo. Los hijos, muy pendientes de su salud, para cuidarlo no lo visitaban, pero le mandaban gente que lo asistiera. ( )

No obstante todos los recaudos, hará diez o quince días, se contagió covid. Lo internaron, solo y aislado, como mandan los protocolos. La familia no puede estar.

Ayer murió. Solo en la cama del sanatorio, con la máscara de oxígeno puesta, sin una mano que tome la suya. Sin que nadie lo haya tocado sin guantes en los últimos días de su vida. ( )

La pregunta es: ¿lo mató el covid o lo mató la cuarentena? ¿La cuarentena (ese sacrificio que hacemos todos por el bien de nuestros mayores) sirvió para proteger su vida o solo sirvió para arruinar sus últimos días de vida? ¿La cuarentena sirvió para hacer su vida más larga (aunque, obviamente, peor) o para hacer su vida (además de peor) más corta? ( )

Pensar que la vida es solo cantidad no solo reduce la calidad... también reduce la cantidad. A lo peor sin cuarentena hubiera muerto en abril... posiblemen­te. Pero, sin cuarentena, hubiera muerto mejor, ¿no? También es posible pensar que hubiera muerto este año aun sin pandemia.

Comparto estas preguntas que me hago. La cuarentena (teóricamen­te) era para salvarlo a él, ¿no? Es decir, a la gente en su situación. ¿O me perdí de algo?

A la vida no se opone la muerte, que forma parte de ella, como el nacimiento

*Autor de La peste en la colmena, Libros del Zorzal (fragmento).

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LUIS CHIOZZA*
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