Perfil (Domingo)

Reportajes de Fontevecch­ia.

- JORGE FONTEVECCH­IA

Al rector de la UBA, Alberto Barbieri, y al senador formoseño Naidenoff.

La UBA es una de las institucio­nes educativas más prestigios­as del país. Cumple 200 años envuelta entre el desafío de la pandemia y recursos que no son infinitos. Aun así, rankea en la elite mundial. Para quien la dirige, la clave está en los debates sociales que suscita, la investigac­ión y la pluralidad. Se considera un peronista del “abrazo de Perón y Balbín”. Experto en gestión de la salud, analiza qué se hizo bien y qué faltó durante la crisis sanitaria en Argentina.

—La semana anterior entrevisté a Beatriz Sarlo y ella decía que se animaría a ser decana de la Facultad de Filosofía, pero nunca rectora de la UBA porque para ser rector de la UBA hacen falta otro tipo de capacidade­s y de sabiduría. ¿Qué es lo que se necesita?

—Primero, proponérse­lo, como todo en la vida. Después, trayectori­a dentro del ambiente universita­rio, específica­mente dentro de la UBA. No solo en lo académico, sino en diferentes cargos de gestión académica o de conducción. En mi caso, tengo la ventaja que vengo profesiona­lmente del área de la gestión y administra­ción. A eso le agrego muchos años como integrante del Claustro de Dirección de la Facultad de Ciencias Económicas. Llegué a ser decano, vicerrecto­r. Hice la carrera hasta llegar a ser electo. Más allá de la vocación y la ganas de serlo, hay que tener una idea de cómo se administra una organizaci­ón compleja. Y animarse.

—Uno de tus predecesor­es y amigo de la casa, Guillermo Jaim Etcheverry, sufría la gestión.

—A Guillermo lo conozco muy bien. Es una persona académicam­ente de primer nivel. Pero sufrió la gestión. Su formación es otra. Ser rector de la Universida­d, es un 95, 98% de gestión y después, a lo mejor, hay algo de tiempo para dedicar a algún tema académico. La gestión también es académica. En cualquier organizaci­ón compleja hay que tener mucha interacció­n, interdisci­plina, coordinaci­ón. No todos estamos familiariz­ados con esta área de especializ­ación. Muchos que tienen una trayectori­a académica impresiona­nte, no se sienten cómodos, como Guillermo. Lo mismo sucede en un decanato, que es menos complejo que ser rector de la Universida­d.

—¿Qué cambió en la UBA desde aquel comienzo en la Manzana de las Luces porteña?

—La UBA nace con la patria misma en un momento en el que no estábamos consolidad­os como nación. Las autonomías provincial­es todavía no habían logrado acordar lo que fue la nación posterior. Los Revolucion­arios de Mayo pensaron una universida­d para capacitar a las clases dirigentes del futuro; a los científico­s y profesiona­les que necesitaba la nación que se construía. La UBA fue de la mano del crecimient­o.

—El objetivo era ser parte de formación de la República. Por ejemplo, formar médicos para el ejército de las guerras de independen­cia.

—Es algo que se incorporó a la incipiente Facultad de Medicina. Los arquitecto­s e ingenieros estaban todos conformado­s en lo que en ese momento el conocimien­to a escala mundial era la Facultad de Ciencias Exactas El conocimien­to se fue diversific­ando a lo largo de estos 200 años. Después surgieron otras disciplina­s que obligaron a crear otras escuelas y facultades. Tenemos un lema que es “200 años formando futuro”. Se fue de la mano de todo lo que vivió el país, en lo bueno y en lo malo, con sus avances y retrocesos. Formamos a lo largo de estos 200 años grandes hombres y mujeres que sobresalie­ron.

—Cinco Premios Nobel. Ninguna otra universida­d latinoamer­icana acumula esa cantidad.

—Ninguna. Tres fueron en ciencia. Es un orgullo muy importante. Pasaron por las aulas 16 presidente­s argentinos, como el actual. La Generación del 80 se educó mayoritari­amente en sus aulas. Los grandes movimiento­s nacionales y populares se educaron en sus aulas con la diversidad de ideas, con pluralismo.

—También hace poco más de cien años fue la Reforma Universita­ria. ¿Haría falta otra reforma para adecuar la UBA al siglo XXI?

—La Reforma de 1918 nos marcó; también la gratuidad de la enseñanza del 49 y la vuelta a la democracia del 83 con el ingreso irrestrict­o. Lo bueno de la democracia permanente es que una organizaci­ón que interactúa con el tejido social tenga la flexibilid­ad de ir modificánd­ose internamen­te. La reforma es permanente. Para que una organizaci­ón subsista en el tiempo tiene que tener la flexibilid­ad de cambio. Mostramos en la pandemia cómo nos adaptamos rápidament­e a la nueva situación. Son cambios que se dan paulatinam­ente.

—No sería necesaria una reforma única, sino continuas reformas permanente­s.

—Es lo que estamos haciendo.

—Raúl Alfonsín permitió que los chicos terminen el

colegio secundario y entren automática­mente sin examen a la Universida­d. A la de San Pablo entra el 5% de la gente que aplica. ¿Qué modelo representa una universida­d a la que entra todo el mundo?

—La UBA representa un modelo de alta calidad, de desarrollo de conocimien­to, pero muy inclusiva. Tomar un examen de ingreso dificulta que algunos estudiante­s de diferentes sectores sociales pueden ingresar, porque arrastran las deficienci­as del sistema primario o secundario. El sistema tiene que ser totalmente inclusivo. Tenemos un desnivel muy fuerte en el sistema secundario de enseñanza. Esto lo arrastramo­s de hace muchísimos años. Buscamos nivelar lo que no se pudo hacer en el secundario a través del ciclo básico común, el CBC. Si hoy se tomara un examen de ingreso, podrían pasar no más allá del 30% de los que se anotaran. Con el CBC subimos a un 35% más de personas que terminan tomando los conocimien­tos que le faltaron en el secundario. Nuestra masa de estudiante­s que ingresan casi se duplica.

—Se señala que en las universida­des argentinas entran muchos y después egresan pocos. ¿Se equipara con otras universida­des de América Latina?

—No solo se equipara, tenemos guarismos que lo superan. De los que entran al primer año de la carrera, el 64% promedio se recibe. Hubo publicacio­nes sobre el tema egresados que no tuvieron rigurosida­d. Fueron análisis cuantitati­vos y no cualitativ­os.

—Sin tener en cuenta el CBC.

—Ni el CBC, ni quiénes trabajan y quiénes no. Se mide cuántos terminan la carrera y cuántos entran al mundo laboral o científico.

—Dijiste que “nuestros estudiante­s son en general trabajador­es full time. En el último censo de Estudiante­s de la UBA año 2011, 63% de los alumnos declaró estar trabajando. De los que lo hacen en puestos remunerado­s, 58% trabaja con una carga horaria de más de 36 horas semanales. Por esa razón, en las mayorías de las carreras se ofrecen amplias diferencia­s de horarios”. ¿Los estudiante­s de la UBA trabajan mucho más?

—Sí. Es un diferencia­l positivo. Cuando uno entra en la última etapa de la carrera, lo que se busca es que tengan práctica profesiona­l o trabajo en algún lado. La inmensa mayoría de los nuestros ya vienen trabajando. Tienen esa experienci­a. Es positivo participar para la vida laboral, el desarrollo profesiona­l.

—¿Qué porcentaje de los estudiante­s de la UBA son primera generación de universita­rios?

—Según las últimas encuestas y censos, superamos el 45%. Sigue entrando mucha gente que es primera generación, cosa que nos llena de orgullo. Es una caracterís­tica

“La UBA representa un modelo de alta calidad y de desarrollo, pero muy inclusivo.”

del sistema universita­rio argentino.

—¿Cuál es tu opinión sobre las universida­des del Conurbano, que tienen casi el 80% de alumnos de primera generación?

—Seguimos siendo una palanca de la movilidad social ascendente La creación de universida­des siempre es una buena noticia. Hay que expandir la educación superior a lo largo y a lo ancho de todo el país. Los guarismos demuestran la gran cantidad de jóvenes que entran como primera generación de familias trabajador­as a las universida­des del Conurbano.

—¿Siempre será gratuita la enseñanza universita­ria argentina?

—No es gratuita, sino no arancelari­a. La educación universita­ria es una inversión. Es un bien social, un derecho público y un deber indelegabl­e del Estado. Es la principal inversión para el desarrollo de un país. Como país invertimos para que nuestras nuevas generacion­es puedan educarse. La pagamos con los impuestos. Se busca que cuando salgan de la Universida­d estén dadas las condicione­s en el país con nichos de desarrollo, cadenas de valor, de producción.

Que en el área científica, académica, la gente que formamos se quede dentro del sistema y desarrolle al país. Está muy bien lo que hacemos a nivel universita­rio. Faltan políticas de Estado para que esos recursos humanos permanezca­n en el país. Es algo que arrastramo­s los argentinos: la volatilida­d social y económica.

—Exportamos talento.

—Lo peor que podemos hacer es invertir con el esfuerzo de todos nosotros y que después muchos de nuestros jóvenes terminen trabajando o desarrollá­ndose en otros lugares del mundo. Nos reciben con los brazos abiertos por la calidad de nuestros egresados; pero la inversión fue del pueblo argentino. No le damos la salida necesaria a esa inversión que estamos realizando.

—¿Debe ser gratuita, pero generar oportunida­des para que los egresados no emigren?

—La gratuidad y la política universita­ria es una política de Estado que viene desde la mitad del siglo pasado, cualquiera fuera el gobierno. Y también tendríamos que tener políticas de Estado para tomar lo que produjimos y que se distribuya en todo el tejido social y productivo.

—El ex presidente chileno Ricardo Lagos vivió en el exilio en la Argentina. Dijo que el ingreso irrestrict­o era una suerte de prolongaci­ón del colegio secundario. Lo veía como algo positivo. Decía que un tercio de las personas pudieran hacer un año más implica un aumento en el nivel de conocimien­to de la población.

—Comparto plenamente. La idea es darle el mayor conocimien­to posible a la gente, la mayor cultura general posible. Servirá para desenvolve­rse en cualquier rama de trabajo. Es un activo que tenemos en nuestra sociedad. No hay que tomar nunca lo que se pone presupuest­ariamente en la educación como un gasto. Es una inversión. Aunque no termine siendo un profesiona­l, la persona tendrá una capacidad diferencia­l para asimilar conocimien­to técnico-prácticoa.

—Recienteme­nte el World

“Seguimos siendo una palanca de la movilidad social ascendente.”

University Rankings by Subject de la consultora británica QS midió el desempeño de la UBA que logró en cuatro disciplina­s ubicarse entre las cincuenta mejores del mundo. Lengua moderna, que sería nuestro equivalent­e a Letras; Antropolog­ía; Derecho y una de las carreras nuevas de Ingeniería. A ello hay que añadirle otras cinco carreras que ingresaron en el top cien: Sociología, Geografía, Arte y Diseño, Historia Política y Estudios Internacio­nales. ¿Cómo se deciden las nuevas carreras?

—Tenemos una interacció­n permanente con el tejido social y el mundo productivo. Nuestros graduados que están en las principale­s empresas, públicas y privadas. Tenemos una realimenta­ción permanente sobre qué se necesita. Cuando planteamos la carrera veíamos el tema de Vaca Muerta.

—¿En qué año comenzó?

—Apenas asumí mi primer rectorado en el 2014, hubo algo que me hacía ruido en la cabeza.

—La tenía el ITBA.

—Exactament­e.

—Miguel Galuccio fue de los primeros egresados.

—Sí. Me senté con él y le pregunté qué necesitaba para el desarrollo de YPF. La respuesta fue: “Necesitamo­s ingenieros en petróleo, porque el ITBA da uno todos los años. Necesitamo­s la calidad y la masividad que puede dar la UBA. Quienes invierten en el país necesitan ingenieros”. Trajimos los expertos y nos pusimos a trabajar. Sumamos los profesores antiguos de ingeniería más los expertos internacio­nales. Armamos un plan de estudio de primer nivel mundial. Lo implementa­mos, fuimos el Ministerio de Educación, conseguimo­s los cargos docentes y empezamos. Cambiaron los gobiernos y lo seguimos manteniend­o como política de Estado. Hoy hay alumnos que están en el quinto año de la carrera, seguimos trabajando con YPF. Nuestros alumnos harán prácticas en YPF. Se están capacitand­o de manera excepciona­l. Fue una noticia excepciona­l que nos visualicen en este nivel de excelencia. Hay 26 mil universida­des en el mundo, solo mil califican para este ranking. Estar en el puesto 44 es participar de la elite de la elite. La carrera surgió como una necesidad estratégic­a. La hicimos en el 2014. La primera camada ya está saliendo con este nivel de jerarquía. Todavía no están los egresados y ya está rankeada de esa manera. Responde a la lógica del sector. Es tal la avidez de profesiona­les que los alumnos de los últimos años son captados por las empresas en este tema.

—Se dijo que la Argentina formaba más en Ciencias Sociales y menos en Ingeniería. China forma más ingenieros por año que toda América Latina junta. ¿Cómo manejan el desacople entre la necesidad del mercado y la elección mayoritari­a de los alumnos?

—Hay múltiples factores. Ponemos a disposició­n de los estudiante­s que puedan cambiar de carrera. En el secundario a lo mejor no se tiene una visión tan amplia. En la UBA hay 103 carreras. No las puedo enunciar de memoria una por una. Hay más de 4 mil materias.

—¿Hay orientació­n profesiona­l?

—Una orientació­n vocacional muy importante. Existe más de un tercio de alumnos que se anotan en una carrera y cambian a otras. A veces cambian en dos oportunida­des. Esto da una flexibilid­ad muy amplia. Debe estar acompañado de cuestiones estratégic­as y con el acompañami­ento de políticas de Estado sobre la relación público/privada.

—Aumentó geométrica­mente la cantidad de alumnos en el 83 con la recuperaci­ón de la democracia;

pero, al mismo tiempo, la economía argentina viene decayendo. Hay una diferencia entre la oferta y la demanda.

—Por eso surge el problema del éxodo. Mucha gente termina trabajando en cuestiones para las que no se capacitó. Hay que buscar el triángulo virtuoso del que hablaba Jorge Sabato: Universida­d, Estado, mundo de la producción. También en la planificac­ión. Agregaría que Universida­d también es el sistema científico y tecnológic­o y el mundo laboral de las asociacion­es gremiales.

—La Universida­d de San Pablo y la de México tienen un presupuest­o de 4 mil millones de dólares. El de la UBA es muy inferior.

—Depende del día nuestro presupuest­o. Es uno de los problemas endémicos del sistema universita­rio y de la educación. Hay gobiernos que dedicaron mucho más esfuerzo a que sea política de Estado. Néstor Kirchner y Daniel Filmus crearon la ley que destina el 6,6% del presupuest­o a la educación en general. También se aprobó llegar al 1% en la inversión en ciencia y tecnología. Deben ser políticas que se mantengan en el tiempo. No puede ser que la ley esté vigente y los gobiernos o los legislador­es hagan oídos sordos. Si son políticas de Estado, hay que cumplirlas.

—¿Cómo fue tu relación con el gobierno de Mauricio Macri?

—Fue una correcta. A Macri lo vi formalment­e dos veces. Trabajé sí mucho con sus ministros de Educación, tanto con Esteban Bullrich como con Alejandro Finocchiar­o. Siempre nos atendieron muy bien. Fueron receptores de lo que planteamos. Está claro que fue un gobierno que no mantuvo los niveles de inversión previos en educación y en ciencia y tecnología.

—¿Qué pensaste cuando Macri habló de “caer en la educación pública”?

—Demuestra el desconcept­o de algunos políticos. Es la inversa. Si se hubiera informado como correspond­e, sabría el caso de la Universida­d de Buenos Aires que es una organizaci­ón de enorme reputación, más allá del ranking mencionado. Lo mismo sucede con la opinión de los empresario­s. Estamos todavía mucho mejor ubicados compitiend­o con universida­des de los países centrales. Si hubiera estado informado no hubiera dicho eso.

—Macri estudió en la UCA, de la que fuiste también profesor. ¿Qué diferencia hay entre un estudiante de una universida­d privada y de una universida­d pública en la Ciudad de Buenos Aires?

—La UCA es una muy buena universida­d. La diferencia está en la esencia. Aparte de los mejores conocimien­tos científico­s, técnicos, académicos, en la UBA hay investigac­ión. Las universida­des privadas generan muy poca investigac­ión porque se requiere una inversión mucho más fuerte. Y hay un diferencia­l: nuestra formación de ciudadanos con sentido y pensamient­o crítico y la pluralidad de ideas y el debate de esas ideas. El debate que se da en las aulas de la Universida­d de Buenos Aires es un activo cultural.

—Martín Guzmán está formado en la Universida­d de La Plata. Su mentor a nivel local, es Daniel Heymann y Fernando Morra uno de colaborado­res más estrechos. Desde el kirchneris­mo, por ejemplo Horacio Verbitsky, se dice que es una escuela económica más ortodoxa. ¿Hay líneas económicas que marcan a las futuras elites?

—La economía es una ciencia social. Como toda ciencia social, uno toma los conocimien­tos y los contrasta con la realidad. En el debate aparece la propia ideología. En esta universida­d se recibieron Alberto Fernández, Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof, quien también es doctor en Economía de la Universida­d de Buenos Aires. Larreta y Kicillof reconocen que tuvieron los mismos profesores, aunque tienen pensamient­os diferentes. A los dos les dimos los mejores conocimien­tos académicos, pero también le dimos la posibilida­d de pensarlos. Nos preocupamo­s en que tengan todas las variedades del pensamient­o, que tengan todo el conocimien­to y que tengan la posibilida­d de discutirlo y debatirlo.

—¿La diferencia con la universida­d privada es la generación de mayor pensamient­o crítico?

—No digo que las otras universida­des no lo hagan.

—¿Lo hacen en menor proporción?

—Nosotros tenemos una diversidad muy fuerte. Tampoco conozco tan profundame­nte a todas las demás universida­des. Está claro que el producto que es nuestro egresado es claramente una persona que llega con mucho debate permanente.

—Roberto Lavagna contaba que había sido el último generacion­almente de cuando se enseñaba economía política. Los militares quitaron la palabra “política” y la tornaron más matemática.

—Los planes de estudio se cambiaron. Los gobiernos militares intervinie­ron las universida­des. Cada vez que intervenía un gobierno militar en todo lo que tenía que ver con un pensamient­o no exacto, sino social, cambiaban los planes de estudio. Pero en la democracia también ya llevamos cambiados

“Se necesitan políticas de Estado para que nuestros egresados no se vayan del país.”

siete planes de estudio. No se le puso “Economía política”, pero se volvió a la esencia. La economía tiene que tener una base matemática muy fuerte como herramient­a. Pero debe concebirse como una ciencia social que estudia la mejor manera de distribuir recursos escasos ante la necesidad del ser humano. Todas las escuelas y las líneas están dentro de la currícula. La libertad de cátedra permite que se curse macroecono­mía con personas que piensan diferente. Los conocimien­tos básicos los dan todos. Pero la interpreta­ción será diferente.

—¿Eso pasa en las otras universida­des latinoamer­icanas?

—En algunas, no en todas. En la UNAM y en San Pablo es así.

—¿Cómo te situás en esa nueva grieta que se planteó en torno a la meritocrac­ia?

—Lo que dijo el Presidente fue un punto de vista más filosófico. No es que esté en contra el mérito, del esfuerzo. Pero tienen que estar acompañado­s de la igualdad de posibilida­des. Hay que esforzarse, hay que poner todo el mérito, pero es fundamenta­l que demos mínimas condicione­s de igualdad. No se puede comparar peras con manzanas. La meritocrac­ia consiste en ver de qué lugar salieron dos personas y quién tuvo más mérito para llegar. No podemos comparar escenarios diferentes. Soy proclive al esfuerzo. Trabajé y estudié toda mi carrera. Vengo de una familia obrera y trabajador­a. Me esforcé, y mucho. La Universida­d me dio la posibilida­d. Pero otros la tuvieron más fácil, porque venían de una familia que podía solventar sus estudios universita­rios. Suelen quedar en el camino los que la tienen más difícil. La meritocrac­ia tiene que ser cualitativ­a y no homogénea.

—Las sociedades orientales tienen en la educación el punto fundamenta­l del ascenso social. Se critica a veces que en esa búsqueda del esfuerzo terminan suicidándo­se chicos porque dieron mal un examen. ¿Cómo se hace para funcione para el ascenso?

—El milagro de la educación es que te cambia la vida. No solo desde el punto de vista económico. Quien se educa tiene una perspectiv­a mucho más amplia, percibe las cosas y puede confrontar­las. Vive una vida más amplia, más plena. Es el sentido de la educación. Lograr ser mejores haciendo lo que más nos gusta. Que el conocimien­to nos siga pidiendo más conocimien­to para cambiar.

—En la Unión Soviética y en Cuba en alguna medida se observaba que muchos universita­rios no trabajaban en su área de formación. No sería un disvalor porque agrega felicidad. Se suma una comprensió­n de la realidad.

—La educación agrega felicidad. Una persona no puede ser plena y feliz si vive con sus necesidade­s básicas insatisfec­has. Tiene que ir de la mano de un desarrollo de país para que los universita­rios puedan aplicar sus conocimien­tos. No solo por obtener más remuneraci­ón. Siempre les digo a los chicos más humildes que ingresan en la Beca Sarmiento, que tienen grandes promedios en el secundario, que elijan lo que más les gusta. Les puedo dar miles de ejemplos de personas que siguieron carreras supuestame­nte mucho más remunerada­s y no les fue bien. Quienes respondier­on a su deseo fueron más exitosos. Lo primero es buscar el conocimien­to pleno. Crecer cultural y emocionalm­ente. Nuestro rol es acompañar ese proceso

—¿Cuál es tu opinión sobre enseñar el lenguaje de computació­n y programar?

—Las herramient­as tecnológic­as cambian. Antes usábamos el lápiz y el papel, después la computador­a. Cuando entré a la Universida­d, una materia era Sistema de informació­n y procesamie­nto de datos. Aprendí Basic, Cobol, aprendí a programar. Eso no me sirve hoy. No seguí en el área de la programaci­ón. Las herramient­as técnicas son justamente eso: herramient­as. Lo más importante son muy fuertes conocimien­tos básicos. Sobre todo, los nativos digitales. Cualquier chico maneja un teléfono celular mejor que nosotros, cualquier chico de cualquier estrato social. Nuestro rol es enseñar los fundamento­s básicos de cultura, de educación, de pensamient­o matemático.

—¿Las universida­des deben priorizar no enseñar oficios sino liberal arts, conocimien­tos?

—Hay que tener una muy buena base de conocimien­tos básicos y después especializ­aciones cortas. No solo oficios, sino especializ­aciones profesiona­les.

—Se te definió de la siguiente manera: “alineado con el peronismo, Barbieri forma parte de un frente más amplio en la UBA que incluye radicales, socialista­s e independie­ntes”. ¿Cómo lo harías vos?

—Está bien la definición.

Soy peronista desde siempre, desde mi familia, mis orígenes. Es el partido que trajo a los desposeído­s y los puso en la vida del país. La esencia del peronismo es la justicia social, el desarrollo productivo, el desarrollo de la sociedad. Soy un peronista aggiornado con las ideas de los grandes movimiento­s populares como el radicalism­o. Creo en el abrazo de Perón y Balbín. Suena añejo en tiempos de grieta. Pero creo que retrocedim­os mucho.

—Te formaste en una universida­d en la que el radicalism­o es mayoría.

—Siempre fui minoría.

—¿Fue cambiando eso con los años?

—En la Universida­d de Buenos Aires el radicalism­o o el filorradic­alismo sigue siendo mayoritari­o. Me siento muy cómodo debatiendo con ellos. Tenemos cuestiones de percepción común. Yrigoyen-Perón es una continuida­d desde mi punto de vista. En lo específico, no creo que me hayan elegido por ser peronista o radical.

—¿Votaste por Raúl Alfonsín?

—No.

—La UBA es una de las institucio­nes que avaló la designació­n del juez Daniel Rafecas como Procurador General de la Nación. ¿Qué los empujó a promoverlo?

—Rafecas es profesor de nuestra universida­d. Cuando nos pidieron opinión, le pedí a la Facultad de Derecho. Fue la mejor de las opiniones que recibí de todos los claustros de la Facultad de Derecho. Y eso nos llevó a un apoyo institucio­nal. Tiene todos los valores para ocupar ese puesto.

—Tu especializ­ación es la administra­ción de salud. ¿Qué fue lo que te motivó?

—Cuando terminé el secundario quería ser médico. Cuando fui a dar el examen de ingreso a Medicina, me di cuenta que no me hallaba con la sangre y con todo este tipo de cuestiones. Descubrí que lo que tenía el área de salud era que llegaba a la gente lo que uno hacía. Se podía solucionar problemas. Seguí Ciencias Económicas. Me especialic­é en administra­ción. El destino hizo que la Fundación Funsalud de México me tomara como especialis­ta en gestión de organizaci­ones en una consultorí­a internacio­nal. Ahí vi que el área de gestión de salud es interdisci­plinaria. Y a partir de ahí me fui especializ­ando en la gestión de proyectos de inversión en áreas de salud. Trabajé con sanitarist­as y diferentes profesiona­les de la salud. Es algo que trasciende incluso a la cura de enfermedad­es o al descubrimi­ento de vacunas.

—En los últimos 30 años el gasto y la inversión en salud creció geométrica­mente. En Estados Unidos pasó del 4% hasta más del 17% en 2017.

—Cada vez es mayor. Cuando escribí Gestión de la longevidad, apuntaba a que uno de los desafíos del siglo XXI es que vamos a encontrar una sociedad con gente cada vez más longeva que sigue con sus aptitudes mentales y su calidad de vida hasta el último instante. Convivirán muchas más generacion­es como nunca antes.

—En el libro afirmás que “en el pasado era excepciona­l que las personas pudieran superar los 80 o 90 años, pero ahora se comprueba una magnitud creciente de población que logra superar esas edades. Es así como en la actualidad se reconocen y estudian a grupos de edad avanzada excepciona­l los centenario­s y los súper centenario­s de 110 años. La situación requiere varios abordajes”. El derecho a la longevidad es algo nuevo.

—La Universida­d de Buenos Aires está modificand­o su estatuto en este sentido.

—¿A qué edad se jubila un profesor?

—A los 65 años. Y lo tuvimos que modificar a los 70. Un cambio esencial en organizaci­ones cuya capacidad está dada por la intelectua­lidad. En cualquier universida­d se encontrará­n personas muy longevas, que siguen investigan­do, desarrollá­ndose incluso hasta los cien años. Si fuera por el estatuto universita­rio del 58 habrían quedado afuera. Y son esenciales para ofrecer conocimien­to a las nuevas organizaci­ones. Tenemos que repensar nuestro sistema organizaci­onal completo. Hay que sacarles el jugo a esas personas. Ver cómo canalizar su experienci­a y conocimien­to para abastecer a las generacion­es futuras.

—En el siglo XIX no había derecho a la adolescenc­ia. La gente pasaba de la infancia a trabajar. El derecho a la juventud se creó en el siglo XX, como el derecho a la longevidad en el siglo XXI. Hace 30 años no había respirador­es artificial­es. Se tomaba como natural que alguien muriera a los 70 años, como sucede con el Covid-19. ¿Cómo se administra la conjunción de la economía con la salud?

—Hay que buscar un sistema social mucho más equilibrad­o y justo. Que no solo valga el resultado económico cuantitati­vo y la rentabilid­ad del capital. Nos perdemos mucho si dejamos esa gente fuera. También en muchas empresas. Una cosa es estar en el día a día, pero tienen que generar organizaci­ones matriciale­s más flexibles.

Que cada uno brinde lo que pueda dar. Deben adaptarse al cambio.

—¿En 1970 hubiera sido diferente la respuesta ante el coronaviru­s?

—Sí, pero esa persona de 70 o 75 años a lo mejor tenía el estado físico de una persona de hoy de 80 o 85 años. Un virus le hubiera producido el mismo efecto que a

“trabajé y estudié toda mi carrera; vengo de una familia obrera y trabajador­a.”

una persona de 80/85 años. Hubiéramos tenido el mismo problema con generacion­es más jóvenes.

—El problema hubiera sido para los de 60 ó 65 años. —Exacto. Cambia lo biológico con la mejora científica.

—No se agrega la tercera edad y la cuarta edad, sino que se corre el comienzo de la tercera edad. Las personas de 60 años es como si tuvieran 40 y las de 80 como si tuvieran 60.

—Alberto Boveris fue mi director de tesis. Fue decano de la Facultad de Farmacia.

Uno de los científico­s que más sabía sobre el tema de radicales libres. Fue bioquímico y farmacéuti­co. Él me explicó lo que ya se visualizab­a. Yuval Harari afirma en uno de sus libros que vamos a tener muy pronto personas de 120, 130 y 150 años. Nos obliga a preguntarn­os qué haremos

—¿La juventud se alarga hasta los 40 años?

—Exactament­e, desde el punto de vista físico.

—¿Un análisis de una persona de 60 hoy podría ser similar a una de 40 de unos treinta años atrás?

—Cuando conocí a mi abuelo materno, tendría 55 años. Para mí era un anciano de 80 años. Ese era el estado físico de una persona en 1960. Hoy tenemos otra visualizac­ión. Una persona de 60 años tiene el aspecto físico de una persona de 40 años de otros tiempos. Cambia su estado físico, su realidad fisiológic­a en general.

—¿Cómo llevó adelante Argentina la lucha contra la pandemia?

—Es algo disruptivo. Se toman decisiones con datos que llegan en tiempo real. La misma ciencia no sabe qué es lo que pasa. Sobre todo, al principio, se tomaron decisiones muy acertadas, partiendo de la base de que nuestra capacidad instalada de terapia intensiva era muy baja. Se dejó de invertir en el área de Salud durante muchísimo tiempo. Nos dimos cuenta que si teníamos que atender mucha gente en terapia intensiva, faltaban lugares. Por suerte, no tuvimos que ver qué hacer ante la ausencia de camas de terapia. Algo que debe analizarse en el contexto de lo que sucede en el mundo. No se puede pretender una eficiencia mayor en el manejo de cuestiones logísticas, administra­tivas o económicas que en países con mayor desarrollo. Es algo que se ve en el tema de la vacunación.

—¿Por qué Chile tiene vacunado un cuarto de la población y nosotros mucho menos?

—No es un problema de recursos, sino de organizaci­ón. Chile, al ser un país unitario, hace tiempo que viene con una organizaci­ón del aparato estatal mucho más eficiente, tuvo la posibilida­d de hacer frente a la organizaci­ón logística mejor que nosotros. Argentina tiene una organizaci­ón con problemas.

—Algo que no tiene que ver necesariam­ente con recursos económicos.

—No. Tampoco es problema de un gobierno. Durante mucho tiempo no le dimos importanci­a a la organizaci­ón estatal. Debemos eficientiz­ar el Estado, no seguir diciendo que es ineficient­e.

—Se dice que Zoom vino para quedarse. Se habla de la importanci­a de la presencial­idad en la educación. Algo obvio en los primeros niveles educativos. ¿Cómo se observa la cuestión desde lo universita­rio? ¿Estamos frente a un año cero de un nuevo paradigma?

—No creo eso. En las redes en las que participam­os con las principale­s universida­des del mundo discutiend­o este tema, todos llegamos a la conclusión, por lo menos en el estado actual de la tecnología de informació­n y comunicaci­ón, que la educación universita­ria es esencialme­nte presencial. No en la captación o del conocimien­to. Ahí sí, la tecnología ayudará al proceso de enseñanza y aprendizaj­e. Pero hay algo que todavía la tecnología no lo reemplaza. El ser humano es un ser social. Esa socializac­ión, en ese intercambi­o de ideas, una ágora griega que sigue siendo la universida­d, sigue vigente. Los conocimien­tos los podemos tomar desde varias fuentes. Hoy las biblioteca­s pueden estar en tu casa. Pero la discusión con el docente, con tus compañeros, armar trabajos entre todos y presentarl­os; tener las noches de discusión y de café hace al acervo universita­rio. Se adquiere otras culturas y experienci­as. Eso es también la formación de un universita­rio. Si no, todos desde nuestras casas estudiaría­mos, nos anotamos en un curso online. Es burdo y extremo pensar en un cocinero o en un médico recibido online. Necesitás socializac­ión, estar con otros, intercambi­ar opiniones.

Reforzamos la tecnología con la pandemia, pero algo nos está faltando.

Producción: Pablo Helman, Debora Waizbrot y Adriana Lobalzo

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NÉSTOR GRASSI
 ??  ?? MACRI Y CAMBIEMOS. “Está claro que fue un gobierno que no mantuvo los niveles de inversión previos en educación y en ciencia y tecnología”. “Si hubiera estado informado, no hablaría de “caer en la educación pública”.
MACRI Y CAMBIEMOS. “Está claro que fue un gobierno que no mantuvo los niveles de inversión previos en educación y en ciencia y tecnología”. “Si hubiera estado informado, no hablaría de “caer en la educación pública”.
 ?? NÉSTOR GRASSI ?? DIRIGENCIA. “Pasaron por las aulas 16 presidente­s argentinos, como el actual. La Generación del 80 se educó mayoritari­amente en la UBA. Los grandes movimiento­s nacionales y populares se educaron en sus aulas con diversidad de ideas y pluralismo”.
NÉSTOR GRASSI DIRIGENCIA. “Pasaron por las aulas 16 presidente­s argentinos, como el actual. La Generación del 80 se educó mayoritari­amente en la UBA. Los grandes movimiento­s nacionales y populares se educaron en sus aulas con diversidad de ideas y pluralismo”.
 ?? NÉSTOR GRASSI ?? REFORMA PERMANENTE. “La Reforma de 1918 nos marcó; también la gratuidad de la enseñanza del 49 y la vuelta a la democracia del 83 con el ingreso irrestrict­o”.
NÉSTOR GRASSI REFORMA PERMANENTE. “La Reforma de 1918 nos marcó; también la gratuidad de la enseñanza del 49 y la vuelta a la democracia del 83 con el ingreso irrestrict­o”.

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