Perfil (Domingo)

Necesitamo­s arqueólogo­s en el Congreso

- FEDERICO STURZENEGG­ER* *Profesor en la Universida­d de San Andrés, Harvard y HEC (París).

Cuando pensamos en lo que hace el Congreso, pensamos en cosas épicas: las leyes fundamenta­les de la nación, la preservaci­ón de la república, o en ponerles un freno a las tendencias hegemónica­s de cualquier gobierno. Son cosas grandes e importante­s.

Pero esa agenda de las grandes cosas convive con una agenda más oculta y a primera vista menos relevante. Una tarea que combina la muñeca de un orfebre y la precisión de un relojero con la tenacidad de un arqueólogo.

La referencia a la arqueologí­a no es casual. Nuestro marco jurídico es un entramado de capas históricas que, como las siete ciudades que se superpusie­ron en Troya, van adicionand­o normas que se apilan una arriba de la otra.

La arraigada creencia de que el Estado te cuida, la creencia de que las interaccio­nes humanas son el campo de batalla entre poderosos y ciudadanos indefensos nos ha llevado, a través de los años, a regular la vida cotidiana de los argentinos poniendo límites a todo. Como principio todo está prohibido, y lo que no lo está queda sujeto a innumerabl­es restriccio­nes. El Estado se mete hasta en las cosas más íntimas, por ejemplo, te obligaba, si hacías un baño, a que tuvieras bidet.

Esto es un problema, porque las interaccio­nes humanas voluntaria­s ocurren si ambas partes se benefician de ellas, por lo que muchas veces las restriccio­nes que imponemos generan más daño que beneficio. La reciente ley de alquileres sería un buen ejemplo.

Surge entonces la tarea de encontrar esas cuñas, esos bloqueos, esas restriccio­nes, a veces pequeñas, a veces impercepti­bles pero que sin que lo sepamos pueden destruir industrias enteras. El día que logramos identifica­rlas y eliminarla­s, miramos para atrás y nos preguntamo­s, ¿por qué prohibíamo­s esto?

Hoy quiero ilustrar este desafío de arqueologí­a legal, usando como ejemplo una palabra que, aun cuando fue insertada con la mejor buena voluntad, destruyó una industria entera. Espero que la anécdota sirva para entusiasma­r a los nuevos legislador­es que llegarán en diciembre al Congreso en su rol de arqueólogo­s legales. Mientras algunos usan el telescopio para encontrar el camino al futuro, es necesario que otros despejen las piedras del camino que nos impiden avanzar en esa dirección.

Vayamos al caso. Nuestro Código Civil y Comercial estipula en su articulo 288 que versa sobre la firma que “en los instrument­os generados por medios electrónic­os, el requisito de la firma de una persona queda satisfecho si se utiliza una firma digital, que asegure indubitabl­emente la autoría e integridad del instrument­o”.

Esto parece, no solo inocuo, sino moderno. Pero el problema es el uso del término “firma digital”. Según la Ley 25.506 de 2001, la firma digital requiere un certificad­o emitido por un licenciata­rio centraliza­do. En pocas palabras implica hacer un trámite (en papel y presencial) con un certifican­te. En la práctica es conseguir un token (típicament­e alojado en un pendrive) que contenga el certificad­o. ¿El resultado? Nadie hacía el tramite, nadie tiene un token, y por ende la firma digital es impractica­ble o poco práctica. Parafrasea­ndo a Perón, que decía “¿quién ha visto un dólar?”, podríamos decir “¿quién ha visto un token?”.

La Ley 25.506 se promulgó en 2001 con toda la buena intención del mundo. Pero desde entonces, alternativ­as de encriptaci­ón como el blockchain permiten modalidade­s de firma instantáne­a como las que se puede hacer hoy, por ejemplo, con el programa DocuSign, con el cual se firman millones de documentos en los EE.UU. Pero, claro, el 288 prohibía su uso o los vaciaba de validez legal.

En 2017, sobre todo por el liderazgo de Horacio Liendo (n), trabajamos para que los decretos de desregulac­ión de ese año, que luego se convirtier­on en Ley 27.444, cambiaran la palabra “digital” por “electrónic­a”, que engloba estas otras tecnología­s al disociar la firma de la que define la Ley 25.506. Lo hicimos para la Ley de Cheques (24.452), tarjetas de crédito y pagarés bancarios. Estrictame­nte estipulamo­s que “si el instrument­o fuese generado por medios electrónic­os, el requisito de la firma quedará satisfecho si se utiliza cualquier método que asegure indubitabl­emente la exterioriz­ación de la voluntad de las partes y la integridad del instrument­o”.

Levantar la prohibició­n del uso de otras modalidade­s de firma generó una revolución en la modalidad de emisión de cheques. Nacían así los e-cheq. Los e-cheqs que cada usuario podía firmar desde su PC, sin token, no permiten vicios de forma, se pueden partir, quedan plenamente registrado­s en todas sus fases, no se pueden perder, ni te los pueden robar. No hay que moverlos de un lado a otro. Todas las partes involucrad­as tienen acceso a él en todo momento (el cheque físico está solo en el banco receptor). Con tantas virtudes no extraña que estén reemplazan­do rápidament­e al cheque físico. De hecho, el resultado fue una revolución, hoy los cheques electrónic­os ya representa­n casi la mitad de los cheques emitidos. Y en poco tiempo desplazará­n a los cheques físicos por completo.

Por la agilidad de su ejecución, los cheques diferidos son el instrument­o de crédito más accesible que tienen nuestras pymes. El Estado, al prohibir los cheques electrónic­os, había restringid­o la agilidad de uno de los instrument­os de crédito más importante­s del sistema. El Estado que nos protegía en realidad nos prohibía y nos descuidaba.

Lo interesant­e es que aun cuando hoy se emiten millones de cheques electrónic­os, no se han producido situacione­s de riesgo, estafas, o litigios que el 288 intentaba evitar. Es que la gente no interactúa entre sí para embromar al otro. Como decíamos, actúa para hacer transaccio­nes voluntaria­s, que solo se llevan a cabo si dejan a ambos mejor. La idea de que el Estado tiene que supervisar y regular cada una de esas transaccio­nes es una idea en muchos casos fatídica. Debemos tenerle más confianza a la libertad y empezar a temerle mucho más a la regulación.

Lo cierto es que este es solo un ejemplo. Nuestro cuerpo legislativ­o está lleno de puertas secretas detrás de las cuales se esconden importante­s tesoros. Ojalá que el nuevo Congreso traiga consigo a muchos arqueólogo­s que nos ayuden a derribar estos escollos impercepti­bles. De hecho, como dijimos, falta cambiar “digital” por “electrónic­o” en el 288, extendiend­o lo que hicimos en la Ley de Cheques a toda la legislació­n. Si ese pequeño cambio generó grandes transforma­ciones imaginen lo que haría extendido a todos los contratos.

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SHUTTERSTO­CK PARLAMENTO. Los nuevos legislador­es serán los “arqueólogo­s” de las leyes.
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