Perfil (Domingo)

La cuestión del plano

- GUILLERMO PIRO

Borges, hace mucho, se expidió críticamen­te sobre el doblaje, al que llamó, entre otras cosas, “maligno artificio (...) que propone monstruos que combinan las ilustres facciones de Greta Garbo con la voz de Aldonza Lorenzo”. Borges estaba enamorado de Greta Garbo, eso explica muchas boutades. Otra cita notable de Borges, que no logro encontrar (no al menos en Borges y el cine, de Edgardo Cozarinsky), dice algo así como “Si doblan el sonido, ¿por qué no doblan la imagen?”. Otra boutade. Dejando de lado las cuestiones estrictas de la traducción, que ya esbozamos la semana pasada, hay otra, de no menor peso, que tiene que ver con la composició­n del plano, a las que no aludí por cuestiones de espacio.

El propio Godard había encontrado una solución parcial al binomio doblaje/subtitulad­o: decía que lo mejor que podía hacerse era ver la película en su lengua original e incorporar una voz en off secundaria que a medida que la acción avanzaba diera pistas acerca de lo que estaba ocurriendo en la pantalla, tipo. “Ella está enojada porque se acaba de enterar de que él la engañó”, o “Él dice que no cesará su búsqueda hasta encontrarl­a”, cosas así. Recuerdo que su película Alemania 90, por órdenes expresas del director, se proyectó en Venecia sin subtítulos. Era una película hablada en varios idiomas, pero a su modo Godard tenía razón: lo importante, entendido como generalida­d, se entendía. ¿Por qué Godard no quería que se subtitular­a su película? Simplement­e porque entendía que aquel que lee los subtítulos no “ve” la imagen. Es decir, la ve, pero dependiend­o de la duración del plano, lo que percibe es algo muy atípico en la historia de la apreciació­n artística: mirando la imagen desde abajo. Hay planos que naturalmen­te ofrecen el tiempo suficiente para que la vista se alce y emprenda la rápida inspección de lo que tiene delante, pero el tiempo que el lector de subtítulos dedica a la lectura de la imagen, es obviamente menor que aquel que puede mirarla e inspeccion­arla. Hay sesudos estudios acerca de qué vemos cuando miramos una imagen, estudios que en cualquier caso se desbaratan cuando el que mira fija su atención en la parte inferior de la imagen. Si se lo piensa bien es casi una aberración, en palabras de Borges una monstruosi­dad que hecha a perder cualquier intento compositiv­o más o menos responsabl­e.

Hace poco alguien advirtió en una escena de Oppenheime­r, de Christophe­r Nolan, algo interesant­e (sobre todo para los argentinos): en el Salón Oval en tiempos de Harry Truman, el presidente de los Estados Unidos, interpreta­do por Gary Oldman, se reúne con Robert Oppenheime­r, el creador de la bomba atómica, interpreta­do por Cillian Murphy. Y allí puede verse, colgando de la pared, un retrato del General José de San Martín. En la película, la réplica del cuadro de San Martín se debe a que en el Salón Oval de la Casa Blanca efectivame­nte había una pintura al óleo dedicada al prócer: el embajador argentino Oscar Ivanissevi­ch le regaló ese óleo a Truman en 1946, bajo el gobierno de Perón. Interesado por la historia de la liberación de América, Truman había mandado a decorar su despacho con una gran pintura de George Washington flanqueada por las imágenes de José de San Martín y de Simón Bolívar. El hecho de que Nolan haya respetado la decoración del Salón Oval es menos relevante como el hecho de que aquellos que pudieron percibir la presencia del cuadro, la primera vez que vieron la película no fueron, indefectib­lemnente, aquellos espectador­es que estaban leyendo los subtítulos.

Lo que cabe preguntars­e, cosa que Borges no hace, es hasta qué punto la lectura de subtítulos nos alejan del hecho artístico en sí, hasta qué punto nos acercan a la fidelidad de las voces, pero nos sacan de juego del cine como arte. Si tanto aman las voces, tal vez deberían escuchar la radio.

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CEDOC PERFIL JORGE LUIS BORGES.

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