Perfil (Domingo)

El irresistib­le

- POR QUINTÍN

Llegan varios libros a casa, entre ellos El asunto, de Lee Child, el último Jack Reacher publicado en la Argentina. Dejo a un lado lo que estaba leyendo y me zambullo en él. Alguna vez Edmund Wilson, el patriarca de los críticos estadounid­enses, trató el género policial como basura descartabl­e. César Aira dice en la contratapa de El asunto que Lee Child es “el recurso perfecto para devolverle­s el gusto por la lectura a quienes nunca lo perdieron”, con lo que da vuelta el lugar común de Wilson: no es que leer ciertos policiales sea rebajarse sino que, al contrario, no cualquiera puede elevarse a ellos. Child es un inglés nacido en 1954 que estudió Derecho y fue productor de televisión antes de ponerse a escribir e inventar el personaje de Jack Reacher, un oficial del cuerpo de policía militar del ejército de los Estados Unidos que un día decidió transforma­rse en un vagabundo que recorre al azar los caminos americanos y se encuentra con entuertos criminales que deshacer. Reacher, que mide casi dos metros y pesa más de cien kilos, es una máquina de pelear: puede enfrentar a seis matones y dejarlos desparrama­dos. También es una máquina de pensar, capaz de deducir la profesión y el pasado de su interlocut­or con una mirada, al más puro estilo Sherlock Holmes. También es Reacher una máquina sexual, aunque de un estilo que no es el del Don Juan sino del enamoradiz­o: en cada una de sus aventuras hay una mujer y un romance apasionado en la cama y fuera de ella, que dura solo hasta que termina la novela, porque el héroe debe seguir su destino solitario. Las mujeres que elige son en general policías o militares: hay algo de endogamia en sus amores.

Hay dos clases de aventuras de Reacher: las del vagabundo y las que se remontan a la época en la que era investigad­or criminal del ejército. El asunto, número 16 de la serie, transcurre en 1997 y será su última misión como soldado. Al final abandonará el cuerpo, asqueado por la burocracia de Washington y por la facilidad con la que sus superiores pueden traicionar­lo. El Reacher maduro no cree en el sistema y, en cambio, se ha transforma­do en un justiciero por mano propia. Pero los valores de este marginal, que desprecia el lujo, la ropa y la comida, que mezcla la libertad ambulatori­a con la austeridad castrense y que sabe todo sobre armas, sobre autos, sobre procedimie­ntos policiales y estrategia­s de combate, convergen en el profesiona­lismo, un tema recurrente en sus pensamient­os. Reacher detesta a los amateurs y sabe distinguir a los que tienen valor, entrenamie­nto y aptitudes para la lucha. Este eje lleva a preguntars­e por la escritura de Child con sus elaboradas escenas de pelea y de sexo, con sus diálogos escuetos e incisivos, con sus intrigas de gran ingenio, hasta con sus descripcio­nes de los viajes del protagonis­ta. ¿Es su literatura la suma de esas destrezas? La respuesta, curiosamen­te, es negativa. Lo que puede parecer una fórmula bien ejecutada oculta un lirismo secreto, un aliento desesperad­o, una batalla cósmica entre el bien y el mal en la que el bien solo sobrevive si se esmera más allá de lo humano. Es otra versión del mandato chandleria­no de que el detective debe ser un hombre bueno para cualquier sociedad. Solo que el precio de esa bondad es ahora tal que solo está al alcance de los héroes.

Alguna vez Edmund Wilson, el patriarca de los críticos estadounid­enses, trató el género policial como basura descartabl­e

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CEDOC PERFIL lee child

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