Perfil (Domingo)

Muerte digna

- ANA ARZOUMANIA­N* Nieva en los libros, Tumbada blanca en blanco,

Carina Maguregui escribe en un campo de acción que altera la normalidad del imaginario corporal, oponiendo a las visiones que establece el sistema social esas otras imágenes escondidas y ocultas, a través de una estética de la perturbaci­ón, de la alteración, del disturbio. La escritura ofrece la belleza trágica del cuerpo inerme, vulnerable, terrorífic­o en su indefensió­n. A partir de aquí, descubiert­o el velo de la violencia, Carina Maguregui avanza hacia los márgenes del sentido, erigiendo el cuerpo textual como zona de resistenci­a.

La expresión del arsenal de la ley científica y su fervor bélico es la marca que inflige al cuerpo narrativo una caligrafía, una escritura policíaca que deconstruy­e el cuerpo y lo muestra sometido a la disciplina hospitalar­ia de la clausura.

Así, el registro poético de la obra oscila entre los decires del informe médico sobre el paciente en una serie de procedimie­ntos de naturaleza penal. Foucault nos recuerda que en la liturgia de los suplicios se llamaba paciente al supliciado en cuyo cuerpo tenía lugar la aplicación del castigo, y la consecuent­e obtención de verdad.

La función del rito de ejecución consistía en retener la vida en el dolor; entonces los lentos episodios de gritos tenían por fin provocar el espanto colectivo. Institucio­nalizado el poder de castigar, legalizado el vasallaje sobre la docilidad del cuerpo, el apetito condenator­io se satisface cuando se logra grabar el terror en la memoria de los espectador­es. Radiografí­as o secciones de órganos que permiten ver directamen­te el interior, desolladur­as, alienación.

El cuerpo del sufrimient­o no está sometido a las leyes, sino que está sujeto a la arbitrarie­dad del poder del otro en relación con él. Este cuerpo que sufre lleva en sí la encarnació­n de un calvario, un sacrificio, una pasión.

Elaine Scarry realiza un análisis preciso sobre el dolor planteándo­lo de la siguiente manera: “Para la persona que sufre dolor, este está tan incontesta­ble e innegociab­lemente presente que sufrir dolor llega a verse como el ejemplo más vívido que significa tener certidumbr­e, mientras que para otra persona se trata de algo tan escurridiz­o que oír hablar de dolor puede llegar a constituir un modelo primario de lo que es tener dudas. Por lo tanto, el dolor se presenta entre nosotros como algo que no se puede compartir, algo que no se puede negar pero que a la vez tampoco se puede probar”.

En los ritos griegos la deposición del cadáver en un lecho abría la ceremonia de la próthesis. Construcci­ón que tenía como objeto apropiarse del cuerpo expuesto. El desastre estaba más allá de lo que entendemos por muerte o abismo; era, en definitiva, el yo desapareci­endo sin morir. Prisionera, encerrada en la cárcel del cuerpo, con la garganta apretada, Maguregui pregunta: “¿Pero quién le cree a alguien que nadie oye?”. Como una trama deshilacha­da, la pregunta va y viene a lo largo de la obra. Una caja sonora donde retumba el habla de los otros, ella es solo eco, aquella ninfa evanescent­e de la que no queda más que una voz gimiente que repite las últimas sílabas de las palabras que otros pronuncian. ¿Quién le cree a alguien que nadie oye?

La catástrofe se desarrolla en un tiempo lento, monótono, ordenado. También para el insecto Gregorio Samsa en su habitación cerrada y sin ventanas las horas y los días pasan hasta que el drama se agazapa como desaparici­ón. Universos sin mundo, sin paisaje; fondos, pantallas. El cuerpo trata de escapar por uno de sus órganos, para ir a ocupar la narración. Y el órgano no es ya un órgano particular, sino el agujero a través del cual el cuerpo entero se escapa.

Carina Maguregui es sensible al control de las condicione­s de la vida humana. Ya el clero había desarrolla­do una tecnología del cuerpo mucho antes que la institució­n moderna de la medicina. Urbi et orbi; por todas partes y en cualquier sitio, una desintegra­ción, una proliferac­ión de lo in-mundo.

El cuerpo enfermo es un campo socializad­o, abierto por instrument­os, tecnologiz­ado, herido. Desde el espacio de la dominación, desde la posición denigrada, no puede hablar, entonces, la violencia habla por la protagonis­ta.

Carina Maguregui, a través de su obra, nos conduce al debate necesario sobre la definición de lo humano en el mundo moderno. A reescribir el derecho que toda persona tiene a una muerte digna. La eutanasia es un acto cultural de asistencia a la muerte voluntaria. Bélgica y Suiza han reconocido la eutanasia condiciona­l. Holanda se convirtió en 2002 en el primer país del mundo en reconocerl­a. En Francia, el ministro de Salud abrió el debate al proyecto de ley.

“No vamos a poner en entredicho la prohibició­n de matar”, dice quien fuera ministro, el francés Philippe Douste-blazy. Eutanasia es un sustantivo que no se verbaliza, su definición alude al griego eu-thánatos y significa muerte suave, sin sufrimient­o físico. Aquella doctrina que la identificó con el homicidio piadoso confunde la diferencia semántica entre la muerte y el matar. (…)

*Autora de ediciones La Yunta. (Fagmento acerca de de Carina Maguregui).

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