Perfil (Domingo)

Apasionado debate

- POR DAMIÁN TABAROVSKY

Me gustan los debates anacrónico­s, vetustos, tan de otra época que se vuelven irresistib­lemente contemporá­neos. Recuerdo ahora, por ejemplo, un artículo de Roland Barthes en el que le dedica un par de párrafos a la máquina de escribir eléctrica, invención novedosísi­ma de aquellos años. Para quien no las recuerde, esas máquinas de escribir eliminaban la conexión mecánica directa entre las teclas y el elemento que golpea el papel, es decir que reemplazab­a las barras de tipos por una especie de bola con letras moldeadas en la superficie, que rotaba gracias a un motorcito ruidoso. La máquina –que se enchufaba al tomacorrie­nte igual que cualquier otro aparato eléctrico– hacía que la bola girase hasta encontrar la posición correcta, golpeando contra la cinta y el rodillo, y escribiend­o la letra que un instante antes se había presionado en el teclado. Toda esa ingeniería tenía una única finalidad: la velocidad. Pero esa misma velocidad hacía que, casi siempre, las teclas se disparasen demasiado rápido (el más mínimo roce hacía que la tecla se marcara involuntar­iamente, y no una vez, sino varias, hasta dejar escritas palabras como “corazzzzzó­n”, por dar un ejemplo). Obviamente, la máquina fracasó, pero antes de pasar al olvido final, queda el recuerdo del artículo de Barthes fascinado con la velocidad eléctrica. Pensaba en todo esto mientras leía un ejemplar del suplemento de libros de Le Monde, de un agosto de hace diez años. En pleno verano europeo, y no teniendo segurament­e mucho para publicar, Le Monde creó una sección que consistía en republicar artículos aparecidos originalme­nte hacía décadas. Uno de esos artículos estuvo dedicado a comentar un apasionado debate de 1964 sobre otra aparición novedosa de esos años: el libro de bolsillo. El asunto comenzó con un ensayo de Hubert Damisch, en donde definía el libro de bolsillo como una “falsa ilusión de democratiz­ación cultural”. Como no podía ser de otra manera, Le Temps Modernes, la revista de Sartre, tomó la posta, y el propio Damisch publicó un ensayo llamado El lenguaje de la penuria, donde agregaba que el libro de bolsillo utiliza estrategia­s de comerciali­zación “con los mismos métodos que cualquier paquete de detergente”. A lo que le siguieron una serie de artículos, a favor y en contra, escritos por Sartre, Sollers, Revel y, sobre todo, Bernard Pingaud, que defiende al libro de bolsillo “por su modestia” (termina diciendo que su valor proviene justamente de su “indignidad”).

Muchos años después, en 1987, Hubert Damisch publicó un extraordin­ario libro llamado L’origine de la perspectiv­e, que la editorial Flammarion publicó en formato trade (es decir, de tamaño grande, convencion­al) en una edición que incluía también ilustracio­nes y reproducci­ones de cuadros renacentis­tas. Es una edición muy cara, que nunca pude comprar. Hasta que, en 1993, la propia editorial Flammarion, en su colección de bolsillo, publicó el libro en una edición “revisada y corregida” por el propio Damisch. Esa es la edición que tengo ahora aquí, en mi escritorio, mientras escribo este artículo (las ilustracio­nes son pequeñas y de peor calidad, pero igualmente se ven bien). Y a la vez, por estar “revisada y corregida” por el autor, esa versión de bolsillo es la edición establecid­a, la edición definitiva. ¿Se esconde allí alguna moraleja? Lo debatimos después de la pausa.

Le Monde creó una sección que consistía en republicar artículos aparecidos originalme­nte hacía décadas

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CEDOC PERFIL Hubert Damisch

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