¿Qué es esto?
Compañero de Joe Brainard, otro artista que se alejó de la plástica e incursionó en la escritura con Me acuerdo, inventando una máquina de recordar plegadiza y antisentimental, Levé nunca es amargo ni pesimista
Poco antes de la inesperada muerte, Roland Barthes imaginaba un libro llamado Incidentes. La vita nova de la narrativa, hacia una novela que jamás escribiría, compuesto de haikus, minitextos, juegos de sentido, pliegues, anotaciones y “todo lo que caiga en la hoja”. Y que finalmente se conocieron en 1987. Los papeles reunidos en Inéditos, de Édouard Levé, la misma bola de discoteca que tanto agradaba también a Barthes, bailan un tango en ese escribir luminoso sobre la fragilidad y el deseo de esta sociedad suicida. Artista conceptual, pintor, fotógrafo y escritor, en Levé la imposibilidad de la narrativa se traduce en carencia de significados pero que no deja de ser positiva porque tiene sentido. Y entre lo que es y lo que parece ser, el artista clausura la obra de arte en la novela de la vida como ready-mades.
Estos inéditos, escritos satélites a Obras (2002), Diario (2004), Autorretrato (2005) y Suicidio (2008), hacen un poco más que otras formas de canalizar la locura de quien documentó el pueblo galo de Angoisse, Angustia. En un gesto cortazariano estas narrativas de la incertidumbre de Levé crean un hecho poético que va más allá del discurso, un acontecimiento textual pero con una referencia en una para-humanidad que se pretende alcanzar. Donde Sustantivo yo verbo, una de las canciones y arias recuperadas junto a retazos que incluyen una novela inconclusa, crónicas, ensayos y autobiografías, la noche que sigue es una verdad oculta que en vida hubiera sido indecible.
Compañero del pat io de Joe Brainard, otro artista que se alejó de la plástica e incursionó en la escritura con el maravilloso Me acuerdo (Eterna Cadencia), inventando una máquina de recordar plegadiza y antisentimental, Levé nunca es esencialmente amargo ni pesimista. “Decido seguirlo, para que me guíe el azar por las calles. Me interesan menos las calles que voy a cruzar que el itinerario que va a construirse ante mis ojos. Entenderé la lógica, si la hay. ¿O el hombre deambulará según se lo dicte su psicosis –es evidente que está loco –, lo que sería otra forma de lóg i - ca?”, en La mano en la nuca, uno de los tantos recorridos que el ar t ista de la serie Pornographie hará entre aquel trái ler de ancianos p o r n ó - grafos en
Estados Unidos, a la París en “la puesta del abismo” y el México “donde la palabra real tiene menos sentido que en otros lugares”. Queda suspendido el qué real la máquina de conocimientoLevé encontraría en la Argentina, a la cual deseaba viajar unos meses antes del suicidio para escribir sobre la dictadura y sus recurrencias.
La lectura de los textos encontrados de Édouard Levé producen el redivivo efecto que El año pasado en Marienbad (1961), el film de Alain Resnais, con guion de Alain RobbeGrillet. Uno de los que invoca Levé como la paranoia hiperreal de Philip K. Dick y el negrismo cómico del Conde de Lautréamont. Cierra Barthes sobre el film: “Pero, ¿qué es esto? Quizá toda la literatura esté en esa anáfora ligera que al mismo tiempo designa y se calla”, ríe abrazado al gracioso infeliz de Levé.