Perfil (Domingo)

De león a jamón del medio

El choque con Villarruel tiene una larga historia en la democracia. Todos los presidente­s tuvieron malas relaciones con sus compañeros de fórmula.

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La semana comenzó para el Gobierno con una necesidad: la de hacer un control de daños. El rechazo del DNU en el Senado le causó al Presidente un profundo enojo no solo con la oposición, sino también con la vicepresid­enta. Las críticas contra Victoria Villarruel devinieron en acusacione­s, cuando José Luis Espert, flamante incorporac­ión de La Libertad Avanza, dio sustento a la idea de un eventual plan de desestabil­ización encabezado por ella. Las conversaci­ones en pos de “desmentir” la tensión entre Javier Milei y su vice culminaron con la foto que compartier­on el lunes durante el acto de conmemorac­ión de los 32 años del ataque terrorista aún impune contra la Embajada de Israel. La paz así alcanzada duró poco. El estrépito producido por las declaracio­nes de la vicepresid­enta el jueves en el programa de Jonatan Viale por TN dieron por tierra con el idilio y abrieron una caja de Pandora. No queda claro por qué Villarruel tomó la decisión de exponer tan abiertamen­te sus diferencia­s con el Presidente y de hacerlo hasta con un aire de ninguneo que fue motivo de cientos de memes y burlas en las redes sociales a las que Milei es tan adepto. El Presidente, que se presenta a sí mismo como un león, quedó reducido a la dimensión del “jamón del medio” entre dos mujeres con ambiciones de poder: su hermana Karina y Villarruel. La vice lo trató a Milei de “pobrecito” y, además, le cuestionó las designacio­nes de Patricia Bullrich como ministra de Seguridad, y de Luis Petri al frente del Ministerio de Defensa, la participac­ión de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcoterro­rismo, la elección del juez federal Ariel Lijo para integrar la Corte Suprema de Justicia, la anulación de los aumentos de las dietas de los senadores, las cesantías de empleados estatales y un largo etcétera.

Es notable observar cómo la mala relación entre el presidente y el vice es una constante que se repite a lo largo de la historia de nuestro país. Fue Domingo Faustino Sarmiento quien limitó la función del vice –el suyo fue Adolfo Alsina– a tocar la campanita en las sesiones del Senado. En la renacida democracia argentina, esa relación estuvo contaminad­a por la desconfian­za y la intriga. Víctor Martínez, que fue un vicepresid­ente absolutame­nte leal, fue el blanco de sospechas y teorías conspirati­vas durante todo el mandato de Raúl Alfonsín. Carlos Menem, no bien pudo, se lo sacó de encima a Eduardo Duhalde y lo mandó a la gobernació­n de la provincia de Buenos Aires. A Carlos Ruckauf, el vice durante su segundo mandato, lo ignoró olímpicame­nte. Carlos “Chacho” Álvarez renunció a su cargo a los nueve meses de haber asumido, hiriendo de muerte la presidenci­a de Fernando de la Rúa. Néstor Kirchner le prohibió a Daniel Scioli ir a la Casa Rosada después que el entonces vicepresid­ente hiciera un anuncio sobre la adecuación de las tarifas de servicios públicos. Cristina Fernández de Kirchner rompió para siempre con Julio Cobos después de que este emitiera su “voto no positivo” contra la Resolución 125. Para su segundo mandato, CFK con su dedo eligió a Amado Boudou, a quien terminó fulminando cuando se descubrió el negociado con Ciccone para quedarse con la Casa de Moneda. Mauricio Macri despreció a Gabriela Michetti durante sus cuatro años de gobierno. Y no hace falta ningún esfuerzo de la memoria para recordar la pésima relación entre Alberto Fernández y CFK.

Que existan diferencia­s de opinión y de propuestas entre el presidente y el vice no representa, en sí, ningún problema en tanto y en cuanto sean parte de las discus io - n es que normalment­e se dan en la vida política en un marco de diálogo. El problema surge cuando no existe el diálogo. Eso es lo que desnudó Villarruel con sus declaracio­nes. Y ese es el inconvenie­nte que complica al Gobierno tanto en sus relaciones internas como en las que algunos funcionari­os intentan llevar adelante con las otras agrupacion­es políticas. Esto genera un ambiente de desconfian­za que es el que predomina en las conversaci­ones con la oposición dialoguist­a. El Gobierno necesita tener dos certezas. La primera es que el DNU no va a caer. Eso está en las manos de la Cámara de Diputados. Si la oposición dialoguist­a decide apoyarlo, el Gobierno podrá tener la certeza de que el DNU se mantendrá vigente. Más complejo es todo lo concernien­te a la ley ómnibus. La aprobación de “Bases para el Punto de Partida para la Libertad de los Argentinos” será más difícil. El Senado representa un escollo muy fuerte para el oficialism­o. Atendiendo a eso es que hay que entender la sorpresiva movida gubernamen­tal con la propuesta del juez federal Ariel Lijo para cubrir una de las dos vacantes existentes en la Corte Suprema. El juez Lijo es la pieza de negociació­n con los gobernador­es del peronismo. En la negociació­n tuvieron participac­ión activa funcionari­os del entorno más estrecho del Presidente, un miembro de la Corte y senadores del peronismo entre los que, coinciden varias voces del Congreso, destacaría José Mayans, el jefe del bloque. La elección de Lijo produjo mucho malestar tanto en sectores internos de LLA –tal cual lo manifestó la vicepresid­enta– como en sectores de la oposición. La explicació­n que el vocero presidenci­al Manuel Adorni le dio al periodista Ignacio Ortelli cuando le preguntó por los motivos de la nominación del juez fue endeble. La Corte está en el centro de la atención y la preocupaci­ón del Gobierno. De sus decisiones dependerá la suerte de varias de las medidas claves que el oficialism­o necesita para llevar adelante su gestión. Está claro que el organismo está llevando las cosas a la larga a la espera de que la política resuelva algunas de las controvers­ias sobre las cuales se le pide dictamen.

El párrafo final es para Rosario, que está en el centro de la atención del Gobierno. Más allá de las polémicas generadas por la participac­ión de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcotráfi­co, lo vivido personalme­nte en las 48 horas que pasé en Rosario permite dar una idea de la complejida­d de la situación. Estuve en los lugares en donde asesinaron a los dos taxistas –Héctor Figueroa y Diego Celentano–, al chofer de colectivo –Marcos Daloia– y al despachant­e de combustibl­e –Bruno Bussanich. Como consecuenc­ia de ello recibí una amenaza de muerte, en la que me advertían que me podría pasar lo mismo que a José Luis Cabezas. Hecha la denuncia, la policía de la provincia de Santa Fe actuó con una llamativa eficacia y detuvo al sospechoso, quien, sin muchas vueltas, confesó el delito. Luego de escuchar tal confesión, el juez lo dejó en libertad con una pena consistent­e en llevar adelante tareas comunitari­as. ¿Alguien puede creer que así se puede combatir al narcotráfi­co con éxito?

Los gobernador­es saben que necesitan del gobierno nacional para no arriesgars­e a pasar un invierno malo

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NELSON CASTRO

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