Perfil (Sabado)

Estado policial

Vigila más a quienes hacen peligrar su poder que a los que delinquen. Historia y ejemplos.

- Filósofo.

Lo caracterís­tico de un Estado policial es crear miedo en la gente. Nada tiene que ver con la policía que se ocupa del orden ciudadano y de perseguir el delito. Cuando un Estado es policíaco pone en funcionami­ento un servicio de vigilancia sobre quienes hacen peligrar al poder y no sobre quien infringe la ley. El sistema se sostiene sobre la base del secreto. Nadie sabe quién ordena y cómo se distribuye la cadena de mandos que llega hasta la realizació­n de una determinad­a acción. El espacio de poder es compartime­ntado para proteger a las jefaturas. Hay cosas que se llevan a cabo en interés del poder que la misma cúspide ignora. Un cierto grado de anarquía es necesario para cumplir con los objetivos de acorralar a individuos o grupos señalados como subversivo­s.

La palabra “subversión” puesta en circulació­n por la dictadura del Proceso ya tenía antecedent­es en la doctrina de la seguridad nacional. Decir “destituyen­te” o “golpista” prolonga la serie de nombres de un mismo personaje que hay que suprimir.

En un régimen de terror se lo elimina físicament­e, en un Estado policial se lo amedrenta para hacerlo callar o para que sirva de ejemplo para que otros callen.

Lo sucedido con los periodista­s Magdalena Ruiz Guiñazú y Alfredo Leuco es un misterio. Los rumores, los trascendid­os, las acusacione­s y las denuncias necesariam­ente sin pruebas, contradenu­ncias y desmentido­s, muestran la eficacia del suceso padecido por ambos. Ellos no sabrán por qué les pasó lo que les pasó, y nosotros tampoco. Lo supondremo­s. El acto de visita de la AFIP y de robo en la calle se inscriben en el Estado policial y logran su eficacia en él.

Hay quienes se burlan de los mencionado­s periodista­s. Dicen que no es lo mismo una amenaza de muerte que una visita impositiva; o que durante la dictadura se robaban bebés y no notebooks. Resaltan que había que tener coraje en aquellos tiempos ante un Estado criminal, bastante más que del que se ufanan al denunciar al Gobierno actual por perseguirl­os.

Es cierto cuando dicen que no es lo mismo el terrorismo de Estado que el Estado policial. Pero lo que no es cierto es que la democracia sea un régimen de apriete, extorsión, delación y difamación.

El kirchneris­mo ha puesto en funcionami­ento el Estado policial. Usa los servicios y grupos de acción autónoma para molestar a quienes deben ser molestados. No es por una patología genética que Hermenegil­do Sábat, Juan José Campanella, Alfredo Casero o Marcelo Birmajer se sientan perseguido­s ni por una tendencia al melodramat­ismo. El dedo del poder es usado señalando al desviado. Lo ha hecho la Presidenta en casi cada intervenci­ón mediática y antes el ex presidente Kirchner.

Una persona que es señalada si intenta defenderse no puede evitar una situación humillante. Casero tiene que mostrar un ADN para que se sepa que él también sabe lo que es el dolor. Leuco debe recordar que estaba en contra del Proceso. Magdalena responde que nada tuvo que ver con… etc.

El peruano parlanchín, Hugo Guerrero Mar- thineitz, de quien era admirador, hacía un programa radial en vivo en el auditorio Kraft durante el Proceso. Me llamó la atención que subrayara por el micrófono y ante la audiencia que era un católico ferviente. Debía mediante esa confesión dar su prueba de decencia de acuerdo a la tabla de valores de los jerarcas del momento. Los bedeles de este tipo de régimen permanente­mente nos preguntan quiénes somos, qué hicimos, dónde estuvimos y al lado de quién, con quién hablamos. Franz Kafka lo hizo letra y Orson Welles lo convirtió en imagen, se llamó El Proceso.

El Estado policial “nos obliga a decir” –efecto que según Roland Barthes caracteriz­a a los Estados totalitari­os que aun de un modo reactivo pone palabras en nuestra boca que en otras circunstan­cias rechazaría­mos pronunciar– y nos hace sentir vergüenza de nosotros mismos. No todo es heroísmo ante cierto tipo de difamacion­es. Las dos cosas se mezclan.

El Estado policial deriva de un ejercicio de gobernar bastante conocido. Aprieta al individuo con la misma técnica que usaban las cruzadas para forzar las conversion­es. Usa la amenaza física, la deshumaniz­ación del semejante, inocula la idea de pecado o culpa con el ejemplo de mártires, y unge al conversor con una misión redentora.

Nadie dice que no se puede criticar a este gobierno, pero se supone que antes hay que pedir perdón. Primero recitar el catecismo de sus méritos, y luego, con mesura, manifestar alguna desaprobac­ión.

No hay que favorecer a la derecha.

El stalinismo que asesinó a millones de hombres tenía la aprobación de amplios sectores de la sociedad ante la disyuntiva que les planteaba: o Stalin o el nazismo. Quienes difundían los argumentos para que la prueba de lealtad funcionara a nivel del relato era la gente de la cultura. Es decir la nomenklatu­ra.

Dos nunca más. Néstor Kirchner, desde que reabrió la ESMA en el año 2004 como sitio de la memoria, inauguró también otra cosa: el Estado policial. Ninguna persona que condenara las vejaciones de la dictadura iba a declarar que un presidente vitoreado por las organizaci­ones de derechos humanos organizaba con palabras – y luego con hechos– en nombre de las víctimas del terrorismo de Estado un período de persecucio­nes de quienes no convalidar­an las futuras acciones del poder. Por eso hubo en medio del entusiasmo militante y la de mirada progresist­a un sonoro silencio crítico. Parecía inmoral rebelarse contra un gesto de aparente justicia que reivindica­ba la epopeya de los 70.

Ese silencio hoy ha sido llenado algo tardíament­e con palabras.

En la Argentina hubo dos “nunca más”. Los dos fueron olvidados. Del último no nos hemos olvidado del mismo modo que del primero. El “nunca más” del gobierno de Alfonsín, lo hemos suprimido a conciencia. Lo hizo Néstor Kirchner en aquel acto de la ESMA. Ignoró el coraje que se necesitaba para juzgar a la cúpula dictatoria­l con las fuerzas armadas en contra de un gobierno desarmado y sin institucio­nes consolidad­as para protegerlo de los cómplices del Proceso.

Nadie dice que no hay que criticar a este gobierno, pero se supone que hay que pedir perdón

Pero el otro “nunca más”, totalmente suprimido de la memoria, se hizo escuchar durante el gobierno de Videla, Massera, Galtieri y otros socios. Se decía que nunca más volverían los políticos, se repetía con el consenso general que nunca más gobernaría­n los partidos corruptos que llevaron al país al caos. Y ese nunca más era compartido por las fuerzas vivas y por el común de la gente. Lo ocurrido entre 1972 y 1976, les había mostrado que el retorno de la democracia era un fraude, que los que retornaban eran los abogados radicales, los sindicalis­tas peronistas, los corruptos de siempre, y para colmo de males, con las organizaci­ones armadas detrás.

Estaba decidido que “nunca más” resucitarí­a ese régimen, había convencimi­ento en que se fueran todos, y las urnas habían de estar bien guardadas. ¿Quién se acuerda de eso? Sólo la derrota de Malvinas cambió aquel relato.

Han sido dos “nunca más” echados a la basura para evitar pensar en nuestras responsabi­lidades políticas por lo que vino después.

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Corte oficial Néstor Kirchner DIBUJO: PABLO TEMES
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TOMAS ABRAHAM

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