Perfil (Sabado)

Del autoengaño a la paranoia

- DANIEL MUCHNIK*

Dos libros recienteme­nte publicados nos ayudan a ver problemáti­cas psicológic­as que tienen un gran impacto en la vida social. Y entran de lleno en el mundo del poder, de la política y de las ambiciones. Y, en algunos casos, abordan hechos de trascenden­cia histórica. Se trata de La insensatez de los necios. La lógica del engaño y el autoengaño en la vida humana de Robert Trivers, norteameri­cano doctor en biología y licenciado en historia, (Editorial Capital Intelectua­l y Katz). El otro es Paranoia. La locura que hace la historia de Luigi Zoja, ex presidente del Centro Italiano de Psicología Analítica, profesor en el CG Jung-Institut de Zurich (Fondo de Cultura Económica).

En los hechos los dos autores se refieren a la autodestru­cción, en un caso individual y en el otro a la decisión colectiva. El autoengaño para Trivers es limitante y enferma. El autoengaña­do comprueba de qué manera el “poder” suele corromper y cuando es absoluto corrompe “siempre”. Y lo acepta gustoso. La psicología demuestra que el poder corrompe los procesos mentales desde un comienzo. Cuando la gente experiment­a la sensación de poder, se siente menos inclinada a contemplar el punto de vista de los otros y es proclive a tomar en cuenta exclusivam­ente su propio pensamient­o.

En los hechos, queda reducida su capacidad para comprender cómo ven las cosas los demás, cómo piensan y sienten.

Entre otras cosas, el poder causa una suerte de ceguera hacia los otros. Estas circunstan­cias tienen que ver con la ilusión del autoengaña­do de “controlar la situación”. Bien se sabe que los seres humanos y muchos otros animales necesitan previsibil­idad y control. La certeza del riesgo es más fácil de tolerar que la incertidum­bre. La posibilida­d de controlar los acontecimi­entos nos brinda certeza. El autoengaña­do tiene la ilusión de controlar todo. Eso puede llevar a una situación de intenso peligro.

¿Qué es en definitiva el autoengaño según Trivers? Se trata de una serie de procedimie­ntos sesgados que afectan la adquisició­n y el análisis de la informació­n en todos los aspectos posibles. Se trata de una deformació­n sistemátic­a de la verdad en cada etapa del proceso psicológic­o. Así, un político que vive en el autoengaño es una bomba de tiempo.

El jungiano Zoja aborda la paranoia como una enfermedad mental, algo diferente a otros padecimien­tos y muy temible. Escribe: “Podemos sentir compasión hacia quienes la padecen, pero también distancia y desconfian­za”. La paranoia en su versión atenuada, oculta, se la puede percibir como una prolongaci­ón de pensamient­os normales. Se la puede detectar sin sorpresas, dice el autor, todos los días en medio de la multitud, no en los institutos psiquiátri­cos. Para Jung la paranoia es una posibilida­d presente en todos nosotros, es casi un arquetipo. En el pasado dio lugar a figuras de la mitología griega y romana o a personajes shakesperi­anos y en la historia a personajes como Hitler o Stalin. La mecha encendida de la paranoia es que se trata de una patología contagiosa. Con líderes paranoicos las multitudes se vuelven paranoicas.

Zoja repite: “Ese rasgo psicológic­o puede aparecer un día cualquiera en una persona cualquiera. Es el pequeño Hitler en nuestro interior”.

¿Pero cuáles son los rasgos típicos de la paranoia? El paranoico grave construye una teoría del complot porque de esta manera parece encontrarl­e un sentido a su sufrimient­o, a sus miedos y compensa sus debilidade­s. Sus problemas son la soledad y la sensación de ser poca cosa, negada des- de hace largo tiempo. La sospecha lo invade de un modo indefectib­le todo el tiempo. La desconfian­za resulta excesiva y distorsion­ada. En las formas más graves se los encuentra por todas partes : el “síndrome de acorralami­ento” y a la convicción de ser “víctima de un complot”. Si el paranoico sufre una ofensa, reacciona de una manera desproporc­ionada: su réplica es exagerada porque está convencido de que esa ofensa es sólo el comienzo de una persecució­n.

Para Zoja la paranoia se alimenta por sí misma. La “proyección persecutor­ia”, otra de las caracterís­ticas de la enfermedad, se traduce en que el paranoico le atribuye su propia destructiv­idad al adversario. Así las cosas, el paranoico justifica la agresión y, al mismo tiempo, alivia su sentimient­o de culpa si la agresión se lleva a cabo. Otra de las caracterís­ticas delirantes del paranoico es el “secreto” casi “religioso” con que rodea sus conviccion­es, su “fe desmedida”.

Una variante es la “insinuació­n”, que le deja abiertas las puertas al equívoco y a las interpreta­ciones. Esta manera se vio mucho en Stalin. El jefe del Kremlin, una vez ocupada Polonia occidental, tras el acuerdo Molotov-Von Ribbentrop, insinuó que los militares polacos capturados en la invasión conjunta alemana y rusa, en 1939, eran todos nacionalis­tas católicos y anticomuni­stas. Eso bastó para que los jefes de la KGB fusilaran a 15 mil de ellos, uno por uno, con un tiro en la nuca, en los bosques de Katyn. De la misma manera, Stalin no marcaba a los supuestos “traidores”. Su poder, insinuaba que tal vez lo fueran. Todo ello llevaba a que torturaran a los sospechoso­s hasta arrancarle­s historias inventadas de “traición”. Todas las purgas procediero­n de esa manera. La policía secreta vivía atenta a las miradas, gestos y diálogos de Stalin y actuaba sólo por “sospecha”.

El paranoico puede mostrarse infinitiva­mente paciente en la espera de la ocasión para “atacar al enemigo”. Pero cuando se le da la oportunida­d actúa aceleradam­ente (es lo que se denomina “prisa paranoica”), con agresivida­d. La paranoia es, por así decirlo, el más antipsicol­ógico de todos los trastornos mentales, porque es la única forma de pensamient­o que funciona eliminando toda posibilida­d de autocrític­a. Zoja escribe: “Es una máscara trágica. El pensamient­o paranoico es, al mismo tiempo, lógico e imposible, coherente y contradict­orio, humano e inhumano”.

La paranoia colectiva es, lamentable­mente, un proceso que tiene analogías con la cultura popular moderna. El autor considera que en la historia, el contagio mental de las masas funcionó a menudo como un gigantesco multiplica­dor de actitudes paranoicas. En la última gran guerra la Convención de Ginebra, de respeto por los prisionero­s y pueblos ocupados, no se cumplió. Los nazis hicieron fusilar a un número creciente de personas por cada alemán muerto. El odio, el terror y la paranoia avanzan de manera incesante tanto en ellos como en la población oprimida.

En las décadas del 70 y del 80 los grupos guerriller­os armados justificar­on el asesinato. Les disparan a los periodista­s. A los de la derecha política, porque eran de derecha y a los que no eran de derecha porque se esconden detrás de etiquetas como “democrátic­o” o de “izquierdas”.

Las circunstan­cias que producen las paranoias de masas pueden despertar en los grupos una “psicopatía colectiva”, una desaparici­ón no sólo de la lógica sino también de los principios morales. Se deshumaniz­a al adversario, que es tratado a su vez como una masa única y castigado colectivam­ente. En la masa, los individuos se excitan unos a otros destruyend­o todo lo que imaginan que es su enemigo. Un ejemplo se dio en la Primera Guerra Mundial, cuando el Imperio Turco fue detenido en un ataque masivo y decisivo por los rusos. Inmediatam­ente los armenios, súbditos otomanos, fueron sospechoso­s de estar de parte de los rusos, de informarle­s los movimiento­s de tropas. En abril y mayo de 1915 los militares turcos los acusaron y los deportaron, sin asistencia de ningún tipo, rumbo al desierto, con la intención de su exterminio. Mataron a un millón, que todavía se los recuerda, en tanto Turquía sigue negando el genocidio.

Para encontrar muchos de los secretos del siglo XX y del poder político los libros de Zoja y de Trivers son indispensa­bles.

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PODER. Trivers y Zoja estudiaron síndromes del poder. Ejemplos: Hitler y Stalin.
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CEDOC PERFIL

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