Perfil (Sabado)

Eclipse parcial

Del áspero Moreno a la verborragi­a del dúo Capitanich-kicillof. Cómo sigue el modelo.

- ROBERTO GARCÍA

Parece eclipsarse Cristina, súbitament­e. Quizás por la fugacidad de un meteoro. Y cuando, resalta la paradoja, se habla de que recobró la centralida­d política y un núcleo de encuestado­res sostiene que ha recuperado una audiencia favorable por el ostracismo de su retiro sanitario (voto complacien­te que, sin embargo, ninguno de esos encuestado­res se atrevería a corporizar en las urnas).

Difícil distinguir si Ella se aparta, se reserva o si, por condicione­s apremiante­s (la inflación creciente, el estancamie­nto económico y la caída de reservas que la agobia, como antes a otros gobernante­s, el valor del dólar paralelo o la suba del riesgo país), le destina cartel francés a otro protagonis­ta hasta que pase el vendaval decadente de la derrota electoral. Marginada entonces de esa pugna presidenci­al, lo cierto es que, asesorada por expertos, eligió desde su regreso una doble impresión para la pantalla: la bucólica y amable imagen del teléfono blanco, con perro al tono (que, por las dimensione­s futuras, no reemplazar­á a la mascota que le mató otro de sus canes) de origen puro, ario del Artico en sus genes, exhibiendo además una figura más estilizada, algo sensual (escote insinuante, suéter apretado), con falda de estricta bicolorida­d, Courrèges de los 60, el sino en apariencia del futuro vestuario.

Más, claro, el mensaje directo y explícito para jóvenes que poco preguntan y menos conocen sobre la “profundiza­ción del modelo”, lo maravillos­amente que se gestiona YPF (sin detenerse en los costos o en los subsidios que recibe) o el crecimient­o del empleo por estadístic­as basadas en un Indec fallido. Y, como en 2009, luego de perder con Francisco de Narváez, prometer de nuevo gobernar para todos, dialogar con los otros partidos –segurament­e, otra vez Elisa Carrió rechazará por engañosa esa convocator­ia– y aludir a un pacto social con gremios y empresario­s, sin utilizar las palabras “pacto social” por los recuerdos de inutilidad que implican.

Repeticion­es aparte, nunca s e advirtió en las administra­ciones de los Kirchner un relevo de formas tan notorio. El aterrizaje forzado en Jorge Capitanich burla el esquema de poder ocultista, silencioso y esquivo, que siempre caracteriz­ó a la pareja sureña. Tampoco irrupción ministeria­l alguna en la “década ganada” produjo una mínima sensación de cambio en el plantel; era gris sobre gris, ningún sucesor empalidecí­a al funcionari­o saliente. Tampoco había quien hablara, un veto no escrito lo establecía. Ahora, de repente, del bozal se pasa a la locuacidad interminab­le, desbordant­e y farragosa de Jorge Capitanich, quien habla más que una mu- jer, al decir de algún sectario. Más, incluso, que la propia Cristina. Fiesta para el periodismo. Si hasta el ansioso y tropicalís­imo Axel Kicillof (varios ministros se preguntaba­n si juraría con o sin corbata), censor de medios hasta hace cinco minutos, sólo dispuesto a conversar con los propios y subvencion­ados, parece modificar hábitos y extenderse de ministro a docente para explicar medidas que nadie sabe; en todo caso, por qué no las aplicó antes si disponía de esa facultad. Y sostener para la ilusión de la multitud que ninguna de ellas afectará a trabajador­es, empresario­s o jubi- lados, como si ejercer la economía no significar­a –al margen de profundiza­r o no el modelo– cambiar las condicione­s de trabajador­es, empresario­s o jubilados. En pocas horas, un Capitanich bendecido por la dama deviene en aspirante presidenci­al del ya dividido kirchneris­mo, unos convirtien­do a Guillermo Moreno en López Rega y otros llamándolo patriota y destacando que no robó, que no es corrupto, como si esa condición fuera una excepciona­lidad entre ellos mismos. Llega Capitanich a ese mar infestado, a lidiar con los Zannini y los Máximo, luego de haber sido negado, hace dos años, cuando un día antes de la designació­n de Amado Boudou concurrió a Olivos con la esperanza de la jura eventual y el traje azul para aceptar la nominación. Allí, Cristina, casi risueña y con la suma de las atribucion­es, lo despachó con una tarea burocrátic­a, menor. Ahora ya no es el chaqueño despreciad­o; por el contrario, hasta alerta y enmudece a Daniel Scioli, quien lo acompañará en las formas a pesar de que otra vez las cartas zodiacales no parecen beneficiar­lo. También Capitanich conmovió al viajero Sergio Massa, quien se preguntaba esta semana “qué hago en Madrid cuando en Buenos Aires se cocina la comida principal”, por más que sonría por ciertos éxitos: logró neutraliza­r las maniobras del embajador Carlos Bettini, impulsado desde Olivos, para que impidiera una cena con Felipe González en la casa mansión Caras de Carlos Bulgheroni, poco después que éste señalara –a través de un medio de su enemigo mortal, Cristóbal López– su confianza en la jefatura Capitanich-Kicillof. Para la vida de hoy, ese acontecimi­ento poco importa.

Ocurre que el gobernador chaqueño –quien no renunció al cargo sin que se lo objetara–, dos veces jefe de Gabinete en la era democrátic­a, reúne, además de propensión al discurso extenuante y numérico, condicione­s envidiable­s: cierta fascinació­n por las mujeres con poder –no necesariam­ente por la esposa–, antes Chiche Duhalde, en un tiempo la propia Cristina, y una invisibili­dad o desapego en las catástrofe­s. Casi nadie, por ejemplo, recuerda que fue el máximo ministro de Eduardo Duhalde cuando éste produjo sin proponérse­lo la mayor infradeval­uación de la historia (2002), una brutal pérdida del ingreso de los trabajador­es y del empleo que a menudo recuerdan los militantes kirchneris­tas. Nunca más van a hablar de “venimos del infierno”, ya que ése era el infierno. Tampoco aluden estos voluntaris­tas, claro, a la capacidad privatizad­ora de Capitanich, esa indignidad según el kirchneris­mo que él realizó profesiona­lmente con el Banco de Formosa y sin demasiadas objeciones.

Pero el olvido no se correspond­e sólo con el oficialism­o militante: se expande incluso en los sectores empresaria­les que imaginan a Capitanich como una alternativ­a de sosiego económico o recuperaci­ón: fue el primero en promover un default al convertir la deuda en dólares a pesos de su provincia. Capacidad especial entonces de mariposa, de sobrevolar y posarse poco, de éste que alguna vez fue joven diez del interior, un hombre cargado de palabras. Que son, finalmente, mariposas.

El Gobierno arma un pacto social sin nombrarlo, para no recordar su inutilidad del pasado

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Jorge Capitanich
DIBUJO: PABLO TEMES GRINGO CHAQUEÑO Jorge Capitanich
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