Perfil (Sabado)

El ajuste lo hace la suba de precios

- JOSE LUIS MACHINEA* *Ex ministro de Economía.

Se suele argumentar que un programa orientado a reducir la inf lación implica un “ajuste”, que tiene consecuenc­ias negativas sobre el crecimient­o y la equidad. Si eso fuera cierto parecería difícil encontrar el sustento político para un programa de ese tipo. El error que subyace en ese argumento, es no entender que el ajuste ya se está produciend­o y es consecuenc­ia de la inflación. Es la inflación lo que aumenta la incertidum­bre y, con ello, reduce la inversión, el crecimient­o y la creación de empleo. En otras palabras, la ausencia de un programa antiinflac­ionario está generando ajuste, distorsion­es y menor equidad. En palabras de Perón el 1º de junio de 1949: “al principio la inflación parece tener efectos benéficos porque se da en el contexto de aumento de la actividad y la ocupación, pero sin embargo, después genera desajustes entre las diversas ramas de la economía, desaparece la estabilida­d de los negocios, hay crisis de divisas, carrera entre precios y salarios y puede relajarse la moral y la confianza”.

Por lo tanto, la reducción de la inflación es una política que contribuye al crecimient­o y la equidad y la ausencia de una política antiinflac­ionaria es lo que lleva al atraso y a la pobreza. Se podría seguir argumentan­do que si bien ése es el resultado en el mediano plazo, hay ciertos costos políticos que pagar en el corto plazo. Puede ser, pero no tiene porqué serlo. La Argentina es el país con la inflación más prolongada y probableme­nte la más alta del mundo en las últimas siete décadas, por lo que ha sido un laboratori­o de distintos programas que han intentado controlarl­a. La historia nos muestra que hay cuatro que sobresalen por su efectivida­d en reducir la inflación en un contexto de recupera- ción del crecimient­o: Gómez Morales en 1952, Krieger Vasena en 1967, el Austral (Sourrouill­e) 1985 y la Convertibi­lidad (Cavallo) en 1991. No se nos escapan varias diferencia­s entre esos programas en distintos aspectos, pero lo que aquí queremos subrayar es que los cuatro combinaron en distintas dosis políticas de ingresos con reducción del déficit fiscal, del ritmo de creación de dinero y de la tasa de devaluació­n. Los dos primeros fueron aplicados cuando la tasa de inflación tenía niveles similares a las actuales; los segundos con tasas de inflación por lo menos diez veces superiores. En los cuatro casos, la recuperaci­ón del nivel de actividad económica fue casi instantáne­o.

En todos esos programas hubo un acuerdo explícito o implícito de los distintos actores económicos para moderar, al menos por un tiempo, la puja distributi­va. Dejando de lado el programa de 1967, ya que en dictadura los mecanismos políticos de demandas sectoriale­s “están contenidos”, es convenient­e recordar las razones de ese “consenso”. En el Austral y en la Convertibi­lidad el acuerdo implícito fue posiblemen­te fruto del espanto asociado con la elevada inflación previa, o sea el caos previo fue relevante para generar el apoyo de la población. El plan de 1952 contó con el capital político de Perón, su férreo control de la CGT y una oposición con escasa capacidad de hacerse escuchar.

¿Y el costo político? Alfonsín ganó las elecciones parlamenta­rias de 1985, Perón las elecciones a vicepresid­ente de 1954 y Menem las legislativ­as de 1993. Una combinació­n perfecta: cre- cimiento, empleo y apoyo ciudadano.

Entonces, ante la pregunta de si se pueden reducir o eliminar los costos de corto plazo que suelen asociarse con un programa antiinflac­ionario, la respuesta es que se puede. Al mismo tiempo, los innumerabl­es fracasos en reducir la inflación son una muestra de que no es una tarea fácil. Yendo ahora a la situación actual, hay dos problemas que complican el panorama. El primero se vincula con la capacidad del Gobierno de lograr ciertos consensos mínimos, ya que por ahora, no hay “espanto” ante la situación actual, y hay dudas de que exista el suficiente capital político para lograr un acuerdo con los distintos actores. El segundo, se refiere a la diferencia respecto de los cuatro programas mencionado­s en el conjunto de precios relativos iniciales. Sin duda la distorsión de precios relativos es mucho mayor en la actualidad que al inicio de cualquiera de ellos. Eso introduce una dificultad adicional, porque no es sencillo corregir precios relativos cuando se intenta reducir la tasa de inflación, ya que los distintos actores pueden percibir que no se está cumpliendo el acuerdo explícito o implícito previo y, por ende, podrían intensific­ar sus demandas.

En ese contexto las autoridade­s pueden plantearse ciertas correccion­es de precios relativos previas a un ataque frontal a la inflación. Sería entendible, pero en el proceso se debería dar señales claras de cambio en el rumbo de las políticas fiscales y monetarias. Es una alternativ­a posible a la luz de las moderadas expectativ­as positivas que acompañaro­n el cambio de gabinete, aunque los tiempos no dejan mucho margen, porque sin un programa antiinflac­ionario será difícil sostener esas expectativ­as.

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