Perfil (Sabado)

Una pelea con el ministro detonó la salida de Moreno

- DAMIAN NABOT

Los colaborado­res de Guillemo Moreno pasaron de la euforia a la desazón en horas. El lunes por la noche habían celebrado que el secretario de Comercio había sobrevivid­o a los cambios. El martes a media tarde los funcionari­os más cercanos todavía ignoraban la noticia que se avecinaba. Para entonces, Moreno se había enfrascado en una discusión con el nuevo ministro de Economía, Axel Kicillof, que selló su suerte. Horas después de festejar, Moreno le informaba a su esposa, Marta Cascales, que debían prepararse para mudarse a Roma. Su tarea como secretario había concluido.

La forma de contener la fuga de divisas fue el eje de las diferencia­s entre el secretario y el flamante ministro. Pero las grietas en el equipo económico se habían abierto desde que Moreno rechazó el cepo al dólar impulsado por Ricardo Echegaray. Sus adversario­s se tomaron luego una feroz revancha con el fracaso de los Cedin. La discusión con Kicillof fue apenas el desenlace. Moreno había mostrado una g igantesca capacidad para conquistar adversario­s internos, como también para ganar incondicio­nales en la militancia juvenil. Si se hubiera presentado en la Casa Rosada el día de la jura de ministros, la ovación que preparaba La Cámpora hubiera puesto incómodo a más de un funcionari­o. Sólo Cristina lo sostenía en el Gobierno como un contrapeso hacia otras figuras y por la predisposi­ción a encarar misiones políticame­nte incorrecta­s. Pero el ministro de Planificac­ión, Julio De Vido, intensific­ó la acción contra el secretario en las 48 horas previas a su alejamient­o. Con la combinació­n de Kicillof, el resultado fue implacable. “Los que vienen vienen por todo”, alertó Moreno a sus colaborado­res. Dos días después de enterarse de su salida, el secretario fue al Mercado Central de Buenos Aires a saludar. “Esto no es una despedida”, dijo. E instó a seguir trabajando como si nada pasara. “No voy a pedir renuncias, eso no es peronista”, agregó. Su mujer comenzó el jueves la búsqueda de una casa en Roma. Aún se quiebra en llanto cuando reconstruy­e con sus amigas los pormenores de las últimas horas.

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