Día del politólogo
Viene de la contratapa
Así como sus investigaciones sobre los regímenes autoritarios fueron fundamentales para el desarrollo de la teoría política, otro tanto ocurrió con el aporte de Guillermo O’Donnell durante el ciclo de transiciones democráticas que se fueron sucediendo en América Latina, fundamentalmente a partir de los años 80. El politólogo, que apoyó con énfasis esos procesos de apertura (siempre es preferible una democracia imperfecta a un régimen autoritario), jamás dejó de hacer “una crítica democrática de las democracias”.
La principal preocupación de O’Donnell respecto de las flamantes democracias del sur de América estuvo centrada en la coexistencia de esos nuevos regímenes con Estados débiles, incapaces de garantizar los derechos ciudadanos. Si bien –señalaba– esos Estados podían asegurar algunas demandas, como la de elegir a los gobernantes, no estaban en condiciones sin embargo de garantizar las exigencias de mejoramiento de las condiciones de vida de sus habitantes. Se producía, por tanto, una “ciudadanía de baja intensidad”, situación que pone en jaque a las instituciones democráticas.
Durante la década del 90, a la luz de las experiencias que se extendían en algunos países, como Argentina con Carlos Saúl Menem, Perú con Alberto Fujimori y Brasil con Fernando Collor de Mello, O’Donnell desarrolló un concepto que sigue constituyendo un fuerte desafío para las ciencias sociales. El lo expresó bajo el título de “democracias delegativas”, quizás uno de sus aportes más originales al estudio de los sistemas representativos de estos países. Básicamente, se refiere a la idea imperante por entonces –y que se extiende hasta nuestros días– de que los gobiernos elegidos democráticamente consideran a los otros poderes y a los organismos de control verdaderos estorbos para el ejercicio del poder.
“Las democracias delegativas se basan en la premisa de que quien sea que gane una elección presidencial tendrá el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado, restringido sólo por la dura realidad de las relaciones de poder existentes y por un período en funciones limitado constitucionalmente.” En las cuales, “otras instituciones –por ejemplo, los tribunales de Justicia y el Poder Legislativo– constituyen estorbos que acompañan a las ventajas a nivel nacional e internacional de ser un presidente democráticamente elegido. La rendición de cuentas a dichas instituciones aparece como un mero obstáculo a la plena autoridad que le ha sido delegada al presidente.” (Guillermo O’Donnell)
Con el concepto de “democracias delegativas”, O’Donnell pone al descubierto un dilema fundamental para interpretar la realidad de nuestros días. Se trata de sistemas de gobierno legitimados por la voluntad popular, que cumplen con las formalidades de la elección de los gobernantes pero que, sin embargo, tienen comportamientos que no condicen con reglas básicas de la democracia. Son, según destaca Iazzetta, “democracias no institucionalizadas, en las que las elecciones periódicas y libres conviven con una marcada debilidad de los mecanismos de rendición de cuentas. En ellas, los gobiernos resultan democráticos por su origen, pero al ejercer el poder se alejan de las prácticas de la democracia representativa”.
“Avanzamos en la dimensión del Estado, poco en la estatalidad, que no es lo mismo.” (Guillermo O’Donnell)