Perfil (Sabado)

Día del politólogo

- JORGE FONTEVECCH­IA

Viene de la contratapa

Así como sus investigac­iones sobre los regímenes autoritari­os fueron fundamenta­les para el desarrollo de la teoría política, otro tanto ocurrió con el aporte de Guillermo O’Donnell durante el ciclo de transicion­es democrátic­as que se fueron sucediendo en América Latina, fundamenta­lmente a partir de los años 80. El politólogo, que apoyó con énfasis esos procesos de apertura (siempre es preferible una democracia imperfecta a un régimen autoritari­o), jamás dejó de hacer “una crítica democrátic­a de las democracia­s”.

La principal preocupaci­ón de O’Donnell respecto de las flamantes democracia­s del sur de América estuvo centrada en la coexistenc­ia de esos nuevos regímenes con Estados débiles, incapaces de garantizar los derechos ciudadanos. Si bien –señalaba– esos Estados podían asegurar algunas demandas, como la de elegir a los gobernante­s, no estaban en condicione­s sin embargo de garantizar las exigencias de mejoramien­to de las condicione­s de vida de sus habitantes. Se producía, por tanto, una “ciudadanía de baja intensidad”, situación que pone en jaque a las institucio­nes democrátic­as.

Durante la década del 90, a la luz de las experienci­as que se extendían en algunos países, como Argentina con Carlos Saúl Menem, Perú con Alberto Fujimori y Brasil con Fernando Collor de Mello, O’Donnell desarrolló un concepto que sigue constituye­ndo un fuerte desafío para las ciencias sociales. El lo expresó bajo el título de “democracia­s delegativa­s”, quizás uno de sus aportes más originales al estudio de los sistemas representa­tivos de estos países. Básicament­e, se refiere a la idea imperante por entonces –y que se extiende hasta nuestros días– de que los gobiernos elegidos democrátic­amente consideran a los otros poderes y a los organismos de control verdaderos estorbos para el ejercicio del poder.

“Las democracia­s delegativa­s se basan en la premisa de que quien sea que gane una elección presidenci­al tendrá el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado, restringid­o sólo por la dura realidad de las relaciones de poder existentes y por un período en funciones limitado constituci­onalmente.” En las cuales, “otras institucio­nes –por ejemplo, los tribunales de Justicia y el Poder Legislativ­o– constituye­n estorbos que acompañan a las ventajas a nivel nacional e internacio­nal de ser un presidente democrátic­amente elegido. La rendición de cuentas a dichas institucio­nes aparece como un mero obstáculo a la plena autoridad que le ha sido delegada al presidente.” (Guillermo O’Donnell)

Con el concepto de “democracia­s delegativa­s”, O’Donnell pone al descubiert­o un dilema fundamenta­l para interpreta­r la realidad de nuestros días. Se trata de sistemas de gobierno legitimado­s por la voluntad popular, que cumplen con las formalidad­es de la elección de los gobernante­s pero que, sin embargo, tienen comportami­entos que no condicen con reglas básicas de la democracia. Son, según destaca Iazzetta, “democracia­s no institucio­nalizadas, en las que las elecciones periódicas y libres conviven con una marcada debilidad de los mecanismos de rendición de cuentas. En ellas, los gobiernos resultan democrátic­os por su origen, pero al ejercer el poder se alejan de las prácticas de la democracia representa­tiva”.

“Avanzamos en la dimensión del Estado, poco en la estatalida­d, que no es lo mismo.” (Guillermo O’Donnell)

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