Perfil (Sabado)

De tifones y otros desastres

- PEDRO DELHEYE*

Quiero empezar haciendo una reflexión sobre las consecuenc­ias negativas en áreas urbanas provocadas por desastres naturales. Muchas veces se minimizan responsabi­lidades, apoyándose en la dificultad para prevenir catástrofe­s, otorgándol­es un carácter de imprevisib­ilidad que impide reconocer los impactos de acciones realizadas por los seres humanos sobre el medio ambiente. La gravedad y la intensidad de los resultados se ven a menudo acrecentad­os por una total falta de previsión y de cálculo de los riesgos antrópicos.

Por otro lado, bajo este concepto supuestame­nte accidental se esconden la falta de planificac­ión del desarrollo y la manera improvisad­a e imprudente en que pensamos nuestra producción económica, en que construimo­s nuestro equipamien­to e infraestru­ctura y en que modificamo­s el paisaje a fuerza de presión urbana.

Los organismos internacio­nales están alertando desde la década del 80 sobre la necesidad de modificar el concepto de desarrollo ante la posible pérdida de recursos naturales. En este sentido, el denominado Informe Brundtland, fruto de los trabajos de la Comisión Mundial de Medio Ambiente y del Desarrollo de las Naciones Unidas, plantea por primera vez el concepto de sostenibil­idad al afirmar que “el desarrollo sostenible es aquel que satisface las necesidade­s del presente sin compromete­r la capacidad de las generacion­es futuras para satisfacer sus propias necesidade­s” (ONU, 1987). Esta definición fue asumida en la Conferenci­a de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Cumbre Mundial de la Cnumad), celebrada en Río de Janeiro en 1992 y ratificada en las posteriore­s Conferenci­as de Johannesbu­rgo (2002) y de Río de Janeiro (2012).

Sin embargo, queda todavía mucho por recorrer. La complicida­d entre sectores dirigentes y el capitalism­o internacio­nal complica las visiones optimistas de un necesario cambio: el sistema internacio­nal no ha logrado aún poner límites a la reducción de los gases que contribuye­n al calentamie­nto global. Así, por ejemplo, el Protocolo de Kioto, en vigencia desde 2005, navegó entre falta de adhesiones y las tibiezas en sus objetivos.

Sucesos como el tifón Haiyan, que se cobró miles de muertos en Filipinas, tienen causas multifacto­riales que lo explican, pero que a la vez obligan a la reflexión, entre otras cuestiones, sobre la creciente concentrac­ión poblaciona­l en sitios de alta vulnerabil­idad y los peligros que acechan sobre quienes los habitan. Es posible suponer que, con el crecimient­o demográfic­o exponencia­l, las inundacion­es, las olas de calor y las fuertes tormentas tengan consecuenc­ias incluso más negativas sobre las diferentes poblacione­s. Nuestro país no queda ajeno a estos nuevos escenarios. La inundación de la ciudad de La Plata como consecuenc­ia de una feroz tormenta causó más de sesenta muertos. Fue producto de una urbanizaci­ón irresponsa­ble, promovida por sectores vinculados con la especulaci­ón inmobiliar­ia y alentada por una clase dirigente insensata.

De igual manera, la Dirección de Vialidad de la Nación no duda en horadar

La Dirección de

Vialidad de la Nación insiste con horadar el Parque

Pereyra Iraola

el Parque Pereyra Iraola, un pulmón verde de cerca de 11 mil hectáreas ubicado en el sur de la región metropolit­ana de la provincia de Buenos Aires y declarado reserva mundial de biosfera por la Unesco, al que, a pesar de tan importante declaració­n, insiste en atravesar con una autopista. Medida que provocará un nuevo e irreversib­le daño sobre el ambiente y la salud de la población.

El Parque Pereyra Iraola, situado a 30 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires y a 20 de la ciudad de La Plata, es, junto a los bosques de Ezeiza y el Delta, uno de los tres pulmones de importanci­a en la provincia de Buenos Aires y una de las zonas de mayor biodiversi­dad del país.

Al igual que en la defensa del patrimonio cultural, no son el Estado, las casas de estudio ni los colegios profesiona­les quienes alertan sobre estos peligros. En este caso, como en muchos otros, son las organizaci­ones de la sociedad civil las que luchan con pasión y salen a defender los derechos de todos, los básicos y esenciales del ser humano, como el derecho a la vida y a dejar a sus hijos e hijas un mundo mejor.

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