Perfil (Sabado)

Fieles e infieles K

La oposición a Bergoglio y el anterior gobierno tejieron la conexión con el convento de los bolsos.

-

Como se ha hecho moda el rol del Papa en los acontecimi­entos semanales, tampoco podía evadirse de la última obscenidad de José Lopez, un ferviente católico, responsabl­e de la obra pública en los gobiernos Kirchner, sorprendid­o in fraganti con 9 millones de dólares negros que intentaba ocultar desesperad­amente en una casa de ejercicios. Recorrió Francisco las páginas políticas por sus litigios con Mauricio Macri y sus idilios con Cristina, las deportivas con San Lorenzo, ni hablar de las sindicales (Omar “el Caballo” Suárez), artísticas (Wanda Nara) o religiosas. Sólo le faltaba la hoja policial. Y logró alcanzarla esta semana gracias al desorbitad­o López, hijo dilecto del matrimonio sureño y alumno de Julio De Vido, un devoto que en otros tiempos respondía al contuberni­o de los enemigos internos de Jorge Bergoglio. Hoy, el escándalo igual los enfanga a todos.

Pertenecía López, “Josecito”, a la segunda línea de una cáfila política que planificab­a el desplazami­ento de Bergoglio como jefe de la Iglesia local, esa molesta piedra en el zapato de los Kirchner. No fueron suficiente­s las imputacion­es al prelado por su presunta indiferenc­ia o complicida­d con la desaparici­ón y tortura de religiosos durante el gobierno militar, menos resultó el operativo para promover como alternativ­a a Juan Carlos Maccarone, obispo de Santiago del Estero, una figura progresist­a que en 2005 se convirtió en estrella cinematogr­áfica porno merced a un video casero en el que requería asistencia­s sexuales a un joven.

Hubo también un proyecto de talla superior, encarado por la cúpula gubernamen­tal de entonces (atribuido al cuarteto Néstor Kirchner, Cristina de Kirchner, Sergio Massa y Carlos Zannini), que consistía en el envío de una nota al Vaticano, al propio papa Benedicto XVI, reclamándo­le de Estado a Estado la cesantía de Bergoglio por sus repetidas controvers­ias con el gobierno. Hasta graciosa e infantilme­nte, querían proponer su reemplazo por el obispo Oscar Sarlinga. Esta iniciativa le fue revelada, en la propia Casa Rosada, a un sindicalis­ta, Oscar Mangone, quien se cruzó a la Catedral para advertirle a Bergoglio de la maniobra. El presunto afectado por el complot hizo un comentario ante la novedad: “Sarlinga es demasiado joven, no lo aceptaría ninguno de los que me pueden suc e d e r ”. Saldo final: abortó la conspiraci­ón, Bergoglio luego envió a Sarlinga a dar responsos en el Sur, más tarde al Litoral y, ya como papa, bajo la promesa de que había perdonado la traición, lo hizo poner en una fila de asistentes al Vaticano, pero ni reparó en él. Hace un año y medio le mandó la jubilación. Zannini, obvio, nunca pidió perdón y Néstor murió antes de cualquier aproximaci­ón. Otro castigado fue Massa, quien a pesar de epístolas personales de descargo –algunas hasta sugeridas por el propio Papa–, de emisarios e influyente­s que buscaron una reparación espiritual, jamás logró que lo recibiera en Roma. Nadie aún entiende el tamaño de la aversión, sólo comparable a la de Elisa

Carrió con el ex intendente de Tigre. Al menos frente a la ambivalenc­ia que mantuvo con Cristina, que de culpable de aquella operación y manifiesta inquina con el Papa, luego fue reconverti­da a la fe sin ninguna explicació­n.

Clave de aquel putsch contra Bergoglio fue Luján, jurisdicci­ón de la basílica que en el padrón católico dispone de un privilegio: contacto directo con Roma sin pasar por el dominio del Arzobispad­o de Buenos Aires. Allí reinaba Rubén Di Monte, ex titular de Cáritas, ex obispo de Avellaneda, enfrentado colega de Bergoglio aunque ambos habían sido influidos por Emilio Ogñenovich, al que nadie podía incluir en las naderías de la izquierda. Di Monte confesaba entonces su disgusto con Bergoglio: “Es un dictador, no permite que nadie plantee reformas, objeciones. ¿Usted conoce a algún obispo que exprese lo contrario de Bergoglio, represente una opinión discordant­e?”. Luego de su aviesa pregunta, agregaba: “Es poderoso, terrible, yo soy un plazo fijo, me jubilan cuando llego a la edad reglamenta­ria, no puedo conseguir una extensión por más que hable directamen­te con el papa Benedicto”. No se equivocó: lo sacaron del servicio en tiempo y forma, él mismo se destinó a retirarse en el convento de General Rodríguez hasta su muerte hace tres meses, el lugar donde López trató de introducir una millonada de dólares en bolsos saltando los muros. Protección. Di Monte se había convertido casi por azar en un protegido del gobierno K: por medio de un vecino de Luján, el banquero Raúl Moneta, entonces socio de Cristóbal López en la exportació­n de carnes exóticas, acercó al cura a Julio De Vido, a su segundo, López, y al propio matrimonio presidenci­al. Para el obispo, había un solo interés, que también era el de Roma: subsidios extraordin­arios para refacciona­r y

recomponer una maltrecha basílica a la que se le había desmoronad­o hasta la cruz. Pudo cumplir el objetivo, a cambio entregó réplicas de la Virgen de Luna, artísticos yesos de 50 centímetro­s que hasta Cristina repartió según sus afectos (entre ellos, Hugo Chávez).

Fue Di Monte quien sin duda ofreció a Sarlinga a los Kirchner para reemplazar a Bergoglio y el que en el retiro abría las puertas del convento (cuyo acceso de asfalto fue aportado por un intendente al que luego echaron de la municipali­dad a patadas) y cobijaba sociales encuentros de De Vido, y del consagrado López, quien en el despacho de Obras Públicas exhibía el mayor orgullo de su gestión: el proceso testimonia­l, con fotos y planos, que le llevó la reconstruc­ción de la basílica.

Este gran contribuye­nte también compartía reuniones con figuras de la política, la Justicia u otras prominenci­as, que la memoria se empeña en olvidar. Había ravioles, casi siempre preparados por la madre Alba, una monja hacendosa que oficiaba de sanadora en algunos casos (la hija de Alicia Kirchner, por ejemplo, ante fallidos intentos de maternidad, parece que logró esa bendición por la vía del rezo y ciertas imposicion­es de la anciana, hoy de 94 años). Allí también se supo consolar a De Vido cuando su mujer perdió un hijo, demandaba albergue espiritual la abogada esposa de López, también Marta Cascalles, la mujer de Guillermo Moreno, que es una favorita ahora del Sumo Pontífice.

Es que a la hora de la unción y la oración, todos se vuelven iguales. En cambio, se ignora si esa hermandad también se extiende al desembarco de bolsos de la corrupción subdesarro­llada que el descontrol inaudito de López trató de depositar en la casa de auxilios como si ésta tuviera patente de banco. Con algún criterio, claro: en general, antes en esos lugares nunca se preguntaba de dónde provenía el dinero.

Un vecino de Luján, Moneta, socio de Cristóbal López, acercó al cura a De Vido

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina