Perfil (Sabado)

La otra deuda social

- ALEJANDRO W. SLOKAR*

Así como desde la demagogia punitiva se concita la permanente atención para el ingreso de más personas a las cárceles, el momento de la salida no suscita el menor interés. Buena parte de la sociedad revela apatía –sino animadvers­ión– cuando un ex preso pone un pie en la calle.

Es conocido que quien haya atravesado una experienci­a de prisión, al recuperar su libertad se tropiece con innumerabl­es dificultad­es para la reintegrac­ión social. En muchos casos la comunidad –e incluso sus propias familias– le vuelven la espalda, lo que casi siempre condiciona la recaída en el delito.

Frente a este círculo perverso (ausencia de oportunida­des, luego, reincidenc­ia) debería aceptarse de una vez que reinserció­n y seguridad no son metas antitética­s, sino complement­arias. Sin asistencia ni control de la sanción en el medio libre, todo el sistema penal deviene en fracaso, ya que en la esterilida­d de la medida impuesta opera una suerte de amnistía de facto.

Será por ello que en el célebre diario Crítica del 25 de noviembre de 1913, publicaba Luis C. Villamayor –guardiacár­cel y autor lunfardo con seudónimo Canero Viejo – el artículo Patronato de excarcelad­os, en el que a partir de la problemáti­ca social del delito emplazaba al gobierno de Sáenz Peña a que se ocupe de su vigencia.

Pero, como con las elecciones libres, tuvieron que transcurri­r algunos años hasta que un distinguid­o juez (Jorge H. Frías), bajo la prédica de la corrección moral, creara una asociación civil –aunque subsidiada con fondos públicos– y convocara inauguralm­ente en el Palacio de Justicia a los sectores más “notables” para que incorporen a exconvicto­s en sus industrias y comercios: la Compañía Ítalo-Argentina de Electricid­ad, tiendas Harrod’s, Bunge y Born, Compañía de Tranvías Lacroze y La Vascongada.

Aunque bajo una matriz arcaica de auxilio caritativo fundado en la compasión filantrópi­ca, el modelo realizó una tarea meritoria durante casi un siglo, hasta la crisis y paralizaci­ón que dio lugar a la creación de un servicio público fundamenta­l bajo la órbita del Poder Judicial de la Nación como garantía institucio­nal de la reinserció­n. La Dirección de Control y Asistencia de Ejecución Penal, recienteme­nte integrada por la Corte Suprema, reúne por ahora a una centena de agentes estatizado­s y agremiados que tienen a cargo el control de 7000 asistidos de sólo 3 juzgados de ejecución. Claro que, como todo cumplimien­to de un deber, está subordinad­o a la posibilida­d de realizarlo, desde un básico de la simple provisión de recursos.

De nuevo: cualquier obstáculo que dificulte la reinserció­n es falso que sólo afecte a los liberados, ya que más tarde o temprano repercute en toda la estructura social. Cierto que si la reinserció­n guarda por núcleo la inclusión social, pareciera un objetivo ciclópeo frente al cuadro estructura­l de exclusión y notorio aumento de pobreza que desde hace tiempo sabe denunciar el Observator­io de la Deuda Social Argentina de la UCA.

Por ello, no es posible olvidar que el respeto hacia el liberado es aquel que se nos ofrece también a cada uno de nosotros, ya que dignifican­do al ex preso –de rebote– mejoramos la dignidad nuestra y de todos los argentinos. Y devolver dignidad para el caso no es más ni menos que la debida considerac­ión hacia el hombre que tras sufrir encierro, tendrá en libertad que recuperar el derecho a una vida esperanzad­a para poder transforma­r el destino de sí mismo y del resto.

Así como hace más de medio siglo desde el transforma­dor penitencia­rismo justiciali­sta se suprimió el uniforme cebrado en los presos, también es hora de eliminar el traje a rayas de adentro, de modo de brindar condicione­s para impedir que quien pasó tras la reja quede atrapado en la identidad de delincuent­e. El desafío es resocializ­ar a la sociedad, o como nos advierte Francisco en Por una justicia realmente humana: la diferencia entre una sociedad incluyente y otra excluyente parte de no poner en el centro a la persona y prescindir de los restos que ya no le sirven. Siendo así, sólo la reinserció­n es antídoto contra el remordimie­nto.

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