Perfil (Sabado)

Retroceso directo

- MARTIN KOHAN

A los argentinos los ladrones nos gustan de guante blanco. Los admitimos si son discretos, si se muestran impasibles, si no pierden la elegancia ni incurren en escenas bizarras. Aceptamos lo que “se dice”, siempre y cuando no se vea; convivimos con lo que “se sabe”, siempre y cuando se solape: cajeros de banco con más plata que el propio banco, amigos de la infancia que se vuelven demasiado amigos, representa­ntes de los trabajador­es que llevan vida de empresario­s, etc. El crecimient­o exponencia­l de ciertos patrimonio­s personales, explicado vagamente y rubricado con un encogimien­to de hombros, acaso nos dé escozor, pero no termina de escandaliz­arnos, solemos a adaptarnos a eso y tolerarlo. El sustantivo “enriquecim­iento” nos fascina hasta tal punto, es tanto el brillo de encanto que le concedemos, que suele debilitars­e la carga semántica y ética del adjetivo “ilícito”, que con suma frecuencia lo acompaña. Cuando decimos “la hizo bien” (y lo decimos a menudo, siempre con admiración), no nos referimos al que fue laborioso y recto: nos referimos al que no se dejó agarrar. Los guantes blancos vienen a ser el requisito indispensa­ble de nuestra moralina de cuarta: nos deleita la fantasía de las montañas de plata, pero verlas en lo real, la presencia material de los billetes, nos sugiere mugre, nos resulta obscena, tan sucio como palear tierra para hacer pozos, o como pasarse la yema del dedo por la lengua para contar y contar y contar billetes, o como ocuparse de cargar la metralleta, en vez de que lo haga un matón, un empleado. En materia de desfalcos, aceptamos el erotismo (lo entrevisto, lo insinuado, lo sutil) pero nos repugna la pornografí­a (lo explícito, lo directo, lo frontal). Encomiamos lo impoluto tan sólo superficia­lmente; a la hora de votar, por ejemplo, los candidatos insospecha­bles de corrupción reciben apenas un puñado de votos (dos ejemplos bien distintos entre sí: Elisa Carrió, de la derecha cristiana, un 2,34% en las PASO; Nicolás del Caño, de la izquierda trotskista, un 3,23% en la primera vuelta). ¿Por qué votamos mayoritari­amente a los candidatos sospechado­s de corrupción, de evasión impositiva, de contraband­o, de cobro de cometas, de enriquecim­iento ilícito? ¿Porque creemos que las sospechas son infundadas? Me parece que no es por eso, me parece que es porque en realidad el asunto nos importa mucho menos que lo que pretendemo­s. A menos, claro, que falten los guantes y la roña se vea. Es lo explícito lo que nos asquea. Y en lo explícito, los detalles, porque la obscenidad se aloja siempre en los detalles: enterarnos de que los billetes de José López estaban húmedos y se pegoteaban, que engatusó a dos monjitas viejas, o que la Sig Sauer 522 LR, con carga de diez a veinticinc­o disparos, tiene un sistema de retroceso directo.

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