Perfil (Sabado)

Infierno tan temido

La lucha contra la corrupción es típica de los inicios de gobierno. Lecciones para aprender.

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Dicen que el presidente Carlos Menem, en el inicio de su primer mandato, le solía decir a su ministro Gustavo Beliz: “Adelante, no aflojes en la lucha contra los que le roban al Estado”. Comentario gracioso para algunos, claro. Eran tiempos en los que el riojano denunciaba el caso Yacyretá como “el monumento a la corrupción” (a propósito, muchos de aquellos proveedore­s de la obra han continuado y multiplica­do sus contratos). No duró mucho Beliz, tampoco aquella monserga de Menem, y todos saben aproximada­mente cómo acabó la historia de ese gobierno. Dicen que el presidente Nestor Kirchner, también en el inicio de su gestión, se jactaba de la transparen­cia de su gobierno. Curiosamen­te, contaba en ese principio con Gustavo Beliz de ministro, al que había convocado por una pátina de inviolabil­idad moral que le otorgaban las encuestas (hasta lo acompañaba, incluso, un equipo de presuntos titanes en pugna contra la venalidad pública). Tampoco duró mucho Beliz, obvio. Más tarde, dicen, Cristina habría de repetir catilinari­as semejantes contra la corrupción, después de haberse sorprendid­o por la herencia inmanejabl­e que le dejó el difunto. “Acá se corta todo”, le atribuyen en su vehemencia. No tuvo la tijera y ya todos saben cómo acabó la histo- ria de su gobierno.

Dicen que Mauricio Macri, desde que empezó su gobierno, se encargó de avisarles a casi todos sus ministros que sería impiadoso con aquellos que sorprendie­ra en actos delictivos, que estaba en el cargo para luchar contra la corrupción. Para algunos cercanos, esa recomendac­ión pasional proviene de un cambio espiritual del personaje, casi religioso, de conclusion­es surgidas en sus reflexione­s budistas que suelen cambiar ciertos hábitos de vida. Al menos, parte de ese nuevo empeño no responde a una anterior historia empresaria, su actuación boquense, ni a su jefatura municipal. En este caso, la historia empezó hace poco, nadie sabe cómo acaba. El tema de la corrupción, asignatura incumplida de muchos gobiernos, promueve desde la venidera ley del arrepentid­o (dedicada en exclusivid­ad a este rubro) un abanico de alternativ­as imprevisib­les. Casi como ocurre en Brasil o como ocurrió en Italia. Los premios a los culpables que confiesan y acusan, la reducción de penas (por ejemplo, a Marcelo Odebrecht, ya parece que por su stand up cantor le quitarán una década a la condena inicial de l8 años y seis meses) invitan a incrementa­r la lluvia de causas judiciales, hoy vertiginos­as con investigac­iones, procesamie­ntos y detencione­s. Justo cuando la Justicia se encuentra bajo sospecha y el propio Macri –quien tuvo más de un tropiezo en los estrados– plantea cambios y la remoción de magistrado­s. Con idas y vueltas, dudas, falta de pericia, numerosos influyente­s y la inquietud de que el aguacero también lo salpique (en su cercanía hacen cuernitos cuando se nombra, por ejemplo, al fiscal Federico Delgado, un impenetrab­le). La vorágine desbocada implica que el titular de la Cámara de la Construcci­ón haya denunciado presunta connivenci­a de la ex mandataria Cristina con la corrupción y ningún fiscal lo hubiera citado. El escándalo se remedió: comparece el lunes. O que el director de YPF, Fabián Rodríguez Simón, el “Pepín” que nutre al Presidente de savia judicial, haya justificad­o en el Parlasur no votar la exclusión de José López por respeto al derecho. Justo Rodríguez Simón, tan preservati­vo de la Justicia, que fue quien le acercó a Macri el decreto malhadado para designar dos miembros de la Corte Suprema sin pasar por el examen del Senado. Joya de la institucio­nalidad.

La cuestión del arrepentid­o aterra hoy a gobernador­es e intendente­s, funcionari­os nacionales y empresario­s reconocido­s no sólo por la eventual palabra de Lázaro Báez, el desesperad­o López o personajes secundario­s de la misma laya, también por la concurrenc­ia de otros casos. La presión sobre Julio De Vido invita al destape; más de oyente, aguarda su diabética voz como una revelación. Impropio tal vez para quien presume de peronista. El fenómeno se recarga con participac­iones estelares como la de Elisa Carrió, de volátil mejoría en las encuestas por su oleada de denuncias, algunas de precisión relojera y otras teñidas de sensaciona­lismo y extravío, como el complot de las nuevas facturas de gas y luz que realizan las propias empresas beneficiad­as o el “todo por un peso” que engloba con imputacion­es desdorosas a Ricardo Lorenzetti, al Papa, a Sergio Massa, a amigos de Macri como Daniel Angelici, a su propio padre, Franco, o a su primo Jorge. No se sabe aún si el estrellato de la dama Savonarola responde a indicacion­es de Macri o a su atónita y oriental mudez. Nadie, mientras, le responde con argumentos a la diputada, le huyen hasta de la mirada, sólo algunos se suman al rumoreo de los servicios de inteligenc­ia –circulando por el Congreso– sobre posibles vínculos con alguna empresa chaqueña dedicada al negocio garrafero, de formidable expansión amarilla como su nombre y naturalmen­te entroncada con la política del cuestionad­o De Vido. Versiones de poca monta contra quien se opuso a ciertos términos del blanqueo, ordenó votarlo, pero ella desertó del escrutinio.

Macri, a quien los problemas de salud le han impedido cumplir su mayor deseo lúdico –jugar en la recién sembrada canchita de Olivos–, se muestra ambiguo con Carrió, como con su canciller part time Susana Malcorra, de repente tersa y suave con el gobierno de Maduro, cuando muchos imaginaban mandobles públicos. Se dijo que ella era egoísta, que privilegia­ba la búsqueda de votos para su candidatur­a en Naciones Unidas, cuando en rigor la hicieron reflexiona­r: no interfiera con actitudes críticas cuando Venezuela atraviesa una crisis de epílogo indeseado, al menos en el pensamient­o alarmista de Washington y el Papa, siempre obsesionad­o con los baños de sangre. Había más elementos para meditar, segurament­e se lo explicaron al jefe de Gabinete, Marcos Peña, quien sin anuncios viajó a los Estados Unidos para un curso acelerado de 48 horas en el que le explicaron la importanci­a de no generar disturbios en la región frente al acuerdo de paz con la guerilla colombiana, negociació­n ardua que enhebraron el gobierno Obama, Gran Bretaña, otro país europeo, la propia Iglesia Católica, Cuba y un comprensib­le Maduro que para ciertas cuestiones no percibe el olor a azufre. Hubo años de deliberaci­ón para instrument­ar garantías, localizaci­ones, protección de testigos, nuevas identidade­s para guerriller­os y militares, proceso que ningún imprudente debía complicar. Siempre se aprende con los viajes.

Hacen cuernitos cuando se nombra al fiscal Federico Delgado, un impenetrab­le

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DIBUJO: PABLO TEMES YO ME ARREPIENTO TU TE ARREPIENTE­S ¿EL SE ARREPIENTE? Lázaro Báez

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