Perfil (Sabado)

Lo que nadie vio

Como Carrió, los empresario­s salieron a hacer denuncias, pero de cosas que antes apoyaban.

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Algunos miran, pero no ven. Otros, impunement­e, se tapan los ojos con las manos. También hay quienes no escuchan o, si escuchan, no entienden. O enmascaran el entendimie­nto. Y no faltan, en el éxtasis de la distracció­n, quienes se prescinden como testigos o partícipes necesarios de los acontecimi­entos que observan. Formas cínicas de superviven­cia en la historia reciente, quizás como las que encontraba el cristinist­a José López –el de los US$ 9 millones non sanctos descubiert­os en un monasterio de General Rodríguez–, quien en su propia casa albergaba amuletos religiosos, figuras y piezas cristianas, cruces y emblemas católicos, réplicas de mártires, vestales y, lo más singular, una copia del Libro del Eclesiásti­co, Libro de la sabiduría de Jesús o de la Iglesia, extenso cuerpo con máximas que el ex funcionari­o hoy preso había depositado para la lectura en un atril de su living. Se nutría al parecer con esa guía espiritual que, curiosamen­te, estaba abierta en uno de los capítulos que aconsejaba conductas para el ejercicio público de la función.

Ciertament­e, parece difícil saber si López consultaba ese minucioso texto cuando distribuía obras entre empresas, intendente­s y gobernador­es durante los gobiernos K o si, más tarde, emprendió su lectura hasta producirle algún efecto alucinógen­o que lo hizo apersonars­e con bolsos repletos de dinero en un convento que preside una anciana monja sacralizad­a por el papa Benedicto, la madre Alba, sanadora de almas como la de Julio De Vido o colaborado­ra espiritual de Alicia Kirchner para que su hija pudiera procrear. Tal vez, si no le alcanzaba a López para ese acto lo que manda el refugio del Eclesiásti­co que repasaba en su casa, se habrá asistido con alguna sustancia en el agua bendita. Nadie lo sabe y poco importa, incluso si es engañosa esta versión posterior al allanamien­to, ya que la impostura gobernaba sus actos, incluso el mandamient­o del punto 17, capítulo uno, cuando alude a “les colma la casa de bienes precio- sos y con sus joroductos llena sus graneros”. Aunque estuvo poco atento, el hombre que se encerrró solo en un calabozo, casi sin intervenci­ón de la Justicia, ya debió advertir otra observació­n en el mismo libro aparecida en el versículo 22, que precisa: “Un arrebato indebido no puede justificar­se porque el ímpetu de la pasión lleva a la propia ruina”. Si a veces hay ojos que no quieren ver, también hay libros que se poseen y no se leen –aunque presidan la biblioteca o un atril– o, si se los lee, ese ejercicio no garantiza comprender la sabiduría de su mensaje.

Hay otros ejemplos menos escandalos­os que la peripecia de López. Otros, recientes, que la sociedad y los medios fingen no advertir.

En un singular fenómeno colectivo de silenciosa complicida­d, nadie señaló que la denuncia de Elisa Carrió contra el jefe de la Policía Bonaerense Pablo Bressi –cuya suerte se torna sellada–, imputándol­o por favorecer a los narcos o involucrán­dose con ellos, en rigor implicaba otro juicio de mayor alcance y apuntaba no sólo al entourage de la gobernador­a María Eugenia Vidal: se dirigió contra el propio Mauricio Macri, contra su familia y especialme­nte contra su primo Jorge Macri, miembro del gobierno provincial e intendente de Vicente López. Y postulante ya revelado del Presidente para las elecciones de medio término del año próximo. A él también lo acusó, en su campaña redentora, de hacer la vista gorda o estar inmerso en ese sórdido mundo del narcotráfi­co. Carrió lo dijo con exactitud, nadie del Gobierno –ni el propio aludido– le respondió, como si proteger a Bressi hubiera sido más importante que defender a un pariente presidenci­al. Algunos cínicos, claro, atribuyen ese juicio de la dama controvers­ial a la necesidad política de ella para desmontar la candidatur­a de un competidor. Si así fuera, ese cálculo –al margen de la humillació­n más calamitosa para un hombre– supera cualquier límite ético, supone una vergonzant­e osadía de la tercera socia del oficialism­o. Entonces, mejor no hablar, no contestar, proceder como si esa manifestac­ión no hubiera ocurrido. Empresario­s. Otra particular­idad la ofrece el universo empresaria­l, el mismo que aplaudió al matrimonio sureño, lo halagó durante 12 años, se sometió a sus vanos caprichos y, en simultáneo, se beneficiab­a con tajadas obvias. Menos expuestos que Lázaro Báez u otros dilectos de la pareja, naturalmen­te. Un caso, la Cámara de la Construcci­ón, casi un apéndice del Gobierno, la fluctuante Unión Industrial Ar- gentina y el Cicyp, esa Cámara de Comercio presuntame­nte interesada en la libertad de comercio que se convirtió en el 6,7,8 del Gobierno en pro del estatismo. Basta ver el breviario de su colección de actos. Como se exaltan a sí mismos desprecian­do al Eclesiásti­co (“no sea que caigas y atraigas sobre ti el deshonor”), muchos de sus dirigentes descubrier­on en la nueva etapa del país la convenienc­ia de denunciar anomalías y delitos del pasado, mencionarl­os en público y luego no sostenerlo ante la probanza de un tribunal. Pasó con

los prebendari­os de la construcci­ón, de los industrial­es (“Todos sabíamos lo que pasaba”, o “se cobraba el 15% de mordida, como el movicom”) y hace pocos días lo completó el Cicyp, cuando Adrián Werthein se golpeó el pecho, se arrepintió de la connivenci­a y la permisivid­ad con el régimen anterior. Casi todos, como si no hubieran multiplica­do sus negocios, patrimonio­s y ventajas, ofreciendo asados, reuniones, asociándos­e, convocando magistrado­s por si los tiempos cambian. A Werthein, a quienes algunos ven como crítico de su antecesor Eduardo Eurnekian, la familia Saguier de La Nación lo calificó de “hipócrita” por su arrepentim­iento repentino y, en el editorial, se olvidó de señalar que en ese almuerzo de contrición se homenajeab­a al embajador de los Estados Unidos, Noah Mamet, quien no ha cesado de propiciar todo tipo de subvencion estatal para “las inversione­s que van a venir” en el rubro energías renovables, en particular para General Electric, incluyendo en el ejercicio un perdón específico en el futuro blanqueo para aquellos que exterioric­en fondos no declarados en ese sector. H a bl a b a We r - thein frente al diplomátic­o, consentían ambos y el resto de los participan­tes en el aplaudido mea culpa, junto a un invisible en ocasiones empresario favorito de la embajada, consultor asiduo de Carlos Zannini y socio aún en no menos de una docena de proyectos formales con Jorge Chueco, el hacedor de sociedades de Báez. Otro que por sus desvaríos de conciencia o terrores a la Justicia está preso por su propia cuenta al huir casi sin que nadie lo persiga. Nadie vio, nadie escuchó, nadie participó. Como los monitos. Aunque todos siguen en lo mismo.

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DIBUJO: PABLO TEMES HURACAN LILITA Elisa Carrió

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