Perfil (Sabado)

¿Esta vez va a ser distinto?

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RODRIGO ALVAREZ LITRE*

Lili tiene una pyme textil desde hace más de veinte años. Es emprendedo­ra por naturaleza. En la última década su negocio se había expandido rápidament­e gracias a las oportunida­des que generaron las trabas a las importacio­nes. Las grandes tiendas le confiaban la producción de sus coleccione­s, escenario que le permitía alimentar el crecimient­o vía nuevas inversione­s y aumento del empleo.

Ahora la foto es muy distinta. Sus clientes han reducido las compras drásticame­nte. En parte por la recesión, en parte porque están volviendo a comprar en el exterior a costos mucho más bajos. Lili no tiene forma de sostener un negocio que devuelve pérdidas mes a mes. Es una empresaria de esas que no abundan; tiene conciencia y responsabi­lidad social. Su preocupaci­ón no pasa por sus finanzas personales, sino por cómo mantener la fuente laboral para treinta familias que dependen de la fábrica.

Es la crónica de una muerte anunciada; si esta situación se mantiene, muy probableme­nte tenga que cerrar la fábrica y reconverti­r su negocio a la importació­n. Es simple, tiene la red de contactos comerciale­s y puede conseguir los productos que ella produce localmente a una fracción de su costo local en el exterior. La situación socioeconó­mica de Lili no va modificars­e, pero sí las de las familias que trabajan con ella. Serán los excluidos de un nuevo cambio de modelo económico. La misma preocupaci­ón se observa en cientos de empresas del rubro. Lógicament­e, es una industria muy atomizada en la que existen nichos con realidades diferentes. Pero son las excepcione­s que confirman la regla. En efecto, a pesar de la recesión, las importacio­nes textiles pasaron de crecer al 10% i.a. en el primer cuatrimest­re del año al 50% en mayo.

Los grandes productore­s de electrónic­a de Tierra del Fuego están en la misma sintonía. Mucho más rápidos de reflejos, ya anunciaron que comenzarán a importar algunos productos terminados. A diferencia de Lili y los textiles, gozan de una larga lista de exenciones fiscales que incluyen derechos a la importació­n, impuesto a las ganancias, impuesto al valor agregado, bienes personales e impuestos internos, entre otros tributos. Es un régimen que, con sus más de treinta años de vigencia y miles de millones de dólares en aportes del Estado, no ha logrado avanzar más allá del ensamblaje de productos extranjero­s.

Muchos dirán que es lógico que estas industrias no prosperen; son rubros donde la oferta exterior es abrumadora y resulta imposible competir por costo. Bajo esta lógica no vale la pena sostener una industria que no va a ser viable. El problema es que éstas no son las únicas.

En la lista podríamos sumar a casi la totalidad de la industria argentina que en mayor o menor medida sufre la competenci­a exterior. Autos, metalmecán­ica, bienes de capital, entre otros. Incluso podríamos incluir la producción energética, que hoy debe estar sostenida con precios más elevados que los internacio­nales.

Bajo la lógica darwiniana del libre mercado, las actividade­s que no sean viables deberían desaparece­r. La pregunta entonces es cuáles son los costos sociales de este proceso.

Es cierto que habrá muchas ramas de actividad que van a tener un fuerte despegue con el nuevo ciclo que se inicia, en particular las que los economista­s llamamos “no transables”, precisamen­te porque no compiten con la oferta extranjera. Por caso el consumo masivo, los servicios, la construcci­ón y la industria financiera. Nadie duda que también habrá un masivo flujo de inversione­s en infraestru­ctura luego de una década perdida y que la agroindust­ria tendrá un fuerte impulso asociado a la dotación excepciona­l de recursos del país.

Pero ¿es lógico pensar que un trabajador industrial se puede reconverti­r en un vendedor en una tienda comercial, en un empleado de una empresa telefónica, en un cajero de banco o en un peón rural? Nuestra experienci­a histórica es contundent­e: el retroceso de la industria nacional deriva en un fuerte deterioro del entramado social, principalm­ente en las grandes ciudades. La peor herencia de la convertibi­lidad fue una enorme masa de trabajador­es desemplead­os, excluidos del sistema.

Estamos ante un nuevo ciclo de crecimient­o, un punto de inflexión que amerita una visión estructura­l del desafío y, fundamenta­lmente, definicion­es de política económica que hoy no existen.

Está claro que la apreciació­n del tipo de cambio llegó para quedarse. En consecuenc­ia, mejorar la competitiv­idad argentina será un proceso lento que dependerá de los avances en el ambiente macroeconó­mico, la eficiencia del sector público, la educación y la salud, la infraestru­ctura, la eficiencia en el funcionami­ento del mercado laboral, la sofisticac­ión de negocio y el desarrollo financiero, entre otros factores. La Argentina debe encontrar un nuevo equilibrio entre la protección boba de la industria nacional y la apertura indiscrimi­nada. Es necesario construir una memoria institucio­nal que evite barajar y dar de nuevo ante cada cambio de ciclo económico, que no casualment­e coincide con el cambio de ciclo político. Ningún esquema productivo puede prosperar en un entorno tan errático.

Es por ello que se necesita una adecuada administra­ción del comercio para que el crecimient­o se traduzca en mejoras sociales y económicas concretas. La expansión de la demanda esperada para los próximos meses puede traducirse un una mejora del nivel de actividad, del empleo, del salario real y de las inversione­s en un escenario donde la producción nacional y las importacio­nes convivan equilibrad­amente.

Si la tracción de la demanda se traduce en un ingreso masivo de importacio­nes, no se lograrán mejoras. No habrá derrame. Es determinan­te lograr equilibrio en cada sector y lograr compatibil­izar el dinamismo de la economía, de la producción nacional y el lógico rol de las importacio­nes. Este criterio general requiere de parámetros a nivel sectorial.

La industria nacional vuelve a estar en una encrucijad­a que lleva a caminos contrapues­tos, con efectos derrame totalmente disímiles. El escenario virtuoso se logra fijando reglas y criterios que evidencien decisión y capacidad técnica en la administra­ción de importacio­nes. Así existe previsibil­idad sobre las reglas de juego y, entonces, se dinamizan las inversione­s generando nuevos puestos de trabajo.

En el caso contrario, en el que la apertura es brusca y sin criterios sectoriale­s, se pierde previsibil­idad sobre el sentido de producir en el país y las señales obligan a encarar procesos de ajuste o incluso desinversi­ón. El desafío es tener una economía más integrada, incluso más abierta, pero con criterios técnicos adecuados para sostener el círculo virtuoso de crecimient­o, inversión y empleo. Argentina debe aprender de sus propios errores e integrarse al mundo de una manera madura. Ahora es el momento.

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PRESIDENCI­A DE LA NACION MODELO DE INDUSTRIA. Macri, en Alemania, con directivos de automotric­es.

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