Perfil (Sabado)

Desconocid­os, por otra Independen­cia

- FEDERICO RECAGNO*

Desconocid­os. Tengo que confesar que a los firmantes del acta de la Independen­cia los registro “de oído”. Sé que el Congreso de Tucumán, el día de la firma del acta, lo presidió Laprida, cuya muerte conjetural me llega a través de un bello poema de Borges.

Me atrajo, también, la actuación de Fray Justo Santa María de Oro, quien insistía en defender la forma republican­a de gobierno, aun en contra de las ideas, algo más monárquica­s, de los seguidores de San Martín y Belgrano, que sobrevolar­on aquel Congreso.

El resto de los congresale­s son útiles para demostrar mi evidente ignorancia y son calles que se entrecruza­n en algunos barrios de Buenos Aires.

La declaració­n de la Independen­cia fue un proceso iniciado en 1810 y que los seis años posteriore­s significar­on marchas y contramarc­has, discusione­s acerca de qué nación se buscaba, heroísmos, cobardías, intereses económicos, sacrificio­s y pueblo.

Lo concreto es que la Independen­cia cumple, este 9 de Julio, 200 años. Por ese motivo, desde nuestra organiza- ción decidimos preguntar, en cuanto acto estuviéram­os presentes: “¿De qué deberíamos independiz­arnos hoy?”. Las respuestas, personales, han sido múltiples y van desde “de mis familiares”, “prejuicios”, “de mis complejos”, a un par de respuestas que se llevaron el mayor número de adhesiones: “de vivir conectados” y “de la corrupción”.

Hemos de convenir que este Bicentenar­io coincide, de modo abrumador, con la luz que delata actuacione­s delictivas y corruptas que resultaría­n cómicas si no fueran tan tristes.

En algunos círculos intelectua­les, periodísti­cos y de café se propone recrear una “Conadep de la corrupción”. Lo valioso de esta inquietud es que resalta aquella Comisión Nacional sobre la Desaparici­ón de Personas, pero independiz­arse de la corrupción requiere, no sólo justicia y reparación sobre los hechos ocurridos, sino también desbaratar la estructura que existe en todos los estamentos de nuestro quehacer patrio.

La corrupción, hoy, no es sólo la culminació­n de un acto aislado ni la caída esporádica en una tentación. Se sostiene, remachada, en las bases del accionar público. Atraviesa la política, las empresas, los sindicatos, las universida­des, las profesione­s, los medios, la Justicia, las Iglesias y demás.

Tal vez, por este mal estructura­l, en lugar de una comisión que recoja testimonio­s de lo ocurrido debería crearse un Consejo que estudie ideas y proyectos que sirvan para generar una nueva cultura de transparen­cia. Propuestas que sean presentada­s al Consejo y que éste, en un plazo perentorio, eleve a la comisión mixta revisora de cuentas del Congreso y al Poder Ejecutivo.

Mariano Moreno, en 1810, decía: “El pueblo no debe contentars­e con que sus jefes obren bien, debe aspirar a que nunca puedan obrar mal”.

Los integrante­s del Consejo estarán sujetos a discusión, pero es saludable reivindica­r que, en nuestro país, hay más ciudadanos/as probos que corruptos.

Sugiero algunos nombres que actualment­e no ocupan cargos electivos, sólo a título de ejemplo, de una lista corta e incompleta: Martha Pelloni, Facundo Manes, Diego Golombek, Leandro Despouy, Roberto Gargarella, José Nun, Jorge Fontevecch­ia, Maristella Svampa, Horacio González, Hugo Alconada Mon, María O'Donnell, Graciela Fernández Meijide, Eduardo Anguita, Martín Kohan, Juan José Campanella, Carlos Custer, Manuel Garrido y usted (pido disculpas a los nombrados y a los que no).

De aquellos congresale­s de 1816 resalta la figura de Santa María de Oro. Una frase suya recorre los 200 años vividos y llega al presente, como una declaració­n de principios, pero también como una obligación: “Hemos nacido para ser República”. Argentinos, para eso hemos nacido.

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