QUE NOS DIGAN
margaritas sobre la barra adornada con licores, luces blancas y afiches de clubes de fútbol. La encargada de preparar los aperitivos es Doña Guille, ex cocinera de la legendaria cantina El Nivel, que era la más antigua de la ciudad (1857) hasta su cierre en 2008. Las “tortas” (sándwiches) de pierna son las favoritas de los parroquianos que acuden luego de una jornada de trabajo. Para el historiador Francisco Ibarlucea, las cantinas son parte de la herencia cultural de México y a ellas asistían políticos, artistas, escritores y poetas para mezclarse con la gente común. Héctor Hernández es cantinero del Bar Mancera, que abrió sus puertas en 1912, algo más sofisticado: el techo está adornado con figuras de ángeles y en las paredes, con pinturas al óleo. Según Ibarlucea, que dirige un recorrido por locales de la Ciudad de México, “ya no se ven las conocidas ‘peleas de cantina” y asegura que en la capital llegaron a existir 1.200 cantinas durante su apogeo. Una de ellas es el Bar La Opera, abierta desde 1895 y en la que estuvieron los revolucionarios Francisco “Pancho” Villa y Emiliano Zapata. Según la leyenda, Villa hizo un disparo que perforó el techo. Ubicado en la calle República Argentina, el Salón España fue fundado en 1925 por españoles. En este espacio de paredes de color aguamarina un guitarrista entona rancheras y boleros a pedido de los clientes. La última parada del recorrido es el famoso Salón Tenampa, en la Plaza Garibaldi, que en noviembre cumplió 90 años de mariachis, papel picado de colores y bohemia. Las guitarras suenan y los cantantes con amplios sombreros entonan Si nos dejan. Todos disfrutan del ambiente que cautivó a artistas como Chavela Vargas.