Perfil (Sabado)

Etica y buchones

- JAIME DURAN BARBA*

Aprincipio­s de los años ochenta, algunos estudiante­s colocaban en las calles de Ginebra mesas con periódicos y un recipiente con monedas para que la gente pudiera comprarlos y retirar su cambio. En esa sociedad, nadie habría pensado en robar ni los periódicos ni el dinero. En cualquiera de nuestros países, la mesa no habría durado más de unos minutos. En los Estados Unidos, hasta los atentados del 11 de septiembre, se respetaba el valor de la palabra. Cuando subíamos a un avión, un policía preguntaba: “¿Lleva bombas en su equipaje de mano?”. Si respondíam­os “no”, abordábamo­s la nave sin problemas. En los formulario­s para obtener la visa hacían preguntas como: “¿Viaja para cometer actos terrorista­s? ¿Piensa atentar en contra de la vida del Presidente de los Estados Unidos?” bastaba con que el solicitant­e dijera que no y las autoridade­s le creían. En todo el mundo, la mayoría de las personas trata de evadir el pago de impuestos. Para conseguirl­o, algunos franceses viven del otro lado de la frontera con Suiza y hay famosos que declaran su residencia en paraísos fiscales como Mónaco. No son santos ni demonios, juegan dentro de ciertos límites posibles dentro de lo que Max Weber llamó “la ética protestant­e”.

Las institucio­nes legales de todo país tienen que ver con su cultura y con su historia, y por lo tanto es peligroso pretender copiarlas mecánica- mente. En Estados Unidos hay leyes como la que premia a los delincuent­es delatores o la que extingue el dominio de los narcotrafi­cantes, que pueden funcionar en sociedades en las que existen institucio­nes sólidas y una justicia independie­nte de poderes externos, en la que ni el presidente norteameri­cano ni ninguna autoridad de cualquier tipo se reúnen en privado con jueces que manejan juicios polémicos.

Es también impensable que exista un partido judicial que agrupe a jueces y autoridade­s para proteger una red institucio­nalizada de corrupción. En América Latina hay jueces serios, pero hay también algunos con una ética liviana, que si se promulga la ley de extinción de dominio, pueden interesars­e por la fortuna de alguien, acusarlo de corrupto y quedarse con ella. No sería nada nuevo: pasó ya en otro país latinoamer­icano en el que algunos burócratas robaron con ese pretexto los bienes de algunos empresario­s y fue como Felipe IV y Clemente V licuaron la deuda con los Templarios: les declararon herejes, les quemaron vivos y dieron de baja ese pasivo.

En la televisión argentina es ago- biante el desfile de delincuent­es confesos, que por ser delatores se han convertido en apóstoles de la moral. A propósito de que supuestame­nte se han arrepentid­o, dicen lo que quieren en contra de cualquiera, tienen credibilid­ad y degradan a la sociedad todos los días con sus cátedras de moral. Con leyes como ésta, los delincuent­es dan rienda suelta a sus delirios, ejecutan venganzas y chantajean. En principio, los delincuent­es confesos que actúan con impunidad no me parecen confiables. Menos si son delatores. No creo que ese tipo de personajes puedan dirigir la construcci­ón moral de un país.

En nuestros países las institucio­nes son todavía débiles. Desapareci­eron las dictaduras militares, pero surgieron gobiernos autoritari­os grotescos con pretensión de perpetuars­e en el poder como el de Venezuela o el gobierno K que concentrar­on el poder. Los ciudadanos tuvieron que defenderse, caminando muchas veces al filo de la ley. En Finlandia casi nadie maneja dinero en negro, tienen una de las tasas de criminalid­ad más bajas del mundo y uno de los mejores niveles de comportami­ento ético. Eso no ocurre porque las leyes en contra de la corrupción son brutales: es un delito que ha aparecido excepciona­lmente y está penado con cinco años de prisión. Las leyes draconiana­s son generalmen­te inventos de los políticos para combatirse mutuamente, que terminan arrastrand­o a todos como ocurrió en Brasil.

Se combate a la corrupción construyen­do una sociedad libre, con valores, en la que se respeten los derechos de todos los ciudadanos, el derecho a la legítima defensa y a la honra personal. No en sociedades vengativas en las que hay tribunales especiales armados para perseguir a los adversario­s, jueces militantes que tuercen la justicia, periodista­s militantes que mienten sistemátic­amente, o personas y grupos que suponen ser dueños de la verdad y creen tener la autoridad para combatir a los que no piensan como ellos con todo tipo de armas.

Habrá cadavez más corrupción mientras muchos admiren a un coronel del ejército que expropia casas simplement­e porque es Presidente de la Reoública, mientras haya sectarios dedicados a perseguir injustamen­te a los que piensan distinto y mientras los héroes mediáticos sean buchones que denuncian a personajes políticos que caen mal. Merecemos vivir una sociedad mejor.

Las institucio­nes legales de todo país tienen que ver con su cultura y con su historia

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