Perfil (Sabado)

Con las brujas

- ANGELICA GORODISCHE­R

La Medicina así con mayúscula es esa ciencia maravillos­a que nos sigue, nos cuida, nos vigila y cada vez que puede, y puede muy a menudo, nos cura de nuestros males. Es una vieja erudita y competente y se desempeña entre nosotros desde hace miles de miles de años y a pesar de ciertos tropiezos se ha modernizad­o desde su nacimiento entre magias y conjuros, pasando por tiempos oscuros en los que el pensamient­o, no digamos la inteligenc­ia, clarividen­cia o como quiera llamársele se debatía entre nubes, y tiempos luminosos de microscopi­o y rayos equis hasta hoy, hasta estos tiempos en los que todo es digital, perfecto, competente e impoluto. Desde el Empíreo su General en Jefe, el buen doctor Hipócrates vigila el cuadro que comprende todas pero todas las regiones de este mundo, y asiente sonriendo cada vez que un paciente salta del lecho del dolor y se va de joda con los amigos aquí, en París o en Viti Levu que viene a ser la capital de las islas Fiji y que nombro acá para que se vea cuán informada estoy Google mediante. A veces la cosa viene fulera aquí o en esos lugares exóticos y el buen viejo menea la cabeza y mira para otro lado. Y a veces la cosa viene bien pero el pobre paciente tiene que sufrir algunos procedimie­ntos un poco, cómo le diré, un poco, un mucho, un algo molestos. Una, en este caso yo, levanta la cabeza y les recuerda a las brujas eso de primum non nocere que también dijo el bueno de Hipócrates. Y las brujas, en este caso Cintia y su compañera, buenas minas, divertidas y sabias, se ríen y susurran palabras de consuelo mientras esgrimen agujas hipodérmic­as, algodones bienhechor­es, coloridos líquidos suavizante­s y, algo mucho peor, aparatos misterioso­s que le recuerdan a una, a mí, los elementos que los verdugos medievales esgrimían para poner en vereda a los levantisco­s, culpables, sospechoso­s, malhechore­s, reos o lo que fueran, ay, y dicen vamos si no es para tanto usté relájese y ya va a ver cómo no le duele. Les prometí, a las brujas bondadosas, que las iba a escrachar aquí para castigarla­s, y eso es lo que hago. Claro que debo decir que ellas mucho no se impresiona­ron y también debo decir que me dieron vuelta y media y me dejaron lista para irme de joda con mis amigas. De modo que yo, después de tantos dimes y diretes, sigo pensando que el doctor Hipócrates nos mira desde el Empíreo y se sonríe. Bueno, vamos se ríe, se ríe de mí y piensa en darles un premio, medalla de oro por ejemplo o título nobiliario, a las dos estupendas brujas que me tuvieron a su merced, me cuidaron, se rieron de mis temores, y con las que pasamos un rato que merece las letras de molde. ¿Usté no me cree? Dese una vueltita por acá y ya va a ver lo que es bueno, cuando Hipócrates y yo lo entreguemo­s a las brujas sabias.

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