Con las brujas
La Medicina así con mayúscula es esa ciencia maravillosa que nos sigue, nos cuida, nos vigila y cada vez que puede, y puede muy a menudo, nos cura de nuestros males. Es una vieja erudita y competente y se desempeña entre nosotros desde hace miles de miles de años y a pesar de ciertos tropiezos se ha modernizado desde su nacimiento entre magias y conjuros, pasando por tiempos oscuros en los que el pensamiento, no digamos la inteligencia, clarividencia o como quiera llamársele se debatía entre nubes, y tiempos luminosos de microscopio y rayos equis hasta hoy, hasta estos tiempos en los que todo es digital, perfecto, competente e impoluto. Desde el Empíreo su General en Jefe, el buen doctor Hipócrates vigila el cuadro que comprende todas pero todas las regiones de este mundo, y asiente sonriendo cada vez que un paciente salta del lecho del dolor y se va de joda con los amigos aquí, en París o en Viti Levu que viene a ser la capital de las islas Fiji y que nombro acá para que se vea cuán informada estoy Google mediante. A veces la cosa viene fulera aquí o en esos lugares exóticos y el buen viejo menea la cabeza y mira para otro lado. Y a veces la cosa viene bien pero el pobre paciente tiene que sufrir algunos procedimientos un poco, cómo le diré, un poco, un mucho, un algo molestos. Una, en este caso yo, levanta la cabeza y les recuerda a las brujas eso de primum non nocere que también dijo el bueno de Hipócrates. Y las brujas, en este caso Cintia y su compañera, buenas minas, divertidas y sabias, se ríen y susurran palabras de consuelo mientras esgrimen agujas hipodérmicas, algodones bienhechores, coloridos líquidos suavizantes y, algo mucho peor, aparatos misteriosos que le recuerdan a una, a mí, los elementos que los verdugos medievales esgrimían para poner en vereda a los levantiscos, culpables, sospechosos, malhechores, reos o lo que fueran, ay, y dicen vamos si no es para tanto usté relájese y ya va a ver cómo no le duele. Les prometí, a las brujas bondadosas, que las iba a escrachar aquí para castigarlas, y eso es lo que hago. Claro que debo decir que ellas mucho no se impresionaron y también debo decir que me dieron vuelta y media y me dejaron lista para irme de joda con mis amigas. De modo que yo, después de tantos dimes y diretes, sigo pensando que el doctor Hipócrates nos mira desde el Empíreo y se sonríe. Bueno, vamos se ríe, se ríe de mí y piensa en darles un premio, medalla de oro por ejemplo o título nobiliario, a las dos estupendas brujas que me tuvieron a su merced, me cuidaron, se rieron de mis temores, y con las que pasamos un rato que merece las letras de molde. ¿Usté no me cree? Dese una vueltita por acá y ya va a ver lo que es bueno, cuando Hipócrates y yo lo entreguemos a las brujas sabias.