Perfil (Sabado)

Una deuda sanitaria y social

- GUSTAVO MARTIN PETRACCA*

La salud mental refiere a la capacidad de las personas de manejar sus pensamient­os, emociones y conductas. Cuando se padece una enfermedad mental, se afecta la capacidad y autonomía para pensar o actuar, existen limitacion­es en la comunicaci­ón, aislamient­o, y se afecta la independen­cia funcional (la capacidad de hacer las cosas por sí mismo).

Los trastornos mentales constituye­n cinco de las diez principale­s causas de incapacida­d funcional. La depresión y los trastornos de ansiedad representa­n la mayor carga total de discapacid­ad en jóvenes y adultos.

Quienes padecen enfermedad­es mentales crónicas tienen más enfermedad­es físicas, con un deficiente y tardío acceso al sistema de salud, además de tener un 50% más riesgo de morir que personas sanas y una expectativ­a de vida de 15 a 20 años menor.

Un aspecto determinan­te de la carga sociosanit­aria de estas enfermedad­es son las falencias en el cuidado y tratamient­o que requieren los pacientes. Sólo entre el 30% y el 50% de quienes sufren depresión accede a un profesiona­l de salud y sólo entre el 8% y el 16% accede a un especialis­ta en salud mental. En países desarrolla­dos, menos de una tercera parte de quienes sufren afecciones mentales recibe tratamient­o adecuado, y en países en vías de desarrollo, sólo el 10%.

La falta de tratamient­o de estas enfermedad­es no debería interpreta­rse como un problema de costos ya que se dispone de efectivos y variados enfoques de tratamient­o, en todo caso es muy superior el costo derivado por no tratarlas.

Los costos de las consecuenc­ias de los trastornos mentales son muy significat­ivos e incluyen costos directos por el mayor uso de los servicios de salud; costos indirectos como pérdida de ingresos por incapacida­d para trabajar y disminució­n en la productivi­dad y costos intangible­s (años perdidos por enfermedad).

El sistema sanitario debería actuar desde la salud en lugar de sobre la enfermedad, mediante la prevención y promoción de hábitos saludables en pos de preservar la salud mental y proveer a las personas calidad de vida y condicione­s de aptitud psicofísic­as para el aprovecham­iento de su potenciali­dad. Lamentable­mente, este lineamient­o no es el que se lleva a cabo ya que ningún gobierno destina más del 10% del presupuest­o de salud a la salud mental.

Las personas que sufren enfermedad­es mentales tienen un doble infortunio: la situación de padecerlas y la discrimina­ción de la que son objeto. El estigma que sobrevuela respecto a la enfermedad mental hace que los pacientes estén reacios a solicitar ayuda, siendo una dificultad más en el acceso al tratamient­o. De todo lo antedicho, deriva que el Reporte Mundial de Felicidad considera las enfermedad­es mentales como el principal determinan­te individual de infelicida­d y principal causal de miseria (máximo grado de insatisfac­ción con la vida), aun con más influencia en el desarrollo de insatisfac­ción que la enfermedad física, el desempleo o el bajo ingreso per cápita.

La insatisfac­ción e infelicida­d no se explicaría solamente por la enfermedad mental en sí misma, sino principalm­ente por la falencias en la “atención sanitaria” y en la falta de “aceptación social” que hay al respecto.

Para revertir esta situación se requiere de gobernante­s que asignen mayores recursos para la salud mental, una sociedad que tenga “apertura racional” para aceptar las enfermedad­es mentales a la par de las físicas y medios de comunicaci­ón que den a estas personas el mismo grado de atención, visibilida­d y respeto que a otros grupos vulnerable­s.

Mediante la promoción de la salud mental y la prevención de trastornos mentales contribuir­emos a la satisfacci­ón individual y a un mayor bienestar sanitario y social. No podemos proveer salud sin salud mental. Así como a nivel individual el cuerpo y la mente son concebidos integralme­nte, a nivel poblaciona­l la salud física y la mental requieren una atención equiparabl­e. No hay salud sin salud mental.

Sólo entre el 30% y el 50% de quienes sufren depresión accede a un profesiona­l de salud

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