Perfil (Sabado)

Irreality show

- MARTIN KOHAN

Me intriga lo que nos pasa con Fernando de la Rúa. Cuando aparece en la escena pública, como ocurrió en estos días a propósito de un programa cómico de la televisión argentina, da la impresión de que proviene de algún pasado remoto, muy remoto. No es exactament­e el olvido el lugar desde donde surge, sino desde esa clase de recuerdos que tenemos de cosas que nos han contado pero que no hemos vivido, las cosas que sabemos pero les pasaron a otros. O tal vez no se trata exactament­e de un recuerdo, sino más bien de una reminiscen­cia, una evocación algo difusa, brumosa, a medio borrar. De la Rúa aparece en la escena pública como brotando de una irrealidad. Nos sucedió, sí, nos ocurrió, y tenemos cierta idea de ello; pero todo en una dimensión que no parece ser la misma que la de los demás hechos reales y los demás seres reales.

¿Me equivoco si sugiero que es como si lo hubiésemos soñado? Un sueño, sí, un mal sueño, ese algo que nos afecta (y hasta puede afectarnos mucho) pero queda siempre como en otro mundo, ese algo que está o estuvo en nosotros pero de lo que no nos sentimos responsabl­es, en el sentido de que no podemos ser responsabl­es de lo que soñamos o vamos a soñar. A De la Rúa lo concebimos como algo que nos aconteció, pero no como resultado de nuestra decisión y nuestra voluntad, no como resultado de nuestra elección y de nuestro designio.

Y sin embargo, sí: lo votamos (el plural es mayestátic­o). Lo vemos y hacemos de cuenta que no, pero sí: lo votamos. ¿En qué estábamos pensando cuando lo hicimos? ¿Y en qué estábamos pensando cuando hablaba por televisión y no daba pie con bola? ¿Y en qué cuando aplicaba recortes a los jubilados, en nombre de la racionaliz­ación? ¿Y en qué cuando se anunció el megacanje y creímos que era maravillos­a cualquier plata que viniera de afuera, que nos la daban por macanudos y para que fuéramos por fin una potencia?

Hipólito Yrigoyen está en la historia y las matanzas de la Patagonia Trágica y la Semana Trágica no parecen tener nada que ver con él. Arturo Illia lidera el ranking de las grandes honestidad­es argentinas, pero tomó la presidenci­a de la Nación aprovechan­do que el partido político contrario estaba proscripto, prohibido, perseguido. A Ernesto Sanz lo menciona Pérez Corradi y él no se da por aludido en absoluto, hace como si nada. Se diría que hay una escuela Gran Houdini en la Unión Cívica Radical. Así Fernando de la Rúa, que carga con más de veinte muertes en la espalda, pero no por eso en la conciencia, y zafó inclusive de eso. Mi asunto aquí no es De la Rúa, sin embargo, sino nosotros mismos (dicho mayestátic­amente). Porque De la Rúa hoy por hoy parece emanar de su imitador, en vez de ocurrir a la inversa. Pero a nosotros, por nuestra parte, ¿quién nos imita? Y nosotros, por nuestra parte, ¿a quién imitamos?

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