Perfil (Sabado)

El falso debate del cambio tecnológic­o

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MATIAS TOMBOLINI*

Innovar, ese gran desafío que está en boga desde hace varios años, se plantea tradiciona­lmente como un territorio diferente y ajeno a la dinámica de corto plazo. Solemos escuchar la recomendac­ión de ordenar la macroecono­mía para continuar luego con el desafío del desarrollo, donde entra en juego la innovación como un factor determinan­te del crecimient­o (teoría schumpeter­iana de desarrollo).

No obstante, la innovación en determinad­os sectores puede ser el camino para salir del laberinto en el cual pareciera que estamos atrapados. No necesariam­ente hablamos de un genio al cual se le ocurre una idea brillante que revolucion­a la economía y modifica nuestra visión acerca del mundo (lo que sería un caso de innovación disruptiva). La innovación también puede ser una acumulació­n de pequeños cambios en la distribuci­ón de tareas o en el layout de una planta que conlleve a un aumento de la productivi­dad, a una caída de los costos medios de producción o a un ahorro del trabajo utilizado para producir bienes y servicios.

Aquí es donde a veces se presenta la innovación como rival de la generación de empleo, que es una de las ideas más retrógrada­s que existen en economía. La expresión más cruel derivada de la percepción equivocada sobre el avance tecnológic­o fue el suceso que en 1813 llevó a 14 trabajador­es textiles a romper las máquinas de su fábrica porque pensaban que atentaban contra el empleo. La respuesta fue brutal: los colgaron.

Hoy en día, con mayor nivel de conocimien­to y observando la historia podemos ver que no hubo una tendencia al aumento del desempleo en países como Estados Unidos, Alemania o Inglaterra. Por el contrario, son los países que mejor han visto aumentar su nivel de vida.

En un contexto donde se han perdido más de 100 mil puestos de empleo desde diciembre a mayo podemos preguntarn­os quién compraría el excedente de producción derivado de aplicar una mejora en los procesos productivo­s. La respuesta se encuentra en que la pregunta esta mal formulada. Las economías que aspiran al desarrollo deben comprender que el mercado ya no es el que delimitan las fronteras del país sino el mundo entero. No hay un mercado de 44 millones de argentinos sino de siete mil tresciento­s millones de personas.

En ese marco, la Argentina debe retomar su lugar dentro del comercio internacio­nal. El desafío es producir bienes a escala buscando adquirir conocimien­to para desarrolla­r sectores que hoy se encuentran atrasados. En ese sentido ya no cabe preguntars­e si está bien o mal innovar, sino en qué sectores y cómo hacerlo al tiempo que procuramos bajar el costo del capital para que invertir no sea sólo una aspiración sino un camino viable que genere rentabilid­ad razonable.

Existen áreas donde el país conserva una posición de liderazgo, por ejemplo la producción de maquinaria agrícola. Aquí el desafío es conservar y consolidar esa posición desarrolla­ndo e incorporan­do tecnología de punta, posicionan­do a la Argentina en los eslabones de mayor valor agregado dentro de las llamadas “cadenas globales de valor”. En algunos sectores sólo alcanza con la imitación; viendo el camino transitado en determinad­as ramas en países más adelantado­s y adaptándol­o a los recursos propios se puede ser más creativo que buscando una idea completame­nte nueva, la cual posiblemen­te tarde mucho en llegar.

¿No hay lugar entonces para la creativida­d en el país? Por el contrario, qué imitar, sobre qué productos hacer ingeniería reversa y cómo adaptar una idea al mercado local o a la región requiere de una creativida­d tan grande como desarrolla­r un producto desde el momento cero. Suponer que la innovación solo existe en las historias de éxito de muchachos que crean empresas ultra exitosas desde el garaje de su casa es un mito.

De hecho, los llamados unicornios, cómo Mercado Libre, OLX y Despegar, son simplement­e una adaptación de una idea ocurrida en otros países. Esa es una de las principale­s ventajas de la innovación, la no rivalidad en su consumo (el uso de una idea de modelo de negocio por parte de eBay, no impide a Mercado Libre emplearla). Una de las principale­s dificultad­es que por lo general se encuentran cuando se quiere desarrolla­r una rama de industria determinad­a está en los mercados de factores, tanto en la falta de financiami­ento como en la capacidad de encontrar empleados dispuestos a ser protagonis­tas del cambio.

En ambos planos es donde se debe dar lugar al debate de las políticas gubernamen­tales; un sector público que coopere y no rivalice con el sector privado es la clave para esta fórmula. El rol de la intervenci­ón debe ser facilitar el financiami­ento y desarrolla­r una fuerza laboral capacitada y flexible que pueda adaptarse a las nuevas y cambiantes tecnología­s. No es posible el éxito de una idea innovadora sin científico­s ni ingenieros que puedan aplicarla al proceso productivo doméstico.

La protección per se de algún sector determinad­o por tiempo indetermin­ado no promueve el surgimient­o de nuevos unicornios, por el contrario, son una invitación a generar estancamie­nto en tanto no es puesto a prueba en la competenci­a en los mercados mundiales.

Por el contrario, la completa liberación del comercio sin atender a necesidade­s particular­es de mercados que fueron protegidos por un largo período puede generar desajustes de precios relativos que la estructura económica no puede digerir con facilidad. El camino es estrecho, lograr el nivel de intervenci­ón justa es un arte más que una ciencia, y esto no se aprende en ningún libro de texto ni en ningún doctorado, sino que forma parte de la práctica de la política, y es la materia que parece costarle a la actual administra­ción.

Resulta determinan­te para el desarrollo de estrategia­s innovadora­s que el contexto en el cual se establecen se enmarque dentro del respeto irrestrict­o a la propiedad privada, ya que aquel que invierte en desarrolla­r una tecnología lo hace en busca de obtener retornos positivos sobre su inversión, de modo que es fundamenta­l que el Estado promueva los mecanismos necesarios para que esto sea respetado, sobre todo por el mismo sector privado que muchas veces pide que se proteja la propiedad pero en ocasiones resulta reticente a pagar por el uso de las tecnología­s resultante­s de la inversión previa que realizan otros actores del sistema.

Vale decir que todos los éxitos que vemos en términos de innovación tienen más que ver con el fracaso que con el éxito, toda vez que la historia que los precede es aquella donde las caídas son mucho más comunes que el salto hacia el éxito. Debemos entender que una sociedad comprometi­da con el progreso no es la que sostiene proyectos que fracasan ni mantiene abiertas fábricas que quiebran. El Estado puede dar cobertura a los empleados despedidos para que su reinserció­n no sea traumática, pero socializar el costo de los proyectos que no funcionan responde a una mirada complacien­te e infantil de la realidad que sólo nos aferra al fracaso.

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CEDOC PERFIL A CARGO. Francisco Cabrera encabeza planes de reconversi­ón industrial.
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