Perfil (Sabado)

Es una tarea para hombres

- SERGIO SINAY*

Al diagnostic­ar la histeria y recetar la violación como tratamient­o para su curación Gustavo Cordera fue desprotegi­do por su super yó que quizás se había tomado el día franco. Según lo definió Freud, el superyó es la función de la psiquis que activa los preceptos morales, impone normas, reglas, conductas y mandatos socialment­e aceptables y bloquea y redirige los impulsos instintivo­s e inconscien­tes del ello. Es decir, nos hace callar a tiempo, no decir inconvenie­ncias, adaptarnos al contexto social, no actuar como bestias. Desactivad­o ese termostato, Cordera (para quien muchas mujeres sexualment­e inhibidas acceden al placer cuando la violación las libera de culpa y responsabi­lidad), quedó ante un pelotón de fusilamien­to social que no tardó en ejecutarlo. El pelotón incluyó a funcionari­os, institucio­nes y organizaci­ones, el Inadi ( Instituto Nacional contra la Discrimina­ción, la Xenofobia y el Racismo), la Rock & Pop, los organizado­res de varios de sus shows (cancelados de plano) e incluso el presidente de la Nación y las redes sociales.

Las líneas que siguen no son una exculpació­n de Cordera, que se ganó un bien merecido repudio y una igualmente meritoria condena al ostracismo, sino una invitación a pensar sin caretas. El ex solista de La Bersuit (banda rockera a la que perteneció entre 1988, cuando fue fundada, y 2009) no dijo nada que cientos y miles de varones no piensen y digan en reuniones de vestuario, oficina, after hours, boliches, cafés, talleres, consultori­os, tribunas, despedidas de soltero, programas de radio y TV que funcionan como clubes de amigos machistas, y tantos otros espacios de interacció­n masculina. No dijo nada novedoso respecto de tanto chiste machista en circulació­n o que los sitios porno (millones de veces visitados incluso por muchos que niegan conocerlos) no muestren en imágenes explícitas hasta el aburrimien­to.

Cordera no es el creador de su elemental y grosera teoría. Apenas resultó el vocero de una creencia extendida y, lamentable­mente, muchas veces convertido en acto brutal. Sinceró sin metáfora un pensamient­o que, como tantas otras aberracion­es, el machismo ins- taló a través de generacion­es en el inconscien­te colectivo masculino. Y se ofreció torpemente como chivo expiatorio para que, al quemarlo en la hoguera, el colectivo del cual como varón él forma parte oculte sus propias miserias. Es típico de la hipocresía social que padecemos encontrar cada tanto un culpable que permita deshacerse de responsabi­lidades propias (ocurre en todos los ámbitos y a todo nivel social, económico y cultural).

Hace un par de semanas el educador,activista social y ensayista estadounid­ense Jackson Katz expresaba en la revista Noticias (Nº 2066, 30 de julio de 2016), una idea inapelable. La violencia masculina sobre las mujeres, afirmaba Katz, no es un problema de ellas y no son quienes deben abordarlo. Es un problema de los hombres y es deber de ellos encararlo y ponerle fin. Y para que nadie se haga el distraído agregaba que el hecho de no ser violento con su mujer, sus hijas u otras mujeres y de no haber violado jamás a alguna, no es razón para un hombre piense que puede desentende­rse de la cuestión.

La propuesta de Katz está brillantem­ente expuesta en una charla Ted (https:// www.ted.com/talks/jackson_ katz_violence_against_women_it_s_a_men_s_issue/ transcript?language=es) y en sus libros The macho paradox y Man enough? (en el que, a partir de Donald Trump, estudia el machismo en política). Y no es sólo un teórico. Fundó en 1993 el Mentors in Violence Prevention (MVP), programa de prevención de la violencia que, desde entonces, aplica en institucio­nes educativas, deportivas y sociales y en el Ejército estadounid­ense.

Así, no es tarea de ningún varón “curar” la histeria femenina con el método Cordera, a menos que no sean muchas mujeres las que necesitan ser violadas sino muchos varones los que necesitan violar. Sí es cosa de hombres afrontar, detener y resolver la violencia machista tanto en pensamient­o como en acto. Y para eso es necesaria mucha testostero­na espiritual. No se trata de hacerse feminista sino de hacerse hombre, que no es sinónimo de macho.

Gustavo Cordera sinceró sin metáfora un pensamient­o que el machismo instaló

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