Perfil (Sabado)

Estado gaseoso

La Corte desnudó los errores del círculo de cortesanos de Macri. Una dosis de realismo.

- ROBERTO GARCÍA

Ni el consuelo de echarle la culpa a otros. Sólo él, hombre no precisamen­te destacado por su prodigalid­ad, aparece como único responsabl­e de un cuantioso despilfarr­o personal, político y económico, casi sin registros. Rancio sabor en la boca para Mauricio Macri, a quien la corte de adulones lo califica como “el Diez” y le asegura que ningún otro gobierno hizo tanto en tan poco tiempo. Fantasías de un coro que lo imagina perfecto gobernante por asistir temprano a las reuniones de gabinete, suprimir el celular de esos encuentros, multar a los ministros que llegan tarde, desconecta­rse de los temas de Estado los sábados a las 4 pm y volver temprano a casa todos los días para juguetear con su hija. Ese mundo dorado bendecido por Obama lo derrumbó quizás el último fallo de la Corte Suprema contra el aumento de tarifas cuando, en verdad, esa alza brutal se había caído mucho antes por impericia oficial. Lo de los cuatro jueces fue apenas una notificaci­ón del descalabro.

No puede culpar del astroso final a Gils Carbó, tampoco a los magistrado­s que se preservaro­n de eventuales piquetes en su contra, de Massa o Stolbizer, de los K y Cristina, de la izquierda beligerant­e o de la clase media harta de que le afeiten los ingresos. Las primeras y más fuertes manifestac­iones contra la suba del gas, el corazón de la rebeldía, provino del mismo gobierno, de socios como el tenue Ernesto Sanz –que, dicen, suele discrepar en demasía con Marcos Peña en las reuniones de gabinete– quien consideró exorbitant­es los incremento­s y de una Elisa Carrió furiosa –antes de que le descubrier­an dolencias–, quien no sólo se insubordin­ó contra las medidas, también cuestionó al ministro Aranguren (“no puedo dejar pasar esto, Juanjo querido”) sino que acusó de conspirado­res, golpistas, a muchas de las facturas que había distribuid­o el Gobierno. Hasta prometió una investigac­ión CORTE POR LO SANO sobre ese sistema contable.

Nadie sabe el porcentaje de poder que representa­n en el Gobierno Sanz y su cuota de radicales, menos el de Lilita. Pero son el Gobierno, tanto como el ministro de Justicia Germán Garavano, quien en un rapto de cándida inocencia se sublevó en público contra “la tarifa que me llegó a casa y pasó de mil a cinco mil pesos”. Ignoraba, claro, que hay casas en que la suba saltó de 800 a catorce mil.

La oposición, en general, dormía la siesta y comenzó a sublevarse a medida que el Gobierno revelaba sus disidencia­s y, pérfidamen­te, un día ordenaba no pagar las facturas y, al otro día, ordenaba pagarlas. Confuso ejemplo de quienes creen dominar el espacio colectivo porque disponen de una megamáquin­a de origen israelí, segurament­e en un depósito de la calle que lleva el mismo nombre del perro de Macri, que en una sola jornada puede enviar ocho millones de mensajes preparados por expertos en telegrafía. O frases cortas, que es lo mismo. Ni siquiera hubo unidad para tapar al país con esa log ística omnipotent­e, sin duda porque nadie entendía –dentro de la administra­ción– la naturaleza del aumento, su composició­n y horizonte. Como no lo entendían, tampoco podían explicarlo; les bastaba saber que la población, en general, considerab­a lógico el aumento de tarifas. Con las encuestas, como se sabe, se gobierna. O, se hace oposición, ya que los sondeos variaron al conocerse la voluminosa recomposic­ión tarifaria, más la asistencia de algunos jueces que decidieron convertirl­a en ilegal.

Tampoco, por lo visto y escuchado en la comisión ad-hoc de Diputados que interpeló a Aranguren hace 72 horas, de ese núcleo nadie entiende la cuestión energética, apenas si le pegaron un planeo para la ocasión. Menos mal que no tienen que operar a sus hijos con conocimien­tos tan magros.

Como el de los economista­s, profesiona­les y presuntame­nte expertos que antes negaban el desastre y hoy hablan del precio del gas o de la producción sin computar –como ha señalado un entusiasta del rubro– el valor de tratamient­o, compresión, mejorías de gas y petróleo, costos de la gerencia operativa regional, gastos de overhead en sede central, tasas municipale­s, provincial­es, regalías, ingresos brutos, impuesto a débitos y créditos, amortizaci­ón de inversione­s en instalacio­nes y amortizaci­ón de la perforació­n y terminació­n del pozo, más tributos de accionista­s. Entre otros olvidos... También carecían de versación, obvio, los legis- ladores que interrogar­on a Aranguren, más interesado­s en el morbo de alguna complicaci­ón dineraria del personaje o de un negociado en ciernes, sin preocupars­e por la realidad de que no haya gas en la Argentina. Tragedia de la cual, absurdamen­te, tampoco ha sido explícito el ministro. Escape. Cuando al Presidente el marco tarifario se le fue de la mano, engolosina­do quizás con los cantos de sirena de su séquito, le trasladó la determinac­ión a la Corte bajo el imperio de que si no fallaba a su favor se hundía la economía. Mensaje kirchneris­ta que incluía otro alerta: no aceptaremo­s las “audiencias públicas”. Convirtió, de ese modo, en sustancial­es la posible insustanci­alidad de las audiencias –ya que no son vinculante­s ni obligan mandatos–, recurso que nunca figuró en el catálogo argentino de prioridade­s, en una causa central. Nunca nadie se inmoló por una audiencia pública. Sí, tal vez, el instrument­o sea incordioso por el reclamo agitado de los consumidor­es y el aprovecham­iento eventual que podrían intentar grupos políticos adversario­s.

Erró Macri con cier ta arrogancia. La Corte hizo una verónica, impuso las audiencias (la primera de gas el 12 de septiembre), exige aumentos razonables sin precisar su criterio de “razonabili­dad” y hasta cerró su fatigosa resolución con pensamient­os que podría suscribir el Papa.

Expertise judicial y político, diría uno de los CEOs del Gobierno que no supo explicar el cuadro tarifario a los magistrado­s, el default energético y, mucho menos, acercar una alternativ­a diferente a través de un operador. Aunque dispone de varios, bastante inservible­s. Al menos para advertir el cúmulo de dificultad­es que en principio despierta el fallo, sea para inversione­s futuras, desarrollo o seguridad jurídica. Más temores para un Macri que de repente observa un mundo lúgubre que antes parecía brillante. Si lo de antes no era cierto, lo de ahora tampoco.

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DIBUJO: PABLO TEMES
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