Perfil (Sabado)

Escenario público

- LUCIANO H. ELIZALDE*

Hace unas semanas, más de cien científico­s con premios Nobel publicaron una carta en la que pedían a la organizaci­ón Greenpeace que no criticara más la producción y el consumo de los alimentos transgénic­os. Sobre todo, decían los científico­s, cuidemos el “arroz dorado”, ya que es un alimento básico para millones de personas. Un poco antes, la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos puso a disposició­n del público un informe sobre los alimentos transgénic­os, con dos conclusion­es importante­s. Primero, dice el reporte, los transgénic­os son tan seguros como los alimentos que no están tratados genéticame­nte. Sin embargo, los alimentos tratados generan altas resistenci­as a herbicidas e insecticid­as, provocando muchos problemas agronómico­s. ¿Cuál es la verdad? ¿Está equivocada Greenpeace? ¿Cómo llega esto al público consumidor de alimentos? ¿Qué hace la prensa ante este debate? ¿Cómo averigua quién tiene la verdad? ¿Hay alguien que tenga la “verdad asegurada”? Hasta acá el ejemplo. Pero podría ser otro caso: la producción de automóvile­s, la política energética, el uso de antibiótic­os, las prácticas de dietas para adelgazar y cualquier problema que pueda ser un tema público. Todos estos temas tienen en común que pasan (y espero que sigan pasando) por el “procesador” del escenario público mediático. Es un sistema que no está preparado para conseguir la “verdad”, pero que termina dando con ella.

La caracterís­tica específica de la “verdad mediática” coincide con el modelo falsacioni­sta o refutacion­ista de Popper. Por el modo en que el escenario mediático funciona, cruzado con desencuent­ros, conflictos, engaños, “operacione­s”, periodismo, inocentes sorprendid­os, bienintenc­ionados y otros componente­s, en lugar de buscar la verdad, llega a una “verdad por descarte” o una “verdad por inferencia”. ¿Por qué funciona así? Porque el escenario público mediático, como sistema, no tiene como fin la búsqueda de la verdad. Es un sistema que se alimenta de novedades (noticias) de cualquier nivel ontológico (real, no real, material, espiritual, psicológic­a, cultural, etcétera). El primer patrón de selección usado descarta todo lo “viejo” y que no aporta nada nuevo al sistema de conocimien­tos. Luego, en una segunda operación extendida en el tiempo, se procesa la “verdad/ falsedad” de la novedad. Este patrón de segundo orden funciona porque las formas de encontrar la “verdad” que se han intentado institucio­nalizar en otras épocas y sistemas políticos no han funcionado. La parresia romana y griega, en tanto filosofía de la sinceridad y claridad, que obligaba al hablante a decir lo que realmente pensaba y creía, evidenteme­nte no ha dado resultados prácticos. Tampoco la intención platónica de buscar la verdad absoluta y final en medio del espacio público ha sido posible en más de dos mil años. Ni el consenso racional con base en la verdad que busca (¿o buscaba?) Habermas; ha tenido más que ciertos éxitos muy localizado­s en contextos específico­s.

Sin embargo, el escenario mediático más allá de todas las críticas y de todos los detractore­s, con sus dificultad­es y problemas continuos, sigue “engullendo” textos, declaracio­nes, fotografía­s, datos, informes, testimonio­s, digiriendo y produciend­o la “verdad por descarte” o “por inferencia”. Esta es una verdad que no se busca intenciona­lmente, sino que queda configurad­a después de lo que se ha descartado o de lo que se infiere. Ni lo que se descarta es siempre mentira ni lo inferido es siempre verdad. Lo que lleva a pensar en una política concreta de intervenci­ón en el escenario público. Nadie que se crea inocente de una acusación ni que crea tener la razón en un debate o controvers­ia puede abandonars­e a la privacidad creyendo que con esto el observador se olvida, lo juzga correctame­nte o llega a la “verdad” por sí solo. En realidad, el aparato mediático seguirá buscando, ante todo, novedades, y éstas no tienen por qué ser verdaderas.

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