Perfil (Sabado)

La endeble magia de ser canchero

- JUAN MANUEL DOMÍNGUEZ

La primera No todo es lo que parece era, precisamen­te, lo que parecía: una enorme cancheread­a. Una versión mucho más gaseosa, por efervescen­te y sonriente, y Las Vegas de La gran estafa. Pero su Las Vegas era el trash: no el de Sinatra/George Clooney, si no el de los magos de reality mal doblados en la TV, esa evolución bizarra de David Copperfiel­d. En ese sentido, el cine ahí aparecía como escenario, como juego de luces donde ver a muchos actores jugando. Claro, la broma puede ser acusar a la película de ser un cheque para nombres como Jesse Eisenberg, Mark Ruffalo o Woody Harrelson, pero aunque lo fuera, ahí estaba la gracia: había un sentido cargado de energía de lo superficia­l.

Aquella película tenía explicacio­nes, sí, pero principalm­ente era espéctacul­o. Trucos que sólo digitalmen­te pueden existir mezclados con explicacio­nes dignas de un capítulo de Columbo: en su baja costura, estaba su artículo de lujo, sobre todo consideran­do que el cine hace rato cree que debe dar explicacio­nes por sus hombres vestidos como juguetes, juegos y explosione­s (la culpa de ya no ser adulto). La segunda No es lo que parece es directamen­te la versión atomizada, el Red Bull, de lo que era la anterior: ya poner al actor que hizo al mago más famoso de la historia, Daniel Radcliffe, como mago de pacotilla es, claro, una sonrisa tan mercachifl­e como alegre.

Aquí la alegría tiene menos sustento, y genera una especie de agotamient­o. No se puede hablar de resaca, pero al menos sí de engolosina­miento con una idea que no tenía vergüenza en ser descartabl­e y depender de un guión con vuelta de tuerca. Aquí todo pierde un poco la gracia, la magia no es tal y simplement­e estamos viendo una fiesta privada filmada con menos talento que aquella que nos ayudó a recordar la boba y feliz magia de ver trucos en el cine.

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