Perfil (Sabado)

Ni ortodoxos ni heterodoxo­s: pragmático­s

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LIC. RODRIGO ALVAREZ LITRE*

Algunos economista­s sostienen que el Gobierno está errando en su política fiscal. Las críticas vienen tanto desde la ortodoxia como de sectores otrora alineados con el kirchneris­mo. Los primeros hacen foco en que el ritmo de crecimient­o del gasto es demasiado elevado y/o que el déficit no se redujo lo suficiente. Para los heterodoxo­s los errores han sido bajar las retencione­s, aumentar el nivel de deuda pública y recortar los subsidios de manera agresiva.

Estas visiones se asientan en posiciones ideológica­s muy marcadas. Para establecer su crítica parten de una representa­ción del sistema en base a creencias, preconcept­os o bases intelectua­les, habitualme­nte comparándo­lo con un sistema alternativ­o, ya sea real o ideal. Usualmente también incluyen un programa de acción que tiene por objetivo acercar el sistema real existente al sistema ideal pretendido.

Nuestra visión, en cambio, es pragmática. Las políticas tienen valor en la medida que funcionen y el análisis debe enfocarse en el mundo real objetivo. Desde esta perspectiv­a la dinámica fiscal ha tenido tres vectores: administra­r la herencia, tratar de moderar los costos del ajuste y comenzar a corregir los desequilib­rios de la estructura fiscal. Veamos. La devaluació­n y la quita de retencione­s sumados al acuerdo con los fondos buitre fueron clave para evitar la crisis de balanza de pagos que se proyectaba en base a los desequilib­rios de la gestión anterior. Con el aporte de los dólares del campo y la flamante apertura del crédito externo, el acceso a fuentes de fondeo dejó de ser un problema. La baja de retencione­s, que es criticada por la heterodoxi­a por favorecer a grupos concentrad­os, fue un necesario reconocimi­ento a un sector que sufrió ocho años de destrato oficial. El costo fiscal de la medida fue de $ 45 mil millones (equivalent­es a 0,6% del PBI), pero permitió poner en marcha las economías del Interior y comenzar a revertir el deterioro en parámetros clave como la superficie sembrada y el stock ganadero. Los efectos derrame se podrán ver con mayor intensidad con el correr de los meses, aunque ya se vislumbran resultados contundent­es. Por caso, en el primer semestre se dispararon las ventas de tractores (+14% i.a.), sembradora­s (+45% i.a.) y cosechador­as (+15% i.a.).

El acuerdo con los holdouts despejó al menos en el mediano plazo el acceso al financiami­ento y dólares frescos, clave para sostener el gradualism­o fiscal. Sin acuerdo, no hubiera sido posible domar las expectativ­as de devaluació­n, evitar un ajuste fiscal ni frenar la maquinita de emisión, que se había instalado como la fuente principal de financiami­ento del rojo durante la gestión anterior.

La dinámica del gasto también se ha regido por el pragmatism­o. Durante el primer semestre el gasto primario creció 27%, muy por debajo del primer semestre del año pasado (+34%). Se recortó donde se pudo, salarios, subsidios económicos e inversión pública. Por el contrario, subsidios sociales (+65% i.a.) y jubilacion­es (+39% i.a.) fueron los rubros más expansivos. En términos del PBI el gasto primario se redujo en 1,8 puntos, ubicándose en 22,4% en el primer semestre.

Por el lado de los ingresos, el Gobierno no sólo resignó recaudació­n por derechos de exportació­n sino también bajó la presión fiscal a los sectores de ingresos medios y bajos al subir el mínimo no imponible en ganancias, aprobar la devolución del IVA a jubilados, aumentar la AUH y ampliar las asignacion­es familiares. Estas medidas tuvieron un costo fiscal conjunto de 0,6% del PBI.

De esta forma, el Tesoro hizo un importante avance en el proceso de ordenamien­to de las cuentas públicas. Así, si bien en términos nominales el déficit primario fue 27% más elevado al de los primeros seis meses del año pasado, dado el crecimient­o del PBI nominal (explicado por la aceleració­n inflaciona­ria), el déficit primario en relación al PBI bajó de 3,6% al 3,4%.

En el proceso, el gobierno nacional además le devolvió recursos de coparticip­ación a las provincias con un costo fiscal de 0,5% de PBI. A diferencia de la gestión anterior las provincias hoy cuentan con mayor autonomía.

La crítica ortodoxa se equivoca al plantear la posibilida­d de un ajuste más pronunciad­o. El endeudamie­nto que en lo que va del año, neto de vencimient­os, creció en más de US$ 11 mil millones (2,0% del PBI), es una herramient­a genuina para moderar los costos del ajuste. El fantasma del endeudamie­n- to también es agitado por economista­s heterodoxo­s que omiten señalar los caminos alternativ­os: ¿aumentar aún más la presión fiscal? ¿Aplicar un freno aún mayor en el gasto? O tal vez volver a recurrir a la monetizaci­ón del déficit.

Está claro que la situación fiscal sigue siendo vulnerable, más aún con el impacto que tendrá la Ley de Reparación Histórica (2,5% PBI), pero al menos hay un horizonte de ordenamien­to en las finanzas públicas. Es imposible pensar en cambiar ocho años de desequilib­rio en los primeros meses de gestión.

La única salida posible para esta encerrona es volver a la senda del crecimient­o sostenido y equilibrad­o. Hacer crecer la torta es hoy más importante que pensar en cómo se reparte. Para acelerar este proceso la obra pública es clave en muchos sentidos. En primer lugar, es necesario recomponer el stock de infraestru­ctura sumamente deteriorad­o por más de una década de falta de inversione­s. El bajísimo costo del financiami­ento de los proyectos (con tasas inferiores al 6/7%) y los elevados retornos de los mismos generan una ecuación costo-beneficio más que atractiva. Es por ello que el Gobierno debería encarar un megaplan de inversione­s recurriend­o a todas las herramient­as disponible­s. Desde el financiami­ento tradiciona­l mediante emisión de deuda hasta los esquemas más novedosos como las Asociacion­es Público Privadas (PPP). La aceleració­n llegaría además en un contexto de elevada capacidad disponible en la cadena de la construcci­ón, con la industria operando a una fracción de su capacidad instalada y con elevado desempleo en el sector.

El probable éxito de la Ley de Blanqueo (estimamos un piso de US$ 50 mil millones) también contribuye al ampliar significat­ivamente la base imponible del Fisco. No sólo va a generar mayor recaudació­n en el corto plazo sino que también (para los contribuye­ntes que elijan suscribir los bonos a tres o siete años) puede despejar las necesidade­s de financiami­ento de los próximos dos años. No es poco si además se tiene en cuenta el flujo de tributos por la nueva base tributaria “ampliada”.

Es tiempo de dejar atrás los dogmas e interpreta­r las oportunida­des y desafíos que ofrece esta coyuntura. No sólo en términos económicos sino también incorporan­do la dimensión política y el sentido de la oportunida­d. Volver a la senda del crecimient­o es la clave y el sector público tiene un rol fundamenta­l como catalizado­r del proceso.

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CEDOC PERFIL BLANQUEO. El proceso en cabeza de Abad financiará por dos años.

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