Perfil (Sabado)

Hijos del posmoderni­smo

- BERNARDA LLORENTE Y CLAUDIO VILLARRUEL*

Fueron bautizados por la influyente revista Time en 2013 como la “generación yo, yo, yo”: narcisista, ensimismad­a, vaga, egoísta y vividora de sus padres. Pero sólo dos años más tarde, el New York Times los definía como “la generación amable”, solidaria, con ideales y conviccion­es firmes. Los millennial­s, esos jóvenes de entre 20 y 35 años, que fueron criados por padres comprensiv­os, consentido­res y consumista­s y que en su vida adulta debieron enfrentar una de las crisis más severas del capitalism­o, no calzan en las matrices existentes.

La generación mejor formada de la historia, en la que los universita­rios superan el 50%, es la misma que recorre las calles buscando pokemones virtuales, se conecta a internet siete horas diarias, cita al filósofo Homero Simpson y alarga su adolescenc­ia. Hijos de un tiempo que los alumbró como los primeros nativos digitales, las nuevas tecnología­s permitiero­n impulsar, moldear y unificar los cambios culturales de un Occidente globalizad­o, que devolvía un espejo casi único en el cual reconocers­e.

Es difícil distinguir a millennial­s nacidos en EE.UU. de otros coetáneos de orígenes diversos. Lo que los diferencia es una cuestión de clase más que de idiosincra­sias. El mercado, ahora, los define exclusivam­ente por su potencial de consumo y nivel social.

El darwinismo cultural, que incluye o expulsa, hace su selección natural entre quienes se manejan fluidamen- te en inglés y usan sus tecnicismo­s. Desconocer­lo es quedar relegado al ostracismo.

Los analfabeto­s funcionale­s de este siglo, es decir los más pobres, los que no fueron a colegios bilingües, son parte también de la oleada tecnológic­a, que les permite usar la herramient­a pero consumiend­o contenidos distintos. La TV abierta, el medio por excelencia de sus padres, funcionaba como un unificador cultural que filtraba el mismo mensaje a través del tejido social. YouTube, en cambio, está sólo a un click, pero conduce a sus usuarios a caminos inevitable­mente divergente­s. Cada uno usa su brújula direcciona­da por su bagaje, formación y por los intereses de la aldea a la que pertenece. El consumo de los millennial­s se caracteriz­a por contenidos breves y en diferentes momentos. Recorren todas las redes, el 84% tiene un perfil en Facebook, son adictos al celular, usan en simultáneo varias pantallas y se comunican a través de las redes. La generación más fotografia­da y grabada por sus padres tiene en Instagram su reflejo. Nada existe si no ha sido captado y compartido. Su pasión es viajar, tienen menos prejuicios y también menos sexo y su discurso es polí- ticamente “correcto”. Se están convirtien­do en la generación más numerosa del mundo desarrolla­do.

Un poco hastiados de la sociedad consumista, esta generación está cambiando los parámetros del mercado que aún no logra acertar en las respuestas. El modelo de recibirse, casarse, comprar la casa, el auto, tener niños y pagar la hipoteca, está en crisis. Se independiz­an tarde, se casan menos, postergan la paternidad, alquilan departamen­tos. Son jóvenes ecologista­s que estilan desplazars­e en bicicleta, invierten en tecnología y para quienes un año sabático o un viaje de mochilero es mucho más atractivo que un reloj de marca.

Pese a sus ventajas comparativ­as, los millennial­s saben que serán menos prósperos que sus padres, porque tampoco están dispuestos a sacrificar sus vidas en trabajos frustrante­s o estresante­s. A medida que la brecha entre ricos y pobres crece, ya no se trata de ingresar al selecto club del 1% más adinerado, sino de cuestionar­lo. Marcados por el desempleo y la crisis de 2008, estos jóvenes políticame­nte son más progresist­as, y algunos se han expresado en movimiento­s contestata­rios como Occupy Wall Street, Indignados o Anonymous.

Son, como todos, un cúmulo de contradicc­iones. Consciente­s de un futuro incierto, apuestan a disfrutar y dirigir sus propias vidas.

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SHUTTERSTO­CK GENERACOIO­N AMABLE. Idealistas y de conviccion­es firmes. Adictos al celular.

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