Lenguas originarias amenazadas por la desigualdad social
Afectados por la discriminación, más de un millón de argentinos, miembros de las comunidades indígenas, van perdiendo el contacto con su idioma nativo. Un proceso que necesita políticas activas para revertirse.
En el censo de 2010 apareció una cuestión que se visibilizó aún más durante el acampe qom en la última etapa del gobierno de Cristina Fernández: la discriminación sobre los pueblos originarios, además de la obvia injusticia que conlleva, implica una pérdida cultural enorme. La de las lenguas (y, por tanto, con la pérdida del idioma, el ocultamiento de una tradición, de cosmovisiones), que están en riesgo. Agosto es el mes de las lenguas nativas. Y el momento de constatar las pérdidas y enfatizar la necesidad de una ley, ya existente pero con muchas dificultades de aplicación, que defienda la interculturalidad bilingüe, el sostén de uno de los patrimonios de Argentina, una cuestión de derechos humanos, a veces oculta entre otras.
“Cada vez menos gente habla las lenguas originarias –explica Raúl Ruidíaz, presidente del INA I ( Instituto Nacional de Asuntos Indíge- nas)–. Hay lenguas que se están perdiendo. Hoy tenemos registrados unos 33 pueblos indígenas. Cada vez hay menos gente que habla el idioma. No hay que olvidar que es un colectivo que estuvo discriminado por muchísimos años y que negaban su condición de pueblo originario. En el censo de 2010 se preguntó la cuestión: y el 24% de la población manifestó pertenecer a alguna de estas comunidades. Lo que implica casi un millón de habitantes. Lo cierto es que podría haber sido mucho más, porque pese a los avances mucha gente negaba su condición. Y niegan su idioma, lo van perdiendo. Hacia el futuro, al ver que tienen derecho y que son escuchados, al aparecer la ley de tierras, el Instituto, la ley de educación bilingüe, empieza a abrirse un nuevo escena r io. Si hoy hiciéramos un censo, se le agregaría mucha más gente. Con sólo tomar la evolución de la población, ya estamos pensando en 1,2 millones de personas”. De tobas a qom, de matacos a wichís. Los que estudiaron en la escuela hace años, aun los chicos del Chaco o de Formosa, ni siquiera recibían en su educación en castellano el nombre que su propio pueblo se daba para sí. Lo que aprendimos como toba son los qom y lo que aprendimos como mataco es wichí, la lengua más hablada entre las originales en nuestro país. Para Cristina Sánchez, fundadora y presidenta honoraria de la Fundación Corriente Cálida Humanística, “la ley tiene un muy buen enfoque. Ofrecer a las comunidades aborígenes una educación que contribuya a preservar y fortalecer sus pautas culturales, lengua, cosmovisión e identidad étnica, pero también brinde herramientas para que puedan integrarse al mundo multicultural, es el camino correcto”.
Pero la implementación de la ley implica la necesidad de dar ciertos pasos. “La formación docente también es una instancia fundamental ya que educar en este contexto cultural distinto resulta imposible para un maestro que desconoce las pautas culturales del aborigen, por eso con frecuen- cia se cae en la castellanización, y eso desencadena en la pérdida de sus orígenes. Se necesita mucha experiencia y capacitación para abordar el desafío de educar a una comunidad originaria desde esta perspectiva integradora, con un soporte bilingüe que permita conservar su identidad cultural y lingüística al mismo tiempo que se facilitan herramientas de integración”.
Obviamente no todas las realidades son iguales, la ubicación también determina realidades diferentes. Para Ruidíaz: “Solamente el 33% de la población indígena vive en su tierra. El resto se mudó a la ciudad, allí es mucho más difícil conservar el lenguaje”. En la gente que se quedó en los territorios, esta situación es diferente.
Pedro Rey, representante de la comunidad wichí de Tres Pozos en El Impenetrable chaqueño, lo explica: “La lengua nos identifica, es la representación máxima de nuestra cultura y queremos conser-