Perfil (Sabado)

Mao, Malraux y La condición humana

A partir del 40 aniversari­o de la muerte del líder chino y del intelectua­l francés, una reflexión sobre una obra que refleja el destino de los hombres de forjar una historia que promete un porvernir venturoso y, a la vez, cada día más lejano.

- SERGIO BUFANO*

“El marxismo es una forma de fatalidad…”, dice el viejo Gisors mientras prepara su pipa con opio para sumergirse en un mundo ajeno a lo real. Su hijo ha muerto luego de la fracasada insurrecci­ón en Shanghai y él decide retirarse al universo de las sensacione­s de la droga y la música. Nada que pertenezca al terreno de los hombres le interesa. En cambio ella, May, marcha hacia Moscú para continuar su labor por la revolución mundial. Los dos han perdido al ser querido y cada uno buscará enfrentar el dolor aferrado a su voluntad; uno desde el mundo de las tinieblas. El otro, desde la lucha por el comunismo.

Cuando Andre Malraux escribe el final de La condición humana (1933) no imagina que pocos años después deberá protagoniz­ar el papel de combatient­e en la guerra de España. Tampoco sospecha que más tarde será el jefe de la resistenci­a contra el nazismo en Francia, y finalmente funcionari­o del gobierno de De Gaulle.

Si alg uien puede ser caracteriz­ado como intelectua­l comprometi­do con su tiempo, ése es Malraux. Quizá fuera ésa una época de compromiso­s mayores porque la historia exigía desde 1848, con el Manifiesto comunista, un cambio tan radical en las relaciones entre los hombres que era difícil mantenerse neutral. No era el único: Albert Camus, Jean Paul Sartre, John Dos Passos, Pablo Neruda, Arthur Koestler y también Octavio Paz fueron protagonis­tas activos que no se conformaro­n con describir el vertiginos­o cambio que se producía en el planeta. También quisieron participar y lo hicieron apasionada­mente. En algunos casos coincidier­on en tiempo, territorio e ideas; en otros no. Pero si algo los unifica es su tenacidad La condición humana en el compromiso con la realidad y en la producción de una literatura que ponía especial énfasis en los cambios de la historia, en el destino de los hombres y en la condición de cada uno de ellos. Insurrecci­ón. El 21 de marzo de 1927, el Partido Comunista chino se lanzaba a la tercera insurrecci­ón en Shanghai. Las dos anteriores habían fracasado y este nuevo intento podía ser el definitivo. Mao Zedong era jefe de apenas una tendencia dentro del partido. La Revolución de Octubre confirmaba que el marxismo era la teoría que aglutinaba a los explotados del mundo y los empujaba a dirigir su propio destino. La fracasada revolución en Alemania de 1923 y la represión a los obreros en Europa advertía que la empresa de la transforma­ción social no era fácil y exigía la férrea conducción de una vanguardia revolucion­aria que dirigiera al proletaria­do. Es en la noche en que está por comenzar la insurrecci­ón cuand o Malraux fija el inicio de su novela: Chen se ha introducid­o en la habitación de un hombre para matarlo. Matarlo no es nada, lo que le impresiona es la dureza de la carne. Armado con un cuchillo, el terrorista observa a su víctima y sabe que una vez cometido el crimen todos los hombres condenarán su acción. Pero no le importa, la muerte que se apresta a llevar a cabo proveerá a los obreros de algunos cientos de armas para combatir contra el ejército reaccionar­io. Afuera de esa calurosa habitación del hotel lo esperan sus compañeros, todos miembros del PC, que están al tanto de lo que Chen hará. La Revolución parece justificar­lo todo. Tres personajes. Malraux

Cuando Malraux escribió el final de

no imaginó que iba a ser combatient­e en la guerra de España

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