Un reciclado de Walter White tan encantador como su génesis
EL INFILTRADO Título original: The Infiltrator Dirección: Brad Furman Intérpretes: Bryan Cranston, John Leguizamo, Diane Kruger, Juliet Aubrey y Amy Ryan Origen: (2016) Estados Unidos
Bryan Cranston es Walter White. Seguro. Su bestia más perfecta es invencible, incluso cuando es obviamente vencida. Pero Cranston, que encontró en White la puerta de escape hacia una vida actoral mejor, ahora representa aquello que era casi siempre: en El infiltrado es Robert Mazur, es decir Bob Musella (con ese nombre lo conoce el cartel de Pablo Escobar en 1986). Cranston ha devenido en el cine una repetición de su bestia, quiera o no, y es la miel de sus filmes y también su regurgitación.
Ya sea siendo Lyndon B. Johnson en All the Way (que el actor había interpretado en Broadway y le valió un Tony), o Walter White en Breaking Bad, su ancho de espadas es su hombre común enfurecido, su bestia desatada contra lo común, enojado, quiera o no, con la mediocridad de respetar las reglas. Quiera o no, su bestia domina o muere. Su ventaja es que, hasta cuando es cordero, algo asoma en sus ojos, algo diabólicamente travieso, y esta Florida en los 80 no es distinta, ni tampoco su dualidad entre ser un hombre casado y un salvaje a los ojos de los narcotraficantes.
Brad Furman es uno de esos directores que aprendieron de Scorsese no lo mejor pero sí lo neto: mostrar a esas bestias en sus seductores y más tentadores paraísos descartables, hacer del bronceado y la grasa un festival de imágenes. Claro, también es más mediato: necesita que exista Scorsese, o Coppola, en sus espectadores ideales. Furman no puede invocar tanto cine, o un determinado lugar. Son sus límites, pero sabe qué muletas usar o esperar que aparezcan para disfrutar su cine (aunque, claro, quizá no lo sepa, cómo dejan notar momentos con menos linaje e igual torpeza). Ahí está el gigante de Cranston y aquello que invoca y recrea. Su majestad satánica.