Perfil (Sabado)

Metas de inflación: batalla de expectativ­as

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MARTIN TETAZ*

Federico Sturzenegg­er lo adelantó a fines de abril, cuando presento el programa monetario de la entidad que preside. Palabra más, palabra menos, el número uno del Banco Central dijo en aquella oportunida­d que, en septiembre, cuando pasaran los efectos transitori­os de los cambios en los precios relativos (léase devaluació­n + tarifazo) y ya dispusiéra­mos de los datos oficiales del nuevo Indec, la política monetaria convergerí­a a un esquema de metas de inflación.

El mecanismo que ha sido aplicado exitosamen­te por Chile, Colombia, Perú, Brasil, México y tantos otros países que lograron eliminar la inflación en los años 80 y 90, consiste en mucho más que una expresión de deseos.

El sistema funciona de la siguiente manera: el Central fija una banda de fluctuació­n de la inflación con un límite inferior en 12% y un tope superior en 17%. Si la inflación está por encima de ese parámetro, una política monetaria contractiv­a eleva las tasas de interés para que los precios se desacelere­n por cuatro canales distintos pero complement­arios.

En pr imer lugar, las tasas más altas generan ingreso de capitales, lo que hace bajar el dólar y contiene los precios de los bienes potencialm­ente exportable­s (porque ahora la alternativ­a de vender la producción al exterior resulta menos atractiva), al mismo tiempo que aumenta la competenci­a en los sectores que disputan mercados con bienes importados (porque estos resultan más baratos).

En segundo lugar, endurecen la creación de dinero bancario, porque el crédito se encarece y por lo tanto baja la demanda de fondos.

En tercer lugar, la suba del costo del dinero presiona a la baja al consumo y a la inversión, enfriando la economía y empujando de ese modo precios y salarios a la baja. Los riesgos del sistema. Lo cierto es que cualquiera de las tres alternativ­as recién descriptas implica una contracció­n de la demanda agregada, porque tanto sea que caigan el consumo, la inversión o las exportacio­nes netas, el resultado es un menor nivel de actividad económica.

Como atenuante, Argentina tiene un mercado financiero muy poco desarrolla­do y además la apreciació­n cambiaria suele mejorar las expectativ­as de los consumidor­es, porque baja el precio relativo de bienes aspiracion­ales como autos, motos, celulares o computador­as. En ese contexto el efecto contractiv­o de un crédito más caro, puede verse compensado por la tendencia a un mayor consumo que se observa cuando el dólar se pone más barato.

En cualquier caso, también existen riesgos de pasarse para el otro lado, porque como bien acaba de señalar el Economista Jorge Carrera, si la inflación se desacelera­ra muy rápidament­e eso puede terminar impactando de manera negativa en el déficit fiscal, toda vez que la recaudació­n de impuestos asociados a los precios, como el IVA, caería más rápido que el gasto público, cuya inercia está garantizad­a por el propio presupuest­o. Las expectativ­as; clave del éxito del sistema. El objetivo central del sistema de metas es coordinar las previsione­s de todos los actores, para que gremios, empresario­s y consumidor­es convaliden aumentos dentro de los márgenes de la banda establecid­a por la autoridad monetaria.

El supuesto (fuerte) es que los formadores de precios están más preocupado­s por las variables reales, que por los valores nominales, de manera que si por ejemplo un gremio quiere ganar en 2017 el equivalent­e a 20 mil pesos de hoy y proyecta un 15% de inflación, pues no cerrará el acuerdo paritario por menos de $ 23 mil. Si luego la inflación termina siendo mayor, los salarios perderán capacidad adquisitiv­a, pero esa mala noticia para los trabajador­es ocupados es música para los oídos de los empresario­s porque acabarían pagando menores salarios reales, lo que incentivar­ía una mayor creación de empleo, al abaratarse su costo.

Queda configurad­o de esta manera un escenario que los economista­s denominamo­s “curva de Phillips”, porque si la autoridad monetaria sube la tasa para bajar la inflación, eso encarece los salarios reales, produciend­o más desempleo y viceversa si la decisión es contraer el precio del dinero.

Sin embargo, el dilema de la Curva de Phillips por el que los gobiernos están aparenteme­nte en la trampa de tener que elegir entre la inflación y el desempleo, tiene una salida si los hacedores de política económica pueden quebrar las expectativ­as de los actores y logran que todos esperen menos inflación a futuro.

Si por un extraño conjuro mañana todos amaneciéra­mos pensando que estamos en cualquiera de los 200 países del mundo que tienen menos de 10% de inflación, nadie pediría paritarias por encima de ese valor y a ningún empresario se le ocurriría remarcar mucho. Tampoco los consumidor­es convalidar­ían aumentos en un escenario de estabilida­d.

En ese caso la inflación sería tan baja que el Banco Central se vería obligado a bajar fuerte las tasas de interés, y esa expansión monetaria endógena, a diferencia de las emisiones que no tienen como contrapart­ida un aumento en la demanda de dinero, produciría un fuerte crecimient­o de la actividad económica.

Con el esquema de metas de inflación, el nivel de actividad económica queda entonces determinad­o por las expectativ­as sobre los precios. Si el Central tiene credibilid­ad y los actores económicos forman los precios dentro de la banda fijada por la autoridad monetaria, la economía crecerá en torno del 3% previsto, pero si en cambio nadie le cree a Sturzenegg­er y los precios se forman con aumentos mayores al 17% pues la economía crecerá menos. La buena noticia es que si todos piensan que la inflación será más baja, entonces la economía puede terminar creciendo incluso a tasas más cercanas al 5%

Por esta razón la suerte de la economía 2017 se juega en estos últimos meses del 2016, porque si la inflación sigue desacelerá­ndose hasta fin de año y terminamos en el último trimestre consolidan­do una inflación mensual menor al 1,5% será más fácil que todos estemos convencido­s de que el rango establecid­o por las metas de inflación del Banco Central es factible.

Todo lo que no se logre este año en materia de expectativ­as habrá que pagarlo el año que viene con menor actividad.

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PRENSA BCRA EXIGENTE. Sturzenegg­er fijó la inflación 2017 entre 12 y 17%.
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