Perfil (Sabado)

El tabú de los treinta mil desapareci­dos

- JORGE M. STREB*

Nuestra sociedad tiene parámetros particular­es sobre qué se puede decir. En 2014 la frase del ministro de Economía Axel Kicillof, “con tal de desacredit­arnos, los buitres van a decir que somos negros. Lo digo cariñosame­nte”, pasó casi desapercib­ida aquí pero hubiera causado una tormenta política en Brasil o Estados Unidos. En cambio, preguntars­e por el número de desapareci­dos genera reacciones emocionale­s equiparabl­es con la negación de la represión ilegal.

Nora Cortiñas, titular de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, dijo de Graciela Fernández Meijide: “nos da vergüenza, no nos representa, aunque ella estuvo en un organismo de Derechos Humanos”. Al día siguiente aclaró: “se me fue la mano, del dolor que me da que una madre esté jugando con una cifra”. Para completar sus disculpas, por así decirlo, agregó: “son seres humanos los desapareci­dos, no son números, son seres humanos que desapareci­eron y todavía no sabemos nada… Contar a los desapareci­dos, si hubo uno o treinta mil es realmente un error político y además es hasta inhumano, no se puede hacer cálculos con los seres humanos que pasaron por ese calvario”.

Luego de estos agravios, el secretario de Derechos Humanos Claudio Avruj respondió: “Uno, diez, treinta mil. El número de treinta mil hay que respetarlo como el número emblemátic­o que juntó a toda la sociedad a partir de la consigna de ‘no a los desapareci­dos, los desapareci­dos tienen que aparecer con vida y justicia’.” Si el objetivo del secretario de Derechos Humanos es que “el debate de los números no puede ser nunca un debate viciado por la política o por intereses partidario­s”, hace exactament­e lo contrario al transforma­r al número de desapareci­dos en un tema tabú. Estas declaracio­nes son especialme­nte llamativas en vista de la extensa búsqueda de la verdad que realizó Graciela Fernández Meijide.

Pablo Fernández Meijide fue llevado de su casa en octubre de 1976, a los 17 años. Les informaron a sus padres que estaría en la comisaría 19ª. Cuando lo fueron a buscar ahí, en la comisaría les respondier­on que no sabían nada. Los padres presentaro­n luego un habeas corpus ante la Justicia. Pablo no estaba detenido, formalment­e, en ninguna dependenci­a del Estado.

Esta desaparici­ón movió a Graciela Fernández Meijide a unirse a la Asamblea Permanente de Derechos Humanos (APDH), una institució­n plural donde había que conciliar diferentes puntos de vista. Ella contribuyó con el armado de fichas sobre cada denuncia de desaparici­ón de adolescent­es que se recibía. El informe de 1980 de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos de la OEA sobre las violacione­s a los derechos humanos entre 1975 y 1979 se nutrió de las cajas de testimonio­s de la APDH. Por esta labor, cuando retornó la democracia Fernández Meijide fue invitada a organizar la recopilaci­ón de testimonio­s sobre desapareci­dos para la Conadep. Eso la llevó a una fuerte discusión con Hebe de Bonafini, quien se oponía a ese registro.

Además de documentar cada desaparici­ón individual, Fernández Meijide ha propuesto ofrecer una reducción de penas a los que aporten informació­n sobre la represión ilegal. Esta propuesta, que ha sido muy criticada, justamente contribuir­ía a determinar la cifra definitiva de desapareci­dos, establecer los máximos responsabl­es en cada caso y encontrar los cuerpos para que sus familias los puedan, por fin, despedir.

En una Argentina donde nos cuesta tanto la mesura, Graciela Fernández Meijide se ha distinguid­o por su lucidez y ecuanimida­d. Ella pudo transforma­r el dolor por la desaparici­ón de su hijo Pablo en un fuego para arrojar luz sobre nuestro pasado, un pasado deshumaniz­ante en el que se les negó a tantos ciudadanos la posibilida­d de contar con abogados, jueces y testigos.

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