Perfil (Sabado)

Una profunda transforma­ción que nace del duelo y el dolor

A casi treinta años de la fundación de los grupos Renacer, para padres que han perdido un hijo, uno de sus creadores comparte su experienci­a, basada en una profunda evolución interior y en la ayuda mutua.

- GUSTAVO BERTI*

La muerte de un hijo constituye una verdadera conmoción existencia­l, la más severa por la que un ser humano puede transitar al margen de la propia muerte y para la que, salvo la muerte de otro hijo, no existen referentes previos. Ella conduce a un sufrimient­o tan intenso, tan penetrante y en ocasiones tan aniquilado­r que continúa siendo un enigma para la cultura occidental, a punto tal que aún hoy ninguna lengua ha hallado una palabra que nombre esta tragedia y a quienes sobreviven a la misma. Pareciera que la historia tratara de ocultar sus falencias quitando palabras de las fuentes del lenguaje. Pocos se han aproximado al misterio, entre ellos César Vallejo, en su libro Los Heraldos Negros de la Muerte: “… son las crepitacio­nes de un pan que en las puertas del horno se nos quema.”

Resulta extremadam­ente difícil explicar a quien no ha pasado por esta experienci­a el profundo significad­o de la misma y así, entre esta falta de nombre y lo complejo de su transmisió­n se abre una cisu- ra de profundas implicanci­as existencia­les, dado que los padres que sobreviven a uno o más hijos muertos siguen siendo ayudados mediante métodos que responden a antiguos paradigmas que se muestran ineficient­es respecto al objetivo deseado. Con el propósito de demostrar esta aseveració­n quiero remitirme a Martin Heidegger para quien donde no hay palabra no hay nombre y por lo tanto no hay ser. Entonces es necesario pensar lo no pensado, pero no en el sentido de pensar lo que se oculta detrás del pensamient­o, sino lo verdaderam­ente no pensado aún. Es un proceso de creación auténtico, hay que ir más allá de un mero desocultar algo que ha permanecid­o oculto, hay que ir, por lo tanto, más allá de los límites, más allá inclusive de la misma verdad transmitid­a.

Ahora bien, si la muerte de un hijo a lo largo de la historia no ha podido dar un nombre a los padres que quedan, ¿significa esto que el duelo por la muerte de un hijo no existe? De ninguna manera. Lo que aquí se sostiene es que ante la ausencia del ser (palabra) todos los conceptos vertidos por las ciencias de la psiquis sobre el duelo por una muerte que al venir da un nombre a los deudos (viudez, orfandad), carecen de

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MARTA TOLEDO
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