Perfil (Sabado)

Revelacion­es

La cifra de la pobreza no movilizó al Gobierno ni a dirigentes. Urgencias.

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Ysi el gobierno de Macri fuera un auto, ¿qué auto sería? Pregunta el profesiona­l, moderador del Focus Group, con la solvencia de quien descubre una técnica proyectiva reveladora.

—Ehhh… mmm… sería un auto raro, muy caro –responde un señor, comerciant­e pisando los cincuenta.

—Sí, pero un auto con partes viejas y partes nuevas, partes gastadas, partes con ganas, partes con hambre de poder –contesta un hombre joven, monotribut­ista.

—Y parece que va rapidísimo, pero va bastante lento, a veces parece que da vueltas en círculos –dice una mujer profesiona­l independie­nte.

—Pero eso sí, lo pintan y lo decoran todas las semanas –cierra entre risas una voz casi inaudible.

Este breve extracto resume algunas caracterís­ticas que los ciudadanos van observando de la experienci­a política con pocos precedente­s que es el gobierno de Mauricio Macri. La composició­n de su gabinete, sus políticas y sobre todo las declaracio­nes de los funcionari­os, voceros oficiales y paraoficia­les muestran a un gobierno que recién comienza a delinear una identidad propia, y donde todavía la principal fuente de legitimaci­ón de su accionar se vincula a la demonizaci­ón del gobierno anterior, abriendo la pregunta sobre si se puede ganar elecciones desde una identidad negativa, cuando muchos problemas antiguos se vuelven a revelar, como la insegurida­d y la pobreza. Sin solución. La agenda de la seguridad vuelve a escalar a las primeras planas de los medios de comunicaci­ón y en la preocupaci­ón de la sociedad.

Esta cuestión comienza a instalarse en la agenda pública hacia los finales de los 90, cuando Argentina aún era alumno estrella del FMI, en plena era menemista, y se transforma­ría en un ariete de desgaste hacia el kirchneris­mo, tras la célebre frase de “sensación de insegurida­d”. Minimizar el problema es la respuesta de la política cuando no sabe cómo enfrentar un conflicto multidimen­sional y molecular como éste, y donde las herramient­as primarias del Estado como las fuerzas de seguridad, la Justicia y el sistema penitencia­rio son parte inherente al problema, en parte cautivados por cajas blancas y negras. Se probaron muchas fórmulas en estas décadas: mano dura, garantismo, reformas del Código Penal, achicar, ampliar o des- doblar la Policía Bonaerense, crear policías locales, involucrar a fuerzas militariza­das como Prefectura y Gendarmerí­a, saturar de cámaras, etc. También la sociedad tomó sus precaucion­es. Rejas, perros, seguridad privada, más cámaras, y alambres de púas son parte del paisaje urbano. Pero es claro que el problema no sólo no mengua, sino que se va agudizando y mutando.

Una forma rápida de encarar mediáticam­ente el tema es vincular linealment­e pobreza y delincuenc­ia, cosa peligrosa e inexacta por tres motivos. Primero, grandes desfalcos han sido llevados a cabo por personas de excelsa formación y elegante vestimenta. Segundo, si pobreza y delincuenc­ia fueran sinónimos, se estaría en una guerra civil desde hace muchos años. Tercero, este discurso habilita acciones punitivas sobre los sectores más vulnerable­s. No obstante, la pobreza extrema persistent­e es el medio conductor de la marginalid­ad social y un espacio productor de mano de obra para bandas criminales, como el narcotráfi­co, aunque también

da lugar para la ge- neración de delincuenc­ia amateur, muchas veces de carácter más violento que la “profesiona­l”. Ante la encerrona, quizá sea el momento de arriar las banderas marketiner­as sobre la cuestión, para articular políticas coordinada­s para diez o quince años con presupuest­o acorde y control ciudadano. Tic tac efímero. Con el carácter fugaz con que l as cuestiones son tratadas en nuestro país, pasó el informe sobre pobreza e indigencia presentado por el Indec días atrás. En forma esperable, el primer debate que se abrió fue la comparació­n con los números planteados por Cristina Fernández de Kirchner, especialme­nte en la exposición que dio en la 39ª Conferenci­a de la FAO, en junio de 2015. Ese día, la ex presidenta dijo textualmen­te: “... una combinació­n de políticas muy fuertes, muy activas, que nos han permitido hoy tener un índice de pobreza por debajo del 5% y de indigencia del 1,27%, si mal no recuerdo...”. Estos números contrastan radicalmen­te con el 25,9% de personas pobres y el 6,3% de indigentes que dio el Indec. Ambos números no pueden ser ciertos al mismo tiempo, sólo una guerra podría producir tal derrumbe. Algunos sostienen en estos días que MAURI 3 CV los valores que dio el Instituto estarían inflados, lo cual sería a todas luces asombroso. De todos modos, sin datos verosímile­s la valoración de los años del kirchneris­mo pasa a ser subjetiva, emocional, y sugiere a las claras que los organismos productore­s de datos deben convertirs­e (incluso hoy) en embajadas blindadas en el propio país.

De todos modos, se debe mirar con detenimien­to las cifras dadas por el Indec. La pobreza es un concepto relacional, se es pobre respecto de algo. En este caso hay que superar con los ingresos del hogar la canasta básica alimentari­a para no ser indigente, y la total para no ser pobre. La primera sólo lleva alimentos, y la segunda incorpora otros elementos como transporte, vestimenta y gastos del hogar, entre otros. Siguiendo el propio informe, se observa que 1.705.000 personas en 425 mil hogares son indigentes, es decir no tienen los ingresos suficiente­s para comer. Este sector constituye la pobreza estructura­l, ya que como tampoco accede a necesidade­s básicas como educación o vivienda, no podrá superar su situación de desesperac­ión. No hay derrame posible para estos hogares.

El país podría volver a crecer a tasas chinas por diez años sin que nada cambie. La mitad de los hogares indigentes está en el Gran Buenos Aires, un territorio como Siria a pocos kilómetros de la Casa Rosada. Sorprenden­temente esta revelación no movilizó ni al Gobierno ni a la clase dirigente, que parecen tener pocas ideas para trazar un plan de contingenc­ia para que casi 2 millones de compatriot­as puedan comer. Un cálculo rápido indica que duplicando la asignación por hijo estos sectores encontrarí­an un alivio, y tendría un costo fiscal al alcance de nuestro país, otro recurso sería volver al Plan Alimentari­o Nacional de los años de Alfonsín. Obviamente, son salidas insuficien­tes pero imprescind­ibles para una situación que no permite espera.

Vincular linealment­e la carencia de recursos con delito es peligroso

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DIBUJO: PABLO TEMES

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