Un premio de la realpolitik
norteamericanas en Afganistán o Irak.
Juan Manuel Santos lideró un proceso de negociación con la guerrilla que, finalmente, fue rechazado por la población. Era un acuerdo realista, sin dudas perfectible, pero que significaba un avance muy grande para poner fin a un conflicto que lleva más de medio siglo y que ha afectado directamente a millones de colombianos. Pero Santos fue, también, el ministro de Defensa que ordenó bombardear campamentos de las FARC en Ecuador, o que implementó la política de los “falsos positivos”, asesinatos de jóvenes pobres del Norte del país que eran presentados como guerrilleros para que los militares pudieran cobrar un dinero extra “por cabeza”. Otra pregunta clave es: ¿por qué sólo premiar a Santos, y no también a Timochenko, líder de las FARC, tan responsable de las negociaciones como el presidente?
Los premios recibidos por luchadores sociales por la paz –como Adolfo Pérez Esquivel o la paquistaní Malala– sirvieron para dar visibilidad a sus esfuerzos por superar situaciones conflictivas: el terrorismo de Estado en Argentina, la discriminación de las niñas bajo el régimen talibán. Pero los premios a esas grandes negociaciones no siempre han dado resultado. “Todos esperamos que esta designación ayude a encontrar el premio de la Paz que el pueblo colombiano merece”, escribió ayer Pérez Esquivel a Santos. Ojalá.