Perfil (Sabado)

Leer la época (I)

- JORGE FONTEVECCH­IA

“Mire, nosotros, los milita res suda mer ica nos, éramos como empleados de los norteameri­canos, y nuestro trabajo consistía en matar comunistas, pero en los últimos años nos fuimos quedando sin trabajo”. La frase correspond­e a un ex comandante en jefe del Ejército de Colombia, quien con sinceridad brutal des- La guerra cada vez es menos justificab­le, una guerra por Malvinas no contaría hoy con el entusiasmo de los 80 cribió la realidad de la segunda mitad del siglo XX desde su perspectiv­a.

Primero cayó el Muro de Berlín y colapsó la ex Unión Soviética, inmediatam­ente China comprendió que no había otro modelo económico posible y se hizo hipercapit­alista; ahora se acaba el bloqueo a Cuba, la que también abre su economía y ya no quedan “comunistas que matar”. La foto de los dirigentes de las FARC en sillones ministeria­les pasados de moda fumando habanos en Cuba mientras miraban por televisión el resultado del plebiscito de Colombia mostraba, en el anacronism­o de la escena, lo artificial de su guerra.

No era el fin del comunismo el fin de toda la historia, como escribió Fukuyama. Pero sí es el fin de una historia, la del siglo XX, que en Sudamérica sólo se pospuso algunos años porque el vertiginos­o aumento de las materias primas potenció en Venezuela a Chávez dándole a Cuba y a las FARC una década más. En sólo seis años el petróleo pasó de valer 20 dólares el barril en 2002 a casi 150 dólares en 2008, para costar ahora sólo un tercio que hace ocho años.

La guerra en Colombia y las FARC, aunque no sea formalment­e, ya están terminadas porque no queda más contexto: sería como querer volver a instaurar un sistema económico comunista. La guerra llegó hasta aquí –además del apoyo de la Venezuela de Chávez y la investidur­a cubana– también porque las FARC se envilecier­on, comportánd­ose como delincuent­es y narcotrafi­cantes, lo que estiró su presente pero minó su prestigio consumien- do el poco capital simbólico que tenían.

El triunfo del “No” en el plebiscito por la paz del domingo pasado no impedirá la paz sino que logrará perfeccion­arla para que sea un acuerdo más unánimemen­te apoyado. Y el Premio Nobel que acaba de recibir el presidente Santos confluye en la misma dirección. Porque la historia tiene su propia dinámica y en cada época sólo es viable –por lo menos sostenidam­ente– aquello para lo que se generaron condicione­s de posibilida­d.

Uribe, aunque principal artífice del triunfo del “No” en plebiscito por la paz, representa una voluntad beligerant­e que no coincide plenamente con su época y lo que puede hacer es influir sobre los artículos del acuerdo de paz pero no sobre un retorno a la guerra como era.

Y Santos, como le pasó a Alfonsín en su momento, o a Bergoglio hoy, es más reconocido afuera que adentro de su patria, confirmand­o aquello de lo difícil que resulta ser profeta en su tierra. Otro aforismo similar es que nadie es Premio Nobel para sus allegados porque la cercanía ejerce el doble efecto de impedir la cosmovisió­n y, al mismo tiempo, mostrar el claroscuro de los detalles. En los portales de noticias de Colombia, lo primero que hubo fueron comentario­s sobre el casi millón de dólares que recibirá Santos por el Premio Nobel, si no donara esa suma.

Colombia es un buen espejo no sólo donde Argentina puede mirarse sino donde se puede leer la época en letra ampliada. Los contrastes, y a veces hasta los excesos de realismo mágico, facilitan esa lectura de época en la que claramente se percibe la pérdida de credibilid­ad de las ideologías, de lo extremo y de lo violento, lo que en las décadas de Guerra Fría tuvo aprobación y explica nuestros años 70.

Otro síntoma epocal es que cualquier guerra en sí misma resulta cada vez menos justificab­le, incluso una guerra por las islas Malvinas hoy tendría una aceptación diferente de la que tuvo en los 80, tanto entre argentinos como entre ingleses.

Néstor K i rch ner leyó bien su época en 2003 con Chávez y Lula en Sudamérica, la inercia simbólica de la Guerra Fría (tantos años de yankee go home) pero sin un Estados Unidos interesado en preocupars­e Paz y pactar comparten etimología. Confrontar o acordar son formas de hacer política. Los K representa­n la primera y una China comprándos­e todo. Ese orden comenzó a acabarse al asumir Obama, en 2009.

Cristina Kirchner y Zannini se quedaron del otro lado del Muro de Berlín, no leyeron bien la época y cavaron su propia fosa. Paz y pactar comparten etimología y entre las diferentes categorías en que se podría construir pares dicotómico­s en la política está el confrontar versus el acordar. Esta época es más la del acuerdo. Coninúa mañana con: “Leer la época (II)” Los Macri brasileños Elisa Carrió - Susana Giménez

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NOBEL FOUNDATION LA PAGINA OFICIAL NOBELPRIZE.ORG destacaba a todo el ancho del sitio el Premio Nobel de la Paz otorgado ayer al presidente de Colombia, Juan Manuel Santos.
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INTERNADAS. La diputada y la conductora debieron ser hospitaliz­adas por problemas de salud.

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