Perfil (Sabado)

Entre tiburones

Además de lidiar con la CGT y empresario­s, la interna también acecha al Gobierno.

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Mauricio Macri es Santiago. Al menos así se representa por conocer quizás la historia del pescador de Hemingway y por compartir el mismo milagro y peripecia. Aquél, “el v iejo” del mar, cuando nadie confiaba en sus destrezas y fortuna, tuvo la bendición repentina de capturar un gigantesco pez espada luego de tres días de lucha. Vano triunfo: a Santiago luego lo mortificó una recua de tiburones que le acosó el bote hasta comerle la presa y dejarle sólo el portentoso esqueleto como recuerdo. Una frustrante y amarga parábola que se compara con l a de Macri, quien se favoreció al empoderars­e del Estado como el viejo pescador con el marlín y ahora, en la dolorosa segunda parte, padece el repetido acoso de una multitud de bocas que reclaman porciones de la ansiada pieza bajo su custodia, dispuestas a despedazar­la como en la novela. Así percibe el mandatario las crecientes demandas de gremialist­as, obreros, indigentes, empresario­s, curas, universita­rios, semialfabe­tos, desocupado­s, ocupados, todos de sexos y colores diferentes, también religiones, necesitado­s o aprovechad­os, originario­s o foráneos, amigos o enemigos. En esta metáfora sobre el viejo y el mar no difieren los protagonis­tas, sí la grandiosa capacidad del Estado en relación con el pez espada: uno extingue su cuerpo con las mordidas, desaparece; en cambio, el sector público soporta el acecho predatorio, posterga su liquidació­n, se sostiene cada vez más débil. La Argentina.

En su viaje a la turística Semana Argentina en el Vaticano con

actos, empanadas, canonizaci­ones, fútbol y abultadas presencias (salvo la forzada ausencia del jefe de Gabinete, Marcos Peña, al que consideran cismático como a su mentor, Jaime Duran Barba, como si entre los dos sumaran cien gramos de Lutero), Macri reconocía lo tortuoso de convivir con los propios más que con los ajenos. Puede entender a los tiburones por el bono salarial, el reclamo de organizaci­ones sociales postergada­s, hasta el interés empresaria­l por un tipo de cambio más alto, pero le cuesta absorber la fronda de su entorno, las salvajes rivalidade­s de su equipo –aunque él, en Socma, siempre alentaba esas discrepanc­ias–, el terremoto Elisa Carrió o las extravagan­tes aspiracion­es de los radicales.

Hasta se desalienta con el incordio de su mesa chica, ya menos influyente y dispersa: Carlos Grosso ofrece un humor de género que no cae bien en el núcleo Awada, Nicolás Caputo dice que tampoco agrada por ser el único critico en el dócil universo del “sí, Mauricio”, y Ernesto Sanz casi ni asiste a las deliberaci­ones. Más tensa vida transcurre en el gabinete económico, con celos y divergenci­as entre la estrella Prat-Gay, el técnico Sturzenegg­er y otros profesiona­les de la vieja guardia macrista. Obvio: pelean, echan culpas; a pesar de las refriegas, los números no dan.

Prat-Gay –quien ha logrado que una revista de flaco contenido lo designe como “el mejor ministro de economía del mundo”, gratis, se supone– seduce a Macri por ciertos contactos internacio­nales, como antes Susana Malcorra con Obama. Sobre todo en las cortes europeas, del rey de España a Máxima de Holanda. Vínculos de estudio con uno y, con la soberana, además de relaciones familiares por el negocio del azúcar, se conocen por cursos compartido­s en la UCA en tiempos de juramentos juveniles. El ministro adquirió años más tarde, en finanzas, un peso superior que le transfirió el capital de su reina contratant­e en el círculo Bilderberg, Amalia de Fortabat, a quien sirvió con esmero y por lo cual fue premiado generosame­nte, según una heredera del grupo.

A Macri le encantan estos roces, también a su esposa (quien comparte con Máxima el abominable gusto por las sandalias a toda hora y cultivan ambas el anoréxico estilo Letizia de España), orgullosos de que otra dama de su entorno sea más amiga de Máxima que el ministro, una pimpante señora que está enlazada con uno de los abogados cercanos al mandatario, apodado como un personaje ani

mado de Disney. Dificultad­es. Tanto clima de revista Hola alivió fricciones esta semana, pero el drama interno del disenso en economía anticipa crisis, no hay seminario de empresas que lo oculte: se avecina un último trimestre complicado. Y no todos gozan de las comisiones formidable­s que se cobran por los prés- Mauricio Macri tamos que recibe el país.

Aunque fuera una reparación necesaria en lo personal, en lo político tampoco se agradece la vuelta de Gómez Centurión a la Aduana. Sólo confirma la chapucería de su desplazami­ento por orden del Presidente. Ahora Elisa Carrió, quien reivindicó al ex militar, lo vive como un triunfo, pero fue la mano de un juez la que facilitó el regreso: siempre es buena una Justicia amigable, aun para un gobierno que se solaza acusando de corruptos a la mayoría de los magistrado­s.

No se sabe si Gómez Centurión volverá con sus procedimie­ntos estilo Elliot Ness, si conservará la asistencia de operadores enemistado­s con Macri o si habrá aprendido a no tocar cables inconvenie­ntes, como él mismo confesó cuando lo despidiero­n. Segurament­e debe haberse graduado en ductilidad –recordar que desapareci­ó de escena cuando le prometiero­n la reincorpor­ación– y en consecuenc­ia dormirán tranquilos personajes como su verdugo Patricia Bullrich, Stiuso, Majdalani, empresario­s de aeropuerto­s y depósitos fiscales, dueños de laboratori­os, radicales de primera línea, la barra brava de Boca y hasta Daniel Angelici, quien se fue de vacaciones para no asistir al homenaje a Bianchi en solidarida­d con Mauricio.

Semejan farsas estos episodios. Como la rebelión ética del radicalism­o, que se queja para requerir más cargos en el Gobierno: no les alcanzan los casi 300 cargos que obtuvo Sanz en la negociació­n. Exigen otra cuota, como si hubieran ganado, y no reconocen que los últimos nueve embajadore­s que designó Malcorra –por señalar un ejemplo– son, como la señora y su esposo, afiliados en la centenaria UCR. Bestias de mar que, sumadas al peronismo voraz, muerden al pez espada que Macri intenta arrastrar a la costa. Hay riesgo de que no quede nada, como en la novela de Papa.

Padece el repetido acoso de una multitud de bocas que reclaman porciones

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A LA PESCA

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