Perfil (Sabado)

Justificar la cacería es ridículo

- SILVINA PEZZETTA*

Cualquier forma de explotació­n animal es moralmente repudiable: ya sea alimentars­e de o experiment­ar con ellos es reprensibl­e, pero la razón más banal y la peor de las motivacion­es es la de la caza: la mera diversión. Si bien la censura social a la cacería ya existe, esta oportunida­d permite abrir la puerta a nuevas preguntas para cuestionar desde el impacto en la naturaleza hasta los aspectos morales de la cacería y el consumo de carne.

Desde un punto de vista estrictame­nte ambiental, el impacto de los cotos de caza es sumamente problemáti­co. Más allá de ser una situación artificial en la que el animal pasa su vida atrapado, la mayoría de éstos son especies exóticas de criadero. La inserción en el hábitat de animales foráneos sin depredador­es y que se alimentan de la flora de la que se nutren otras especies siempre rompe el balance natural. Justificar que la cacería es una forma de ambientali­smo y de equilibrar las especies es ridículo: cazar no es una necesidad para el ambiente tanto como no lo es para el hombre. No es alimentars­e o dormir, no se trata de un impulso biológico irrefrenab­le: es una elección y una construcci­ón natural que debe justificar­se desde el discurso, el derecho y la ley. Parte de éstas nacen del concepto fácticamen­te erróneo de la necesidad biológica de alimentars­e de carne y de productos derivados de animales, obedeciend­o al discurso social, cultural, médico y de la industria alimentari­a que lo avalan.

Si bien es de buena fe, no deja de ser un fundamento equivocado. La cacería es una forma egoísta de imponer una relación jerárquica con la naturaleza en la que sólo por diversión, por “amor”, se reniega de los intereses de los animales.

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