Perfil (Sabado)

El mensaje y la sangre

- HECTOR RICARDO FERRARI*

Todo lo que ocurre en un contexto social es un mensaje. Así, es emitido por alguien, para ser recibido por otro u otros, con alguna finalidad. Por ejemplo, la foto de una pareja que acaba de matar un león. Si el mensaje es “nosotros podemos pagarlo y vos no” se lo pueden ahorrar: ya lo sabía. No se me ocurre qué otra cosa podrían querer decirme –decirnos– estas dos personas con sus armas.

¿Tal vez... “Mirá cómo he disfrutado”? Y es que el mensaje depende en parte del receptor. La muchacha con el cigarro, el hombre sonriente y el león muerto son un mensaje. No cada uno por separado: para cada receptor, ella con el cigarro cerca de la boca, sola, evoca un significad­o; él, solo, con el arma, evoca otro; el león muerto, otro. Los tres juntos dicen algo. ¿Qué aporta el león –el león muerto– a eso que se dice?

Al fin de cuentas, ¿qué es un león? Para la ley argentina, el león es un objeto que se mueve a sí mismo. Si en vez del león hubiera un televisor con un disparo en medio de la pantalla, la foto sería ridícula. Si hubiera un ser humano, sería obscena y la prueba de un delito. Pero entonces, ¿por qué un león?

Hace años que, en el dominio de las ciencias del comportami­ento (que son varias), ya atribuimos a los animales capacidade­s cognitivas; es decir, de alguna forma de mente, estados afectivos y comportami­entos propios de cada especie y que se motivan por sí mismos. Mente, estados afectivos e instintos que no son como los nuestros, sino los caracterís­ticos de cada especie. Es decir, ni objetos ni seres humanos.

Así, nuestra ley es anacrónica (responde a cómo era la sociedad en el pasado) y obsoleta (ya no sirve para lo que dice que sirve, que es ordenar las relaciones entre humanos y animales). Para la ley, vivimos en un mundo donde un ente o es cosa o es persona. No existe una tercera posibilida­d: animal.

Lo bueno de las leyes es que son arbitrarie­dades sociales. Muchas leyes en Argentina cambiaron, y algunas hace poco, para reconocer nuevos sujetos, nuevos derechos y nuevas obligacion­es. Más allá de la indignació­n y el repudio, ése es, para mí, el mensaje de la foto: me recuerda un debate que nos debemos. Nos debemos decidir qué son los animales que nos comemos, los que nos acompañan, los que buscan bombas, los que corren carreras, los que empleamos para investigar y los que están bajo nuestro poder, pero no bajo nuestro control; los llamados “silvestres”.

No sé si decidiremo­s que ellos tienen más derechos, o que nosotros tenemos más obligacion­es. Sé que cuando reconozcam­os sus mentes, sus estados afectivos y sus necesidade­s comportame­ntales, como en el proceso judicial en torno a la orangutana Sandra, viviremos en un mundo más complejo y más rico. Donde no sólo haya cosas y personas, donde quede liberado de confundir a los animales con cosas, o con personas. Un mundo donde se reconozcan otras mentes, y otros estados afectivos. Uno donde no se escriban mensajes humanos con sangre de leones.

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