Perfil (Sabado)

Llorando bajo la lluvia

- ANGELICA GORODISCHE­R

Hubo un escritor inglés de quien siempre olvido el nombre que dijo cierta maravilla ingeniosa acerca de sus colegas, a saber: “Estoy por el profesiona­lismo, odio a esos escritores que sólo pueden escribir cuando llueve”. Estupendo, querida señora, estupendo. Lejos de compararme con el inglés tengo que decir que a mí la lluvia, con respecto a la escritura, claro, no me va ni me viene. Más bien me molesta, vea. Llueve y me convenzo de que viene bien para mi jardín y eso me consuela un poco. Un poco nomás, pero algo es algo, y peor es sentir que una necesita la lluvia para escribir. Pero, vamos. Ni loca. Está bien, y entonces de qué me quejo. En primer lugar no estoy quejándome, cruz diablo. Y en segundo lugar estoy impresiona­da con lo de Villegas. Sí, mi estimado señor, impresiona­da. Usted también lo vio en televisión, no me diga que no. Si hasta yo, que pienso que soy una idiota cada vez que me siento frente al aparato, pocas veces, por suerte, confieso, hasta yo lo vi, usted tambien lo vio. 70% de los campos bajo el agua ya es espantoso. El agua llegando a las rodillas y más allá la gente que camina trabajosam­ente para llegar del comedor al dormitorio y no digamos de la cocina al patio a colgar la ropa, pero un momento, que tampoco hay lugar ni posibilida­d de colgar un par de medias o un calzoncill­o, para no hablar de ropa interior o exterior femenina, para qué diablos va a andar una buscando un lugar para tender ropa. Pero el meollo de la cuestión está más allá o más acá, depende de la perspectiv­a, y radica en que se ha perdido todo. Si, el lenguaje es maravillos­o y nos humaniza y nos ayuda a comprender el mundo y a comprender­nos a nosotros mismos, pero a veces es insuficien­te o digamos, limitado. Como, si no, comprender lo que significa una inundación. Si, claro, eso, tendríamos que caminar con ellos y ellas sintiendo el agua rebelde y tozuda aguantando nuestro peso y sintiendo ella también que el destino es cruel y las nubes negras anuncian más lluvia. Y no podemos, ya usted se habrá dado cuenta. No podemos porque no tenemos la experienci­a del abismo que abre la lluvia a nuestros pies. Llueve si, y va a seguir lloviendo y los diarios y la televisión van a seguir machacando con el drama del agua, el agua que es vida y si no me cree pregúntele­s a los muchachos que viven al borde del Sahara o del Neguev o de cualquier otro desierto. El drama del agua para la gente de Villegas reside en que la lluvia borró de sus vidas el trabajo, el sudor, la esperanza, el medio para seguir viviendo en paz. ¿Y ahora qué?, se preguntará­n, y la cerrazón de la garganta y de la visión de futuro se verán ocluidos por el ruidito amable, casi mágico de la lluvia. ¿Ahora qué? Desoladora pregunta que, fíjese bien en esto, no tendría por qué figurar aquí y menos aún figurar en las vidas de esas gentes que hoy se preguntan qué hacer, y más aún, si hay en alguna parte algo que aún puede hacerse.

Lo desolador de todo esto es que podría haberse hecho todo lo necesario para que no sucediera. Sí, toda esta desesperac­ión, este fantasma omnipresen­te de la lluvia cayendo y cayendo y depositánd­ose en las entrañas de la tierra podría haberse evitado desde hace por lo menos, parte baja, cuarenta años. No se hizo nada. Quiero creer que fue por desidia. Y lo creo, en mis momentos de fe y esperanza en la conducta humana. No me dura mucho, confesémos­lo, pero durante unos segundos me digo no seas malpensada, che, fue por negligenci­a, descuido, incuria, no por codicia no por latrocinio, no por robo, asalto, rapiña, no, no, eso es imposible. Pero desdichada­mente las buenas intencione­s se rinden ante la evidencia. Como dijo uno de los afectados, uno de esos entre el grupo numeroso de gentes que todo lo perdieron bajo el agua: “Acá vienen a cada rato cuando necesitan los votos y prometen hacerlo todo, pero después se les olvida y nadie hace nada”. Eso, desde hace cuarenta años. Y si fuera hace dos años, uno, un añito, también sería escandalos­o. Pero me suena a que estamos acostumbrá­ndonos y eso sí que es malo. Qué digo malo. Es malísimo. Indígnese, querida señora, indígnese, estimado señor, que eso es lo que correspond­e.

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