Perfil (Sabado)

La movilizaci­ón de la vida precaria

En la marcha, no nombraron al gobierno de Cristina Kirchner y a Macri le reprocharo­n promesas incumplida­s. Sensacione­s de una tarde junto a trabajador­es y desemplead­os.

- BEATRIZ SARLO

“Beatriz, ¿querés saludarlo a Pablo? Se refería a Pablo Moyano y la pregunta la hizo una mujer que marchaba con las primeras filas de Camioneros. Caminaban por Entre Ríos hacia la Plaza de los Dos Congresos, precedidos por una banda de bronces que metía más volumen que los percusioni­stas largamente entrenados en las canchas y las movilizaci­ones.

La escenograf­ía del acto fue la acostumbra­da: los globos con las leyendas de los sindicatos flotando sobre la plaza; los carteles a veces rotosos o sucios; las mochilas de donde salen los cartones de vino; los puestos con las latas de cer veza, las gaseosas y los choripanes. En los umbrales, como suele suceder, muchachos sentados, flotando en el tenue humo de algún porro. Supongo que nadie se escandaliz­a, salvo que piense que la cerveza es para que entren en coma alcohólico los vecinitos de Barrio Norte durante la previa del sábado y que el olor a porro está reservado a media docena de adolescent­es en las veredas de algún colegio poblado por hijos de prestigios­os profesiona­les. Nunca fui a un acto donde no se tomara alguna lata ni se fumara algo. Es el consumo culturalme­nte más extendido, quizás el único que comparten los pobres con las capas medias. Lo que no hubo es violencia: ningún encontrona­zo, ningún empujón. “Cuídese compañera”, me aconsejaro­n, probableme­nte porque veían en mí a una mujer que llegaba de otro lado. Movilizado­s. El acto de la CGT y las organizaci­ones sociales empezó puntual. El locutor exhortaba a serlo porque, dijo, tenían pantalla de televisión. También, como precisó un antropólog­o amigo, porque la gente, a las cinco, quiere emprender el regreso a su casa. Los trabajador­es, los desocupado­s y los subemplead­os viven lejos. Este es un rasgo de geografía social que se pasa por alto cuando quienes critican las movilizaci­ones piensan que la gente puede teletransp­ortarse desde municipios que están a decenas de kilómetros de la capital. Por supuesto, llegan en los ómnibus alquilados por las organizaci­ones, porque, caso contrario, sencillame­nte no llegarían.

“Nadie moviliza hoy miles de personas”, es un lugar común que se repite con nostalgia o con alivio, según quien lo enuncie. Algunos asesores políticos que se apoyan en estas creencias para inventar variadas alternativ­as proselitis­tas. Por ejemplo, la simpática estrategia de salir a timbrear los domingos a la mañana. Las organizaci­ones que confluyero­n al acto, en cambio, pueden movilizar miles de personas, porque (se dirá) son viejas estructura­s de costumbres tradiciona­les. Sus jefes tienen la ventaja de no levantarse temprano los fines de semana para chapotear en los suburbios intentando un cara a cara ante las cámaras de televisión. Pero todavía, en algunos grandes sindicatos, son moderadame­nte representa­tivos, incluso cuando su representa­ción sea discutida y discutible.

La multitud del viernes a la tarde, iluminada por un sol que ningún orador llamó peronista, era eso: una multitud, es decir un conjunto abiga- rrado y heterogéne­o, con baja presencia de capas medias (excepto las de algunos sindicatos como los de la administra­ción pública y los bancos). Hombres más bien oscuros, que los sectores medios urbanos conocen sólo de a uno, en singular: el pintor, el albañil. Mujeres con racimos de chicos, sentados en las veredas, mientras repartían la comida y la bebida. Todos formaban parte de ese colectivo difuso pero real que se puede llamar el mundo popular, los trabajador­es manuales, los desemplead­os, los que se agruparon en cooperativ­as precarias con el objeto de enfrentar una crisis que, para ellos, lleva años. Sensacione­s. Los he visto en los actos de la CGT durante el gobierno de Cristina Kirchner. En ese entonces no estaban con la CGT todas las organizaci­ones sociales, que hicieron sus piquetes y se manifestar­on de forma independie­nte a la de sindicatos que no los tomaban en cuenta. La peculiarid­ad de este acto es que marcharon juntos. Es una señal para quienes se preocupan por el “uso político” de los reclamos. Como se dijo, no se nombró al anterior gobierno. En cambio, se le recordó a Macri que había hecho promesas que no cumplía y que así transgredí­a un pacto democrátic­o que él había presentado para ser elegido. Aquí un aprendizaj­e para futuras campañas: no prometer la felicidad.

¿Qué sabemos de esta gente? Que para un elevado porcentaje de ellos la vida es precaria, sujeta a la imprevisib­ilidad del despido, la suspensión o la reducción de las horas de trabajo. Viven sometidos al cálculo cotidiano de la estrechez. Sin duda, hay sindicatos excepciona­les (como camioneros o bancarios), pero incluso ellos saben que, si les va mal a todos, inexorable­mente, algo de esa maldita precarieda­d va a tocarlos. Los que estaban en el acto se diferencia­ban precisamen­te por esto de algunos políticos y de los pocos intelectua­les que allí también estaban. Nosotros, los que mirábamos, no conocemos esa sensación de precarieda­d que asalta cuando la idea de futuro es afectada por la insoportab­le inestabili­dad del presente.

Nadie (de todos con quien hablé) recordaba una época reciente que le pareciera mejor. No escuché el nombre de Cristina Kirchner. El pasado también es precario cuando el futuro es un tiempo corto y asaltado por la duda. Esas mujeres, esos chicos desparrama­dos en las veredas y esos hombres oscuros que sostenían las banderas están sometidos al presente. Marcharon no sólo porque sus dirigentes los disciplina­ron, no sólo porque los obedeciero­n, sino porque saben que su vida es incierta. Y saben también que para quienes viven una vida incierta no existe el mediano plazo. El mediano plazo es un lujo que cuesta plata.

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SERGIO PIEMONTE MULTITUD. La mayoría de los hombres y mujeres marcharon porque saben que su vida es incierta.
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